Tres mil 500 pesos recibieron Lariel Pichardo (Colita) y Luciano Antonio Suriel Mármol (Gilberto) como pago por ayudar a Ambiórix Neponucemo Rodríguez a deshacerse del cadáver de la abogada puertoplateña Paola Languasco, a la que asesinó de un balazo por motivos que todavía desconocen los investigadores debido a que el homicida huyó hacia España. Una verdadera bagatela que de ninguna manera compensará los años de cárcel que les caerán encima por su participación, en calidad de cómplices, en ese crimen, pero que también revela con particular crudeza la dramática devaluación que ha sufrido la vida humana en nuestra sociedad, donde se mata y se muere por cualquier quítame esta paja y a veces hasta por menos. Por eso usted ve que en las crónicas rojas de los periódicos abundan los relatos de asesinatos por encargo que se contratan hasta por cinco mil pesos, o peor todavía a crédito (el famoso fiao criollo), pero también abundan los reportes de ciudadanos que encuentran la muerte en una discusión por un simple accidente de tránsito o porque cometieron la imprudencia de tocarle bocina al desaprensivo que obstruía con su vehículo la entrada a su residencia. Alguien dirá, en un intento de explicar lo que está ocurriendo, que hay demasiadas armas de fuego entre la población civil, en manos de personas que no están ni mental ni emocionalmente preparadas para portar un arma de fuego y asumir la enorme responsabilidad que eso implica, y hay que aceptar que eso es verdad. Pero es solo una verdad parcial, incompleta, y por lo tanto insuficiente para explicar una realidad sobre la que inciden factores diversos. Multicausal es la palabra que suelen utilizar los teóricos del patio cuando les toca definir la naturaleza del problema, pero de ahí no pasan o nadie les pone la debida atención. Y por eso seguimos horrorizándonos cada vez que caemos en la cuenta de que en este país una vida humana vale menos que un celular.