Viaje por la Historia
“Trujillo no era amigo de nadie…era un monstruo!”

<STRONG>Viaje por la Historia</STRONG><BR>“Trujillo no era amigo de nadie…era un monstruo!”

Cuando más intenso era el dolor en el corazón de Ramón Cáceres Troncoso por el asesinato de sus amigos que vinieron en la expedición del 14 de Junio, lo llamó Telésforo Calderón, presidente del Partido Dominicano, para anunciarle que se le había concedido el honor de seleccionarlo para hablar en el mitin que condenaba “esa invasión”.

Habían matado a José Cordero Michel, Octavio Mejía Ricart, Johnny Puigsubirá, Leandro Guzmán Abreu y otros conocidos. “Me entró un ‘down’ del carajo, me tiré en una cama a dar gritos y ahí me encontró mamá”, cuenta. Le explicó las causas de su sufrimiento y en medio de la conversación se produjo la llamada del funcionario trujillista. No tuvo más opción que aceptar.

Cuando acudió a la sede de la organización oficial junto a su padre, Calderón confesó que se expresó en esos términos porque Trujillo estaba a su lado escuchándolo. Cáceres Troncoso disertó en el parque Ramfis (Eugenio María de Hostos) censurando el desembarco pero inmediatamente pidió a su tío Fernando Amiama Tió que hablara con Arturo Despradel para que lo cancelaran y así evitar tener que renunciar. Héctor Trujillo cuestionó en principio el despido que se produjo un mes después.

 Y Cáceres Troncoso juró “no trabajar jamás para Trujillo ni servirle a ese hijo de la gran puta”. Se retiró a su casa y ejercía en el bufete familiar cuando se le acercó Rafael Francisco Bonnelly, quien lo conquistó para el Movimiento 14 de Junio y le pidió que atrajera adeptos. Persuadió a Wenceslao Vega Boyrie y a José Antonio Viñas Cáceres (Papi) a quienes advirtió que debían “estar preparados para actuar”.

 “Nos reuníamos con Mario Mathis Ricart en mi casa de la ciudad o en la de Villa Mella, yo sabía que estaban Yuyo D’Alessandro y Pipe Faxas. En el grupo se regó la voz de que mientras más fuéramos, más jodíamos a Trujillo”.

El suplicio. Al poco tiempo, el tirano llamó “a Rafael Bonnelly, Rafael Vidal, Manuel Emilio Castillo y Pedro Troncoso Sánchez”, colaboradores suyos con hijos en la agrupación para informarles que se había enterado, que los iban a interrogar y les prometió: “He dado instrucciones de que se los entreguen de una vez”.

 Minutos después se presentó en la oficina de los Cáceres uno de los  carros cepillos del Servicio de Inteligencia Militar con calieses que se llevaron a Ramón a  su local de la avenida “México”. “Ahí me recibió Cholo Villeta, tomó mis generales y me mandaron para La 40. En el camino me dieron fuetazos en la espalda y al llegar a la cárcel lo primero que ordenó un carajo fue: “¡Quítese la ropa, hijo de la gran puta!”. Me metieron en una celda junto con todos “Los panfleteros” y Leandro Guzmán, Miguel Feris, Miguelito Lama… Todavía éramos seis en la celda que apenas tenía una ventanita con unas rejas y una puerta de hierro. Pero el día 20 de enero de 1960, ya éramos como 200”, narra.

 Mostrando cicatrices, reaccionando con dolor como si estuviera recibiendo el martirio en esos momentos, exclama: “Me torturaron todos, en especial Virgilio García Trujillo, era un asesino. Su papá, José García, fue uno de los asesinos de mi abuelo… Y este puso a su hijo, Virgilio García Kushner, a darme también golpes”. Le azotaron, propinaron puñetazos, le pegaron “la picana”. “Un oficial me rompió un ojo con el anillo… Tunti Sánchez, otro asesino, maltrató a muchísimos”.

 En dos semanas en esa ergástula, herido, golpeado, con la visión afectada, recibía como alimento bofe, mondongo, plátano “con salchichón malo” y siempre golpes. Nunca lo interrogaron.

 Lo trasladaron a “La Victoria” a una solitaria en la que había 18 presos. “Nos turnábamos para respirar por las rendijas. El coronel Horacio Frías, un bárbaro, fue a ver a Negro Trujillo: ‘Dígale al Jefe que si quiere que se mueran, está bien, pero que si no quiere, que los mande a curar. Ese día me curó el doctor Chales Dunlop. Me raspó las postillas, me echó alcohol, yodo, Sulfatiazol. Rebajé 40 libras, tenía herido un ojo y la espalda llena de surcos”, narra.

 Después de unos días lo mandaron a vestir pero volvió a pasar otros “en cueros” en el sótano de la cárcel de la Policía donde también fue maltratado. Dormía en el suelo. Con alrededor de 600 presos políticos le transportaron, sin decirle, al Palacio de Justicia. De regreso en la sede policial, su pariente Braulio Álvarez Sánchez, jefe de la institución, ordenó que le vistieran y abrieran camas”.

 “Nos visitó mi abuela Mamí (viuda de Troncoso de la Concha), nos vio y nos dio la bendición. Comprobó que estábamos vivos”. Tenía ahí también a otro nieto, Marcos, hijo de Pedro Troncoso Sánchez.

 Estos hechos ocurrían, señala, “en un momento en que ya Trujillo estaba en evidencia. Taba dao. Se había producido la Pastoral de la iglesia católica y se le estaba complicando la situación internacional”. Por lo demás, muchos de esos reos eran “gente de mucha alcurnia”. Lo que no valió para que los liberaran. “Trujillo no era amigo de nadie. ¡Trujillo era un monstruo!”, exclama.

 Un buen día, cuenta, lo mandó a buscar Álvarez Sánchez a su despacho. Le acompañaban Marino Cáceres, padre de Ramón, y el coronel Soto Echavarría. Comunicó: “El Jefe ha tenido la generosidad de soltarte, a pesar de que eres un traidor”. Y elevando el tono de su voz le miró fijamente, reprendiéndole: “¡Ramón, coño, no me eches más vainas, al jefe no hay quien lo tumbe! ¡Trujillo es eterno!”.

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