MARCIO VELOZ MAGGIOLO Y LOS VASOS COMUNICANTES DE LA AMISTAD LITERARIA

MARCIO VELOZ MAGGIOLO Y LOS VASOS COMUNICANTES  DE LA AMISTAD LITERARIA

Por esa razón, como lo escribí en 2001 en Memorias contra el olvido. Autobiografía literaria (1947-1995), yo estuve en las arcadas del viejo edificio del Ayuntamiento (hoy Palacio Consistorial), sito en la calle El Conde esquina Meriño, junto con Marcio Veloz Maggiolo, Carlos Esteban Deive, Antonio Fernández Spencer y Reynaldo Polanco Suero, en la segunda manifestación política que organizó el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) el 16 de julio de 1961 a las 10 de la mañana en el parque Colón, otrora bastión de la resistencia nacionalista en 1916-24, también celebrada, como en la primera, el 7 del mismo mes y año, “en medio de violencia provocada, como dice Fulgencio Espinal (1982: 40) en su Breve historia del PRD, por grupos paramilitares de la dictadura”.
Después de terminado el mitin, entre 1 y 2 de la tarde, una muchedumbre enardecida, pero posiblemente conducida por agitadores de trujillistas o de la oposición, incendiaron la emisora Radio Caribe, manejada bajo cuerda por Johnny Abbes.
Desde aquella jornada, me unió una amistad literaria con Marcio, Deive y el finado Fernández Spencer, pero Reynaldo, quien me introdujo en el grupo, que se reunía en el café Jai Alai del Conde, se marchó a Nueva York y desde aquellos turbulentos días no he vuelto a verle. Él fue profesor en el liceo nocturno Eugenio María de Hostos, donde hice mi bachillerato.
Deive fue cancelado ese mismo día por Panchito Prats Ramírez, director de El Caribe, por haber asistido a un mitin antitrujillista. Nos hemos tratado desde aquellos días con respeto y admiración mutua, salvo en los altibajos de los largos períodos de estudio e investigación en el extranjero. Al evocar aquella manifestación, Deive y yo nos reímos de su picardía: él negó a Panchito que hubiese asistido a la manifestación y el avezado periodista le mostró una foto donde Deive aplaudía con entusiasmo.
Con respecto a Fernández Spencer, desde el momento en que se sumó a la conspiración para derrocar a Juan Bosch, me alejé de él, aunque leía sus ataques bestiales contra el Gobierno de Bosch en Prensa Libre, el vespertino de Bonillita Aybar, donde escribía con el seudónimo de Hipólito Verdugo, y que, según él, Bosch propiciaba el comunismo desde el Gobierno, al tolerar la existencia de los partidos de izquierda. Nos volvimos a ver en 1974 en la logia Cuna de América y reanudamos la relación, aunque divergíamos en materia de apreciación literaria. A mi regreso de París, reanudamos los contactos, pero nos separaban ahora sus ideas estilísticas y filosóficas y mi nuevo discurso de la poética. Bosch le acogió en los 90 e incluso le envié a Nicaragua a observar lo que sucedía allí con el Gobierno del Frente Sandinista y vino convertido.
Con Marcio, la relación literaria se ha mantenido constante, desde aquellos días hasta hoy. Cuando fue nombrado Embajador en México, el mundillo intelectual lo celebró. Pero luego del derrocamiento de Bosch el 25 de septiembre de 1963, él regresó al país. En esa época estaba casado con Antonia Ruiz, hija del magistrado Ruiz Tejada, familia de la cual tenía referencia a través de mi amigo Arismendy Amaral, pues visitábamos a menudo la casa de Emilio de los Santos en la calle Arzobispo Portes. Aris, como le decíamos, tenía amores con Cristina, hija del señor licenciado De los Santos. Para esa época Aris y yo éramos inseparables, pues pertenecíamos a la juventud del 14 de Junio y editábamos en el local del partido el periódico Clarín Estudiantil, órgano de la UER.
