Si hacemos una proyección de lo que será nuestro futuro, necesariamente tenemos que tomar en cuenta las ocurrencias del ayer y del hoy, y nuestras actitudes ante cada circunstancia. Y es en virtud de la realidad de terror que vivimos hoy que asumimos con pesimismo la proyección hacia lo que podría ser nuestro porvenir como sociedad que se solaza en el progreso material pero descuida el cultivo de los valores esenciales para la auténtica superación humana.
A propósito de la Semana Santa, el procurador Francisco Domínguez Brito llama a la población a reflexionar sobre cinco de los principales problemas que aquejan a muchos niños, niñas y adolescentes, y que este funcionario, con conocimiento de causa, identifica como delincuencia, consumo de drogas, prostitución, embarazo, y deserción escolar. La actualidad es aterradora y la proyección hacia el porvenir, si no revertimos esa realidad, no puede ser menos mortificante.
La sociedad en pleno, gobernantes y gobernados, tiene que asumir la responsabilidad de moldear un porvenir provechoso. No podemos seguir indiferentes mientras cada vez más niños y adolescentes delinquen, se corrompen, se prostituyen o caen en el vicio de las drogas. La realidad que tenemos hoy entre los futuros hombres y mujeres, no proyecta nada constructivo hacia el futuro. Frenemos este descalabro social.
RECUPEREMOS ESE INSTINTO
Todo ser viviente está dotado de un instinto de conservación que hace reaccionar ante el peligro, olerlo, percibirlo cuando nos amenaza. Sin embargo, en períodos de asueto como la Semana Santa, son muchos los que se despojan de ese instinto y se lanzan a mezclar alcohol y velocidad con una dosis de temeridad que generalmente lleva a conclusiones dolorosas. Es un gozo excesivo que a veces se paga con la vida.
Ese abandono del instinto de supervivencia obliga a grandes operativos de prevención de tragedias. Mucha gente no repara en que cuidándose a sí mismo, en gran medida cuida de los demás. Tratemos de llevar con nosotros el instinto de supervivencia, ese que nos provee de la prudencia necesaria para no perder el tino y la cordura, y que nos avisa cuándo estamos sobrepasando los límites del raciocinio, de la seguridad.