Un riesgo es la probabilidad que uno tiene de padecer un daño, ya sea en lo físico, en lo psicológico, en lo emocional, en lo sexual o en lo social. Existen adolescentes que son más vulnerables que otros a padecer ese daño; debido a que cuentan con mayores factores de riesgo, como son: disfunción familiar, abandono de la escuela, amigos de influencia negativa, mucho tiempo libre, poco vínculo y apego con los padres, inicio de las relaciones sexuales tempranas, uso y abuso de alcohol y drogas ilegales, adicción a pornografía o conducir a alta velocidad y asumir conductas desafiantes.
Sin embargo, existen adolescentes de conductas de alto riesgo, que por su frecuencia y su peligrosidad son tres veces más vulnerables, ejemplo: aquellos que usan alcohol, marihuana, cocaína y conducen de forma temeraria, o aquellos(as) que tienen mal manejo de la ira, tendencia a la depresión y abusan de sustancias químicas, son más vulnerables al suicidio, perdiendo la capacidad de prevenirlo, de discriminarlo y de aprender a salir bien del peligro, cuando a otro le va mal.
Pero lo más complejo es cuando existe el riesgo biológico o heredo-familiar, y el adolescente lo desconoce. Un padre o madre depresivo, alcohólico, jugador patológico, o que se haya suicidado. Esa condición, unida a la baja autoestima, la pobre identidad, la inseguridad y el sistema de creencia, con tendencia a la autoculpa, la vergüenza, el miedo, la desesperanza y el autocastigo, conlleva al adolescente a ser más vulnerable.
¿Qué hacer? ¿Cómo prevenirlo? Sencillamente aumentando los factores protectores como son: mejor relación familiar, más fiscalización al adolescente, ponerlo en contacto con los estudios y con espacios que le aumenten la autoestima, crearle vínculos y apegos sanos, deporte, música, espiritualidad, y tener una actitud menos crítica y menos desafiante para ellos, como forma de evitar el síndrome de oposición o sea, dime que me opongo.
El adolescente en riesgo y de implicaciones riesgosas, ha perdido sus factores protectores, ha dejado de utilizar su juicio crítico, su inteligencia social y emocional. Solamente le mueve, la búsqueda del placer, del goce, la seducción y el entretenimiento, sin ningún sistema de consecuencia.
Los indiciadores les dicen que van mal, que se aproxima a ser víctima del daño y a quedar atrapado dentro del riesgo. Sin embargo, un adolescente saludable asume con inteligencia social y emocional su proyecto de vida, a través motivaciones y propósitos saludables, logrando convertirse en un adolescente de alta resiliencia social.
Las familias, las escuelas y los propios adolescentes tienen que ser actores principales para una estrategia en Salud Mental, que le permitan adquirir una firme identidad, una vida con equilibrio y eficacia, para lograr la felicidad.