Marcio Veloz Maggiolo (1936), maestro de maestros, considerado a unanimidad como el más importante escritor dominicano del presente, posee un talento desbordante, una asombrosa facilidad de palabra y una probada tenacidad de hacedor, atributos que le han permitido escribir una dilatada obra que ha sido laureada en numerosos certámenes. Él conoce los secretos de todos los géneros literarios y prácticamente no hay uno solo en el que no haya incursionado con aciertos notables.
La lista de sus libros publicados, extensa y variada, es fundamental para seguir el rastro de nuestra evolución literaria y demuestra su constante renovación estilística y temática desde que publicó su primer libro hace ya más de medio siglo. Marcio es poeta, novelista, dramaturgo, cuentista, crítico literario, ensayista, historiador, arqueólogo, antropólogo social, periodista, entre otros, y aparte de una intensa actividad en instituciones culturales también ha sido diplomático, desde que desempeñó, muy joven todavía, las funciones de embajador en Italia, durante el breve Gobierno de Juan Bosch, y posteriormente en México y Perú.
A Marcio se deben algunas de las obras medulares del último medio siglo. Recuerdo el impacto que me causó, cuando lo leí por primera vez, el relato neorrealista «La vida no tiene nombre», publicado el mismo año de la Guerra de Abril de 1965. Después, con «Los ángeles de hueso» (1967), demostró su manejo técnico del «fluir de la conciencia», con sus ribetes surrealistas y su parentesco con los procedimientos del «nouveau roman» y esa atmósfera alucinante que prevalece en algunos capítulos. Unos años después, su despliegue experimental en «De abril en adelante» (1975), que él mismo llamó «protonovela», para diferenciarla de la novela tradicional, puso a prueba a críticos y lectores.
La dictadura de Trujillo encontró justa expresión en «La biografía difusa de Sombra Castañeda» (1981), publicada en Venezuela por Monte Ávila Editores. Con «Materia prima» (1988), el autor logró escalar nuevos peldaños en su narrativa, con el testimonio de la fundación, auge y ocaso de Villa Francisca, barrio que tiene en Marcio a su biógrafo privilegiado, como lo prueba «Trujillo, Villa Francisca y otros fantasmas» (1997), ganadora del gran premio de la Feria del Libro de 1998, obra de remembranzas que no es historia ni sociología urbana, pero que está escrita con la lucidez de un cronista que ha penetrado en los acontecimientos y caracteres de cientos de personajes a quienes conoció y trató.
En su novela «Ritos de cabaret» (1991), Marcio aborda períodos muy amargos de la historia dominicana contemporánea: la dictadura de Trujillo, la insurrección de abril de 1965 y la segunda ocupación norteamericana. Es un contrapunto narrativo en el que se presentan traumáticos episodios de la experiencia colectiva, enlazados a los destinos particulares de individuos que tratan de sobrevivir al naufragio. Cuando salió la segunda edición de «Cuentos para otros milenios» (2000), afirmé que Marcio es el narrador dominicano más fecundo y uno de los pocos cuentistas nuestros que conoce su oficio a fondo, junto con Juan Bosch, Ramón Marrero Aristy, Sócrates Nolasco, Hilma Contreras, Virgilio Díaz Grullón y Manuel Rueda, entre otros, como lo demostró en «La fértil agonía del amor» (1982), galardonado con el Premio Anual de Cuento.
En lo que va del siglo veintiuno, Marcio ha seguido escribiendo y publicando, en una febril actividad que nos deslumbra: otra vez Villa Francisca en «Memoria tremens» (2009), bajo el sello de Alfaguara; «El hombre del acordeón»(2003) y «La mosca soldado»(2004), ambas publicadas por la prestigiosa Editorial Siruela, de Madrid, así como «El sueño de Juliansón» (2015). En una palabra, Marcio es un autor referencial de la literatura dominicana contemporánea y me siento orgulloso de compartir con sus admiradores y amigos la celebración de sus ochenta años de vida creadora.