Los viejos tienen la costumbre de hablar “sentenciosamente”; piensan que haber vivido muchos años les da el derecho de ofrecer consejos. Suponen que la experiencia adquirida -vivida y sufrida- es transferible por medios cuasi-pedagógicos. En la vecina isla de Puerto Rico es frecuente oír un refrán, que aplican a los niños, según el cual “nadie aprende en cabeza ajena”. Es preciso que cada uno intente “cantar su canción” y recorra largos y tortuosos caminos, antes de que las experiencias dejen algún sedimento en las cabezas. Los viejos suelen repetir las cosas, pues olvidan que antes habían explicado el mismo asunto.
Es difícil que los viejos, estimulados por las fiestas navideñas, no hablen de enfermedades, medicamentos y vitaminas. Dar consejos y referirse a tratamientos médicos u operaciones quirúrgicas, son dos escollos insalvables en las conversaciones con personas mayores. Habría que añadir que muchos ancianos se complacen en defender “los viejos tiempos”, frente a “la deplorable época actual”. Sin embargo, a pesar de estos “callos de la comunicación” intergeneracional, las conversaciones con viