El flemático presidente español, Mariano Rajoy, no pudo ocultar el martes la contrariedad aguda que le causaron las alusiones de Pedro Sánchez a la fabulación de describir a España como una arcadia feliz y, sobre todo, a la corrupción, personificada en Bárcenas, que estuvo durante demasiado tiempo asentada en el meollo de Génova, la sede madrileña del Partido Popular.
En esta ocasión, con un dilatado y múltiple proceso electoral a la vista y con la amenaza latente de que dos formaciones nuevas coman el terreno a los grandes partidos tradicionales, el líder popular pretendía explotar una especie de acuerdo tácito con el socialista Pedro Sánchez para preservar en lo posible lo que a ambos interesa teóricamente por igual, el predominio bipartidista.
Fuentes del PP aseguraban en los días anteriores al debate que todo estaba escrito, que el portavoz socialista se centraría en la defensa de su espacio político y no en la crítica al Gobierno, y que ello le aportaría madurez y densidad suficientes para consolidar su liderazgo en el PSOE.
Pero no: el análisis de Pedro Sánchez fue muy distinto. Negó la tesis de que la crisis ha sido un mero paréntesis que está a punto de cerrarse con el retorno a la situación anterior: la crisis, que ha enriquecido paradójicamente a la minoría privilegiada y que ha hundido materialmente al sector central mayoritario del cuerpo social, ha quebrado los anteriores consensos fundacionales y- como bien dijo Sánchez- también el pacto generacional en que confiaban las generaciones emergentes, hoy postergadas y sin horizontes.
La crisis ha arrojado en definitiva a la cuneta a gran parte de las clases medias, ha eliminado la seguridad de los trabajadores, ha frustrado los horizontes de los jóvenes y ha adelgazado hasta la anemia el estado de bienestar. No se trata, pues, de dar por zanjado el incidente de la doble recesión. “Ha sido mucho más que eso- y de ponerse a aplaudir ante la nueva etapa de crecimiento económico que acaba de abrirse: hay que reconstruir lo destruido, que ilusionar de nuevo a las muchedumbres y devolverles la serenidad, la esperanza, la confianza y la fe en este país.
Pocas veces Rajoy se ha salido tan ostensiblemente del guión en un debate, y en esta ocasión lo ha hecho visiblemente enfurecido. Analistas consideraron impropio que un presidente del Gobierno cuestione las aptitudes políticas de sus antagonistas dialécticos y mucho más aún que se ponga en evidencia con la descalificación del adversario. Llamó a Pedro Sánchez patético.
Del debate emergió la figura de un Rajoy arrogante y desbordado por los acontecimientos, desaforado y colocado en sitio su por un recién llegado de cuarenta años que tiene todo el futuro a sus pies.
El debate ha fortalecido objetivamente a Pedro Sánchez y a su partido, que han cobrado entidad y personalidad gracias a la solvencia rectilínea de las intervenciones del secretario general, lo que potencia, aunque sobre coordenadas distintas, el viejo esquema bipartidista, en que el aspirante socialista ha abierto una valiosa brecha: la de erigirse como alternativa, y no como cómplice resignado, del centro derecha popular. El líder socialista necesitaba ganar el debate para recuperar las opciones para su partido y para consolidarse al frente de la secretaría general.
Más críticas
En pleno debate sobre el estado de la Nación, una personaje televisiva ha irrumpido en medio del debate entre el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, líder de la oposición. Carmen Lomana, colaboradora televisiva, ha utilizado su cuenta de Twitter para criticar a Rajoy y pedirle que se deje de reír de los españoles.
Carmen Lomana analizó el debate sobre el estado de la nación y señaló que «es muy feo ayer en el Parlamento el desprecio y falta de educación de Rajoy hacia Pedro Sánchez llamándole patético».