Una crónica. Un fin de semana en Puerto Príncipe

Una crónica. Un fin de semana en Puerto Príncipe

Era viernes 8 de agosto. De la Capital a Jimaní se disfruta de buena carretera, de la alegría de ver campos sembrados sobre todo de plátanos, y de la belleza del bosque seco. Es de destacar esa curiosidad de la naturaleza de los lagos Enriquillo y Azuey que crecen y anegan plantíos y ruyen las carreteras.

A todo lo largo del camino se viaja acompañado de patanas, de carga pesada, que transportan mercancías a Haití. Van cargadas y regresan vacías. También pasan algunos autobuses de pasajeros. Y carros pocos. Poca gente.

En JimanÍ – Mal Passe. Jimaní va adquiriendo tonos de ciudad. Nuevas edificaciones, restaurantes, movimiento comercial. Se oye la queja que el comercio pasa por allí, pero los beneficios se van a otras partes. Las aduanas, tanto dominicana como haitianas, desasitiadas por las crecidas de los lagos, encharcadas, polvorientas, en medio de un clima bien caliente. Una nube de tributarios te asedian ofreciendo servicios burocráticos y además refrescos, alimentos, cambio de divisas (pesos, gourdes, dólares). Controles vestidos de civil y militar. Y después de un buen rato irse adentrando en Haití. No es adentrarse en un territorio, sino en la gente. Mucha gente. Mucho movimiento. La gente va y viene, sube y baja. Negocios y negocitos y vendedores tantos. Es notable la cantidad de iglesias de diversas religiones.

Se ven algunas construcciones. Reparación de carreteras, puentes, elevados, edificios gubernamentales, casas pequeñas. La Minustah es menos visible, mucho menos que en anteriores ocasiones.

¿Quiénes éramos y a qué íbamos? Un grupo de ocho jesuitas dominicanos, dirigidos por el superior provincial Javier Vida, S.I. a acompañar a un compañero haitiano, Delsen Innocent, que estudió filosofía durante cuatro años con nosotros que iba a ser ordenado sacerdote.

La ordenación. El sábado 9, en la mañana, fue la ordenación. Se celebraría en el colegio San Luis Gonzaga, de los Hermanos de la Salle. Colegio grande en terreno y edificaciones como no hay en nuestro país.

Un buen grupo de sacerdotes a estola verde. Todo bien organizado, en orden, formal. Oramos antes de salir para la Iglesia. Entramos en la asamblea, venia al Cristo y beso del altar. Cuando doy la vuelta observo ese orden. Todos de pie, rectos, bien vestidos. Muchos hombres con su traje y mujeres con falda y tocadas. Callados. Se escuchaba el vuelo de la mosca. El coro cantaba, los fieles cantaban. Sin estridencias. En mi escasísimo conocimiento de la lengua creole, no entendía nada, pero lo melodioso de la música me encantaba. ¿Y qué decir de la danza? Un grupo de jóvenes, en diferentes vestidos, procesional, ante el altar, movían cabezas y brazos, sin casi levantar los pies, al ritmo de una música suave y cadenciosa. Respeto y reverencia.

La celebración. El presbiterio en su punto. Velas encendidas. Micrófonos a punto. Nadie se movía fuera del ritual. Presidía el altar el ordenante monseñor Joseph Gontrand, S.I., Obispo de Jérémie; a su derecha Miller Lamothe, S.I., superior de los jesuitas de Haití; a su izquierda, Jean Marc Biron, S.I., superior provincial de Quebec y Haití. Y los demás sacerdotes en los laterales. La liturgia procedía pausada, con calma, sin prisa, con calor pues no había ni abanicos, alguno que otro se abanicaba ligeramente con las hojas litúrgicas. No vi a nadie pararse, ni ver el reloj, ellos eran dueños del tiempo. Oración, canto, silencio. Oraciones, consentimiento, letanías, unción con el Santo Crisma, imposición de las manos, abrazo de paz.

La palabra inspiradora de la ordenación, elegida por Delsen para expresar sus raíces espirituales fue la de san Pablo en 2Cor. 4, 7: “llevamos este tesoro como en vasijas de barro”. Las vasijas de barro somos nosotros, hombres y mujeres, frágiles, caducos, inconsecuentes. El tesoro es la gracia, la vocación y la misión que Dios nos da. En nosotros, frágiles vasijas de barro, Dios ha puesto su predilección y su confianza.

El obispo rezó a mano extendida: “Te pedimos, Padre Todopoderoso, que confieras a este siervo tuyo la dignidad del presbiterado; renueva en su corazón el Espíritu de santidad; reciba de ti, el sacerdocio de segundo grado y sea, con su conducta, un ejemplo de vida”.

Al final, el obispo se arrodilló ante el neo-sacerdote y le pidió la bendición.

En el turno de Delsen habló en creole a los fieles. No entendí. Pero tuvo unas palabras en español para sus compañeros dominicanos que lo acompañaron en su proceso de formación durante cuatro años y tanto les agradece por los conocimientos académicos de filosofía y por la solidaridad mostrada, cosa que habla alto en el saber de humanidad.

En la sacristía se repitieron las oraciones y bendiciones. Fotos de familia y de amigos. El bufé sobrio y sabroso al toque del vino.

Un nuevo sacerdote para la Compañía de Jesús en Haití. Los jesuitas haitianos son 20 sacerdotes –más dos fallecidos- y 25 seminaristas. Los canadienses franceses contados con una mano. Un buen número para una congregación que en 1964 fue expulsada por Francois Duvalier y que poco a poco se ha ido reconstruyendo con la ayuda de los jesuitas del Canadá francés.

La primera misa. El domingo 10 el escenario fue distinto. Nos levantamos temprano para estar a tiempo en la parroquia Santa Ana donde Delsen celebraría su primera misa. Ya Puerto Príncipe estaba despierto. En su permanente comercio, y en la religión. Los que iban a sus celebraciones y cultos. Bien vestidos, Biblia bajo el brazo, algunas mujeres con velito.

Santa Ana es la parroquia donde Delsen fue bautizado, hizo la primera comunión y la confirmación. La parroquia está cerca del centro de la ciudad, donde más golpeó el terremoto. La antigua iglesia cayó y a su lado han construido una de madera y zinc. Se repitió el mismo patrón arriba descrito. Formalidad, orden, silencio, participación, musicalidad. ¡Oh la música sacra en Haití! Nada estridente, suave, melodiosa, por lo bajo suena el tambor. Ni el instrumento ni el coro predominan sobre la asamblea. Es para animar la asamblea. En la oración como en el canto es una sola voz.

Si en la ordenación percibí la institución eclesial, en la primera misa me dio la impresión que estaban presentes los familiares y los amigos.

De regreso, en la tarde, todos satisfechos. Recordábamos, buscábamos explicaciones a cosas propias haitianas. Resaltábamos la personalidad del pueblo haitiano. Venían con nosotros otros dos jóvenes jesuitas haitianos a estudiar filosofía en Santo Domingo.

Construir puentes. ¿Y qué decir, para qué ir? Ir para acompañar al amigo, al compañero de la Compañía de Jesús, al vecino haitiano. Construir puentes personales e institucionales y nacionales. Acercar realidades. Recrear la historia. Confirmar lo distinto. Por ser distintos no tenemos que ser distantes. Por ser vecinos no hay por qué ser contrarios. Dar una puntada en el tejido de nuestra historia y relación. Una puntada en lo afectivo y en lo religioso. Mas acá o más allá de la economía y la política está lo humano donde todos nos identificamos. Y está lo divino, del Dios de quien provenimos y a quien vamos.

 

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