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La victoria del 2000 acumuló largas horas de ejercicio opositor y los decretos firmados por Hipólito Mejía incorporaron al tren gubernamental a todas las corrientes dentro del PRD. Inclusive, el éxito electoral del 2002 hizo crecer la idea de que se avecinaba una larga estadía del partido blanco en el poder. Dos factores descarrilaron los buenos augurios: la reelección presidencial y la crisis bancaria.
Todavía hoy sostengo el criterio de que lo errático en la modificación constitucional del 2002 no estuvo en romper con la tradición anti/reeleccionista del partido, sino en que simplificamos esa modificación a extender en el gobierno al candidato del partido sin afincarnos en una verdadera reforma estructural del aparato institucional. Reitero mi argumento de siempre, en el sentido de que ayuda con mayor efectividad al relevo del liderazgo un marco constitucional de dos periodos consecutivos sin posibilidad de continuar y no el vigente en la actualidad.
Aquellas dificultades económicas producto de una crisis excepcional obstruían las posibilidades de triunfo. Inclusive, soy testigo de excepción de que, propuestas marrulleras provenientes de dirigentes de un partido con bastante experiencia en fraudes electorales, fueron rechazadas de plano. Y es en el marco de la derrota del 2004 que se establecen las bases de un modelo partidario en manos de gente sin una real compresión política del proceso, seducidos por la idea de que la plataforma del PRD podría servir a sus ambiciones.
Cuando las bases del PRD en el 2007 cerraron filas a favor de Vargas Maldonado establecimos una lógica donde la fuerza del dinero se impondría sobre la vocación de servicio y una hoja ética inmaculada. De eso, muchos somos responsables. Sobre todo, un Hipólito Mejía que no calculó las terribles consecuencias que traería su endoso a las aspiraciones del ministro de Obras Públicas 2000-2004. Esos vientos trajeron estos lodos, porque no preferir a Milagros Ortiz en esa coyuntura constituye la acción política de mayor torpeza en los últimos años.
Miguel Vargas no solo representa el asalto de los sectores conservadores en la dirección del PRD sino que las características de su gestión y defensa de los valores partidarios provocan una extraña coincidencia con temas históricamente contrarios al partido blanco. Aspectos como el migratorio, en materia del aborto, lo social y económico ponen a la organización de José Francisco Peña Gómez a morderse la cola de sus incongruencias.
La acción estratégica ha sido errática. En esencia, un PRD bajo el control de Vargas Maldonado se dedica torpemente a ocupar un espacio político que desde 1996 tiene un dueño: el PLD. Y es muy sencillo, porque los sectores conservadores prefieren mil veces a un Leonel Fernández o Danilo Medina debido a los niveles de consistencia y adiestramiento en la conducción del aparato gubernamental. Por eso, cuando miran hacia el partido blanco lo único que distingue al sector que controla las siglas es un afán de lucro y la ausencia de contenido. Y esa es la principal desgracia!