Y, sorpresa, cuando entré a estudiar periodismo en la Universidad Autónoma de Santo Domingo en octubre de 1964, me encontré con Marcio otra vez, pues le había perdido la pista a su regreso de México, pero si no recuerdo mal me dijo que vivía en la calle Núñez de Cáceres (hoy Vicente Beltrán de Heredia, el de la bula de Paulo III). De todos modos, la asignatura que impartía Marcio era Historia de la Cultura, en el segundo año de la carrera, pero a menudo, en 1965, después de la revolución de abril, me daba bola en su automóvil descapotable para ir hablando de literatura, que era mi pasión. En esa época me había mudado cerca de su calle, porque la mía quedaba a cinco minutos de la Universidad y en camino a la Feria, pues cambié de trabajo y pasé del Correo al Ayuntamiento del Distrito Nacional.
Cuando asistí a la clase de Marcio, habíamos conversado bastante sobre la revolución mexicana y le solicité que tratara, durante el año universitario, ese tema. Ya me había leído los dos tomos de La revolución mexicana, de Jesús Silva Herzog y, además, estaba al día con lo que sucedía en México, pues estaba suscrito a la revista Política, dirigida por Manuel Marcuè Pardiñas y donde escribía la intelectualidad mexicana de izquierda, la más brillante de esa época. Primero, él dominaba el tema y segundo, había estado en México en una época muy convulsa para América Latina con los golpes de Estado a los regímenes elegidos democráticamente, porque los Estados Unidos, al recomponer los frentes oligárquicos latinoamericanos, temían, paranoicos al fin, que bajo esos gobiernos liberales surgiera una segunda Cuba. Fue un curso muy brillante y mis condiscípulos quedaron encantados, porque fue un tema que nos atañía directamente.
Después de la revolución de abril, en la que no participé por las razones que doy en Autobiografía literaria, surgió el grupo El Puño, y Marcio fue uno de sus principales dirigentes (junto a Iván García, Miguel Alfonseca, Ramón Francisco, Efraím Castillo, Miñín Soto, Enriquillo Sánchez) y todos sus miembros pasaron a escribir en el suplemento El Nacional, dirigido por mi profesor de Redacción de Noticias y Editoriales, el amigo Freddy Gatón Arce.
En El Nacional comencé a escribir en 1967, pues la mayoría de los colaboradores de izquierda o liberales que colaborábamos en El Caribe, en el suplemento literario dirigido por Manuel Valldeperes, lo encontramos muy reaccionario, puesto que había sido uno de los medios responsables del golpe de Estado contra Bosch, y nos mudamos a El Nacional, donde el poeta Gatón Arce sabía medir la calidad y el compromiso social. El poeta también trabajó durante mucho tiempo en El Caribe y de ahí salió a dirigir la Escuela de Periodismo, y luego, en 1966, El Nacional. Incluso mi amigo Luis Alfredo Torres, poeta y crítico literario, mudó su columna para la revista Ahora.
Luego de mi graduación como periodista en 1968, me fui a Francia, becado por el Gobierno de ese país y no volví hasta octubre de 1972. Al poco tiempo vino la guerrilla de Caamaño en febrero de 1973 y hubo, con el fusilamiento del Coronel de Abril, como una suerte de resaca luego de la derrota. A mi regreso en 1972, Marcio trabajaba como director de Investigaciones del Museo del Hombre. Para 1970 había terminado su doctorado en Historia de América, en la Universidad de Madrid. Allí siguió cursos intensivos de Arqueología y Antropología.
Dos años después, en abril de 1974, entré a la UASD como profesor de “Interpretación y Análisis de la Obra Literaria” y otras asignaturas relacionadas y ahí me encontré de nuevo con Marcio, quien era profesor del Departamento de Historia y Antropología y más tarde su director. Reanudamos la relación de amistad literaria y ya conversábamos sobre los mismos tópicos, pues él era un hombre que conocía bien la literatura europea, sobre sobre la francesa y la española, así como la norteamericana.
Teníamos las mismas preocupaciones por modernizar el Departamento de Letras, pero allí dominaba la teoría marxista de la literatura como reflejo de la lucha de clases y había una alianza tácita de todos los partidos que incidían en la Facultad de Humanidades, pues se necesitaban mutuamente a la hora de las elecciones y llegar a posiciones de poder. Y nadie iba a decantarse por el estructuralismo literario, la teoría y práctica de la nueva novela francesa o la semiótica literaria. Todo el mundo era estilista y esteta. Todo el mundo necesita, individualmente, de los partidos universitarios.
La relación literaria con Marcio tenía también su perfil profesional. Y una vez, él quiso, vacante el cargo, que yo fuera el Encargado de Publicaciones, pero su gestión ante Caro Álvarez, director del Museo del Hombre Dominicano, no prosperó. Y estas son pruebas de amistad, sin clientelismo, sino basadas en la capacidad y esto siempre se lo he agradecido a Marcio.
Cuando salió publicada en 1975 su novela De abril en adelante la puse de texto durante varios semestres a los estudiantes de “Interpretación y Análisis de la Obra Literaria”, pues, a mi juicio, se enmarcaba en los parámetros teórico-prácticos de la nueva novela francesa, con mejor desarrollo de la escritura que Escalera para Electra, de Aída Cartagena Portalatín.
Entre los años 80 y 2000 del siglo pasado, cuando llegó Pedro Vergés a la dirección del Instituto de Dominicano de Cultura Hispánica, Marcio y yo participamos en numerosas actividades a fin de darle el espaldarazo a la gestión del autor de Solo cenizas hallarás. Y también cuando Vergés, José Mármol, Manuel Núñez, Soledad Álvarez, Jeannette Miller, Andrés L. Mateo, José Enrique García y yo fundamos la Casa del Escritor Dominicano, sita en la antigua residencia de Emilio Rodríguez Demorizi, en la calle Mercedes, Marcio y su esposa, Norma Santana, recién fallecida, apoyaron con su presencia y colaboración aquel esfuerzo, que destruyó la envidia totalitaria del alacrán con ponzoña.
Para 1980-86, Marcio estuvo en el PRD, al igual que muchos intelectuales amigos de Peña Gómez. En el Gobierno de Jorge Blanco perdimos contacto, pues fue nombrado primero Embajador en Lima y luego en Roma. Al término de aquel Gobierno, Marcio regresó al país, pero estábamos en bandos diferentes: él con Peña y yo colaborador de Juan Bosch. En 1990, el PLD perdió las elecciones y Balaguer volvió al poder. Nunca pude explicarme esa derrota. Me alejé de don Juan, pero en 1994, ante el evidente ataque racista contra Peña Gómez, me acerqué a su partido y después del fraude comprobado y reducido el mandato de Balaguer a dos años, apoyé de nuevo a Peña en las elecciones de 1996, en las que arreciaron, hasta lo inaudito, los ataques racistas en su contra de parte del Frente Patriótico, una alianza espeluznante entre reformistas, peledeístas y vinchistas. La mayoría de los intelectuales apoyaron a Peña y ahí nos encontramos de nuevo Marcio y yo. Leonel Fernández ganó las elecciones de 1996, perdió de Hipólito Mejía en 2000 y en 2004 volvió al poder y la cooptación de intelectuales de todos los litorales no se hizo esperar. Desde aquel año, el PLD ha gobernado el país y yo volví a mi posición prístina de independencia vis à vis de los partidos políticos, como debe ser.
De 2000 a 2004, aparte de la relación en la Universidad, Marcio y yo volvimos a estar juntos en la Secretaría de Estado de Cultura; él como Subsecretario y yo como director general de la Biblioteca Nacional, pero un error táctico le llevó a renunciar del cargo, pero ese percance no impidió que siguiéramos la amistad literaria con el mismo fervor de aquellos días turbulentos y a veces alcionios.

BIBLIOGRAFÌA
1. CESPEDES,Diógenes (2001). Memorias contra el olvido. Autobiografía literaria (1947-1995). Santo Domingo: La Trinitaria.
2. ESPINAL, Fulgencio (1982). Breve historia del PRD. Santo Domingo: Alfa y Omega.
3. VELOZ MAGGIOLO (1975), Marcio. De abril en adelante. Santo Domingo: Taller.
4. VERGÈS, Pedro (1981). Solo cenizas hallarás. Barcelona: Destinos.

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