SCOTTSDALE, Arizona, EE.UU. Yasmany Tomás realizó sus últimos swings del día, guardó su bate en un bolso con su número 24 y enfiló hacia el camerino. De camino, una docena de fanáticos esperaban al otro lado de una reja.
Gritaban el nombre del toletero cubano, un imponente jugador de más de 1,89 metros de estatura, mientras extendían bolas y guantes con la esperanza de conseguir una firma o tomarse un selfie. “¿Dónde está el gordo?”, preguntó el jugador de 24 años, de repente algo incómodo con el pequeño frenesí. Volvió a llamar a su intérprete y asistente Ariel Prieto.
“íGordo! íGordo!”, gritó. Al darse cuenta que su compatriota estaba en otro terreno en las instalaciones de práctica de los Diamondbacks de Arizona, Tomás se detuvo un instante y caminó solo hacia los fanáticos.
Agarró una pelota de una pequeña niña de pelo rubio, la firmó y se alejó rápido. “Gracias”, respondió la niña, con un marcado acento estadounidense.
Para Tomás y las decenas de cubanos que han llegado en los últimos años a las Grandes Ligas, incluso momentos aparentemente triviales pueden ser parte de una complicada adaptación.
Aprender inglés, acostumbrarse a las leyes y costumbres de un nuevo país. Lidiar con la presión de sus nuevos equipos mientras están lejos de sus familias por primera vez.
El nuevo astro de los Diamondbacks tomó una de las tres decisiones que encaran los peloteros en Cuba: quedarse allí y, en el mejor de los casos, ganar hasta 2.500 dólares mensuales; jugar en países como Japón con la aprobación del gobierno, con contratos que pueden superar el millón de dólares y la posibilidad de volver a la isla al terminar la temporada; o renunciar a la vida en Cuba con la esperanza de conseguir un contrato en las mayores, donde el salario promedio es de cuatro millones de dólares.
Y desde que Cuba y Estados Unidos empezaron el año con medidas para normalizar sus relaciones diplomáticas, los jugadores y sus familias transitan por esas decisiones en medio de un escenario político inédito y en constante evolución.
“Lo que más quisiera es poder estar allí en las gradas cuando él empiece a jugar, para apoyarlo como siempre lo hemos hecho”, dijo la madre de Tomás, Melba Rosa Bacallao, sentada en un sofá en su casa en La Habana mientras ojeaba un álbum con fotos de Tomás y luchaba para contener las lágrimas. “Siempre me dice que nosotros y su hija somos lo más importante para él, y que quiere echar pa’lante por nosotros”.
La situación para jugadores como Tomás y sus familiares todavía está llena de trabas, a pesar de los avances recientes y del creciente interés de los equipos de las mayores por los peloteros cubanos. Cuba y Estados Unidos han implementado pocas medidas orientadas específicamente al béisbol, y la organización de Grandes Ligas maneja la situación con delicadeza, siguiendo la pauta de las negociaciones diplomáticas.
Al comienzo de esta temporada había 74 jugadores cubanos en los rosters de las mayores y las ligas menores, 11 más que el año pasado, y más del doble que en 2008, según Grandes Ligas. El canto de sirena del béisbol se escucha fuerte en Cuba, donde la percepción de Estados Unidos ha mejorado en años recientes a medida que la isla abre sus puertas a cambios sociales, políticos y económicos.
El presidente Barack Obama se reunió hace poco con el mandatario cubano Raúl Castro, y Cuba fue sacada de la lista de países patrocinadores del terrorismo. Hoy en día, los peloteros en Cuba hablan sin tapujos sobre su deseo de jugar en Estados Unidos, comentarios que hasta hace poco eran considerados pecaminosos por las autoridades. También ha habido conversaciones sobre la posibilidad de realizar partidos de pretemporada en la isla, dijo el comisionado de Grandes Ligas Rob Manfred.
Y a través de acuerdos con países como Japón, que no tienen las manos atadas por el embargo estadounidense, Cuba ha demostrado que está dispuesta a entrar al mercado del béisbol profesional. “Claro que sí me gustaría jugar donde mejor se juega en el mundo”, expresó Yulieski Gourriel, estelar infielder de la selección cubana, durante la Serie del Caribe en Puerto Rico. “Siempre que tengamos permiso, siempre estaríamos dispuestos”.
Gourriel ganó un millón de dólares la temporada pasada en Japón, antes de regresar a su país para jugar con Industriales de La Habana. Tras pagar impuestos en Japón y una comisión de 10% a la federación cubana de béisbol, que actuó como su agente, el jugador se quedó con una cifra casi inimaginable para el cubano promedio, aunque las alternativas para gastar e invertir ese dinero en Cuba todavía son muy limitadas. Salir de Cuba ya no es tan difícil y traumático como solía ser.
Yoan Moncada, quien en marzo recibió una bonificación sin precedentes de 31,5 millones de dólares de los Medias Rojas de Boston, se fue de la isla en 2014 cobijado por las recientes leyes que permiten a cualquier ciudadano cubano viajar al extranjero sin necesidad de contar con una visa de salida. Nada de embarcarse en bote hacia México en medio de la noche.
El joven pelotero, ahora de 19 años, fijó su residencia en Guatemala, donde audicionó para los equipos de las mayores.
Cualquier jugador que sea dado de baja de su equipo local por la federación cubana puede viajar al extranjero, dijo Antonio Díaz, un vocero de la federación. Moncada solicitó su baja y el organismo se la otorgó “porque no era de interés de la selección nacional”, agregó. Pero, para cumplir con las estipulaciones del embargo, los que deseen fichar en Estados Unidos tienen que firmar una declaración jurada que establece que no volverán a Cuba. Una vez en Estados Unidos, ver a los familiares es difícil.
La ley cubana permite a los desertores volver a la isla ocho años después de salir, un estatuto que aprovecharon ex peloteros de las mayores como José Contreras y Rey Ordóñez para visitar hace dos años. Sin embargo, el gobierno estadounidense no ha cambiado las estrictas medidas migratorias y para otorgar visas de turista a los cubanos.
“Es algo muy difícil, porque en Cuba si tú quieres pedir la visa para tu familia se tarda mucho para que se la den”, comentó el pitcher de los Marineros de Seattle Roenis Elías, quien salió de Cuba en 2010. Los cambios de política internacional entre Cuba y Estados Unidos implementados desde diciembre han sido mayormente desde el bando norteamericano.
En enero, Estados Unidos cuadriplicó la cantidad de dinero que se puede enviar a personas en la isla, a 2.000 dólares trimestrales. También eliminó muchas restricciones de viaje para los estadounidenses, y ciertos controles que existían sobre empresas estadounidenses, con la idea de fomentar el pequeño sector privado en la isla.
Netflix, MasterCard y la compañía de alquiler de casas Airbnb ya entraron al mercado cubano, aunque pocos en el país cuentan con internet de alta velocidad y la mayoría de los bancos que emiten tarjetas de crédito todavía prohíben las transacciones desde Cuba. Por ahora, nada de ver partidos de béisbol de Grandes Ligas por internet.
“Todos estamos descifrando esto sobre la marcha, siguiendo los pasos de las negociaciones diplomáticas”, comentó el gerente general de los Dodgers de Los Angeles, Farhan Zaidi.
“El panorama más optimista es que habrá más apertura”. Los equipos han demostrado que no les tiembla el pulso para gastar enormes cifras de dinero para conseguir al próximo astro como Yasiel Puig o José Abreu.
Boston fichó a Rusney Castillo por 72,5 millones de dólares el año pasado, el contrato más grande otorgado a un pelotero cubano, mientras que Tomás fichó con Arizona por 68,5 millones. “Ese grupo de jugadores cubanos en los últimos años han demostrado que pueden jugar, que están listos para jugar en Grandes Ligas, y que pueden jugar en un corto tiempo o inmediatamente”, señaló el dominicano Junior Noboa, vicepresidente de los Diamondbacks para América Latina.
El próximo que podría recibir un jugoso contrato es Andy Ibáñez, quien fue el jugador más joven de Cuba en el Clásico Mundial de Béisbol de 2013 y desertó del país. Salir de Cuba y firmar un contrato en las mayores son apenas los primeros retos para los jugadores y sus familiares.
“Están en cero, ellos no entienden nada”, señaló Prieto, un ex pitcher de 45 años que fue contratado por los Diamondbacks para servir como mentor a Tomás, después de desempeñar una labor similar con Yoenis Céspedes en los Atléticos de Oakland. “Vienen de un cambio completo, de cero en el idioma. Conocen de béisbol, pero no conocen las filosofías de las organizaciones”. Tomás relató que tuvo ofertas de equipos japoneses, pero que finalmente se inclinó por salir de Cuba con su pareja para buscar suerte en Grandes Ligas.
Atrás dejó a su madre, padre, un hermano menor y una hija que entonces tenía ocho meses. Ahora navega los cambios en su vida: fanáticos que lo esperan después de los entrenamientos para pedirle autógrafos, leyes tributarias diferentes y una situación económica que jamás siquiera soñó.
El deporte que conoce desde la infancia, y su lenguaje universal, le ayudan en la transición. Después de todo, béisbol en inglés es “baseball”, un jonrón es un “home run”, y un strike es un “strike”.
Cuando está fuera del terreno, su mente se transporta a su hogar en La Habana, donde un televisor de pantalla plana y un nuevo refrigerador chino son algunos de los pocos lujos que ha brindado a su familia. Tomás cree que las nuevas relaciones diplomáticas facilitarán que los peloteros puedan reunirse con sus familiares.
“A todos los cubanos que están en Grandes Ligas pienso que les gustaría estar con sus familias”, comentó. “Sería algo bueno, algo bonito, que uno vuelva a reunirse con su familia después de tanto tiempo sin verlos”. Su madre sólo quiere asegurarse que esté comiendo bien, cuidándose y sacando el mayor provecho de esta oportunidad. “Él me dijo que le parecía mentira ser millonario, de ese mundo de dinero él no sabe nada”, expresó “Rosita”, como conocen a la mujer de 43 años en su barrio en la periferia de la capital.
“Creo que no sabe lo que significa esa cantidad de dinero, yo ni me lo imagino”. ¿Y qué hay de la imagen de ese pelotero algo tímido, intimidado por una chica de edad preescolar que le pidió un autógrafo? Nada más lejos del Tomás que ella recuerda. “Siempre hablaba muy alto, él como que siempre grita, parece un trueno”, relató. “Espero que allá hable más bajito”.