Miguel Ángel Förnerín
Se puede afirmar sin ningún temor a estar equivocado que la caída del régimen de Trujillo posibilitó una apertura a la ciudad y que los escritores de la década del setenta tuvieron otra manera de representar la realidad. Todo el mundo dominicano, filtrado por las ideologías de la dictadura, se vino abajo; la nueva clase media que había encontrado refugio en la universidad, estaba llamada a presentar una nueva imagen y un sentido vital inédito hasta entonces. El ágora se libera y la inmigración a la ciudad se hace patente. Los jóvenes revolucionarios tienen otros referentes. De la literatura existencial de los cincuenta, se pasa a la representación de una otredad que hasta entonces no tuvo la representación requerida.
La ciudad retorna a su nombre original y otros sectores vienen a disfrutar del ‘centro’ estableciéndose en las periferias. Autores como Miguel Alfonseca, René del Risco y Bermúdez, Carlos Esteban Deive, Armando Almánzar, Antonio Lockward y Marcio Veloz Maggiolo dan otra perspectiva más dominicanista, pero a la vez universal a la realidad dominicana. La representación se centra en los grupos subalternos, la gente recién llegada del interior, los campesinos, los niños, las mujeres maltratadas, los pobres o los marginados. Esos que deberían ser redimidos por un nuevo gobierno.
La generación del sesenta parece dar un salto desde las representaciones sociales de los treinta a una que tiene la ciudad como espacio y tiempo. Cuentos como “Se me fue poniendo triste, Andrés”, “Ahora que vuelto, Ton” o el poemario “El viento frío” de Del Risco y Bermúdez muestran estas nuevas aperturas a una resignificación de la realidad, a mostrar las urgencias políticas de la época.
Los escritores del sesenta se lanzan a representar la violencia política del fin de la Era en textos que refieren las invasiones de exiliados del 14 de junio, de la juventud en Las Manaclas, y el martirio de Manolo Tavárez Justo. Así como la persecución a los revolucionarios, que se puede encontrar en textos de Carlos Esteban Deive, de Antonio Lockward Artiles y en la nouvelle “Los algarrobos también sueñan” de Díaz Grullón.
Junto a la violencia política que caracteriza la posdictadura, los cuentos de Del Risco y Bermúdez y los de Miguel Alfonseca dan una mirada a la ciudad, como a las relaciones políticas y al autoritarismo desde sus barrios. Esto se aprecia en “En el barrio no hay banderas”, libro de René del Risco, o en los cuentos “Los trajes blancos volvieron”, de Miguel Alfonseca, o “El coronel Buenrostro” de Marcio Veloz Maggiolo. Las miradas a la ciudad configuran las relaciones sociales subalternas, la vida de los marginados y la violencia contra las mujeres en textos de Armando Almánzar como “El gato” y en “Infancia feliz”.
Ese mismo tema aparece en la narración emblemática de Miguel Alfonseca, “Delicatessen”; la adolescente busca ser reconocida por el amor, pero el amor….es el que no le deja liberarse de las ataduras de los hombres. Es el suyo un relato del crecimiento, de la apertura a los nuevos estilos de vida. La obra se transforma en una crítica al machismo y una representación de las mujeres que buscaban liberarse del poder masculino tan prodigado por la dictadura. Es importante que tanto en Armando Almánzar como en René del Risco o en Alfonseca que la situación de violencia de subordinación de las mujeres entra en el discurso literario en un momento en que el amor libre y el feminismo se apropiaban de la escena pública en los países centrales.
Es perentorio anotar que esa nueva representación de la mujer en la lucha por deshacer las ideologías y prácticas del poder, no solo vertical del trujillato, sino el horizontal de los hombres, ya aparece en el libro “El candado”(1959) de José María Sanz Lajara, donde el sujeto mujer es visto desde la marginalidad social, en donde se hermanan la pobreza y la condición racial; como “El mundo sigue, Celina”, de René del Risco, donde los barrios con sus bares, la ciudad con su indiferencia y la política que no cambia lo social, hacen del sujeto mujer un ser aprisionado que busca la manera de escapar.
En los cuentos de René del Risco y Bermúdez y en su poemario “El viento frío”, la ciudad adquiere un perfil definitorio y fundacional. Es este el verdadero cronista de los cambios sociales de la época. La mirada al niño limpiabotas en este texto como en “Ahora que vuelvo, Ton” presentan la nueva ventana a lo social de una literatura emergente. Pero hay mucho más, la ciudad con sus autos, las revistas, los periódicos, la publicidad y los cambios sociales que se notan en las mujeres, son fundamentales dentro de la atmósfera de desencanto que se muestra en el poema.
En “El viento frío” la voz del poeta busca a un destinatario, para alcanzar la segunda persona e instalar en el diálogo lo que se dice, y muestra un cambio en cuanto al olvido de la retórica por un modo de decir más íntimo y conversacional. El lector recibe una poesía que se acerca a la prosa, pero con un ritmo muy propio de la época, que pretende establecer una nueva manera de decir lo que pasa y lo que ocurre. “El viento frío”, a pesar del olvido al que se le ha relegado, es un texto fundamental.
Otro de autores que podemos ubicar entre los cronistas del sesenta es al narrador Manuel Rueda, que tiene como estos escritores una mirada interesante a la ciudad en “Papeles de Sara y otros relatos”. Manuel Rueda participa en los concursos del grupo La Máscara y su narrativa presenta una apertura importante a la vida citadina de los barrios altos de la ciudad y a personajes que no habían aparecido en la narrativa hasta el momento. Junto a Sanz Lajara en Caonex y a Marcio Veloz Maggiolo en su saga de Villa Francisca, Rueda muestra el mundo sórdido de los alrededores del parque Enriquillo y la vida de los personajes que como los luchadores conforman esa barriada y la cultura popular ensanchada con la llegada de emigrantes.
La ciudad de Santo Domingo tiene también una importante mirada hacia la literatura europea y a la literatura hispanoamericana, que marcan la escritura de los jóvenes del sesenta, una generación que tiene a la ciudad como un cronotopo. Porque ellos fueron actores y cronistas de los cambios sociales y políticos que en ella se dieron.
Finalmente, el teatro adquiere una dimensión existencial y universalista en las obras de Iván García, sin dejar de trabajar los temas clásicos y las relaciones de poder. En su “Andrómaca”, una de las mejores obras de teatro dominicano que he leído por su lenguaje, su trabazón con las formas clásicas, por sus diálogos con el teatro de vanguardia y por su entroncamiento en las relaciones de poder, hombre, mujer, mujer, patria, dictador y soledad. La ciudad es el escenario de ese drama con elementos románticos donde el teatro griego es forma dialogante con la dominicanidad y la historia del autoritarismo personificado por el dictador Ulises Heureaux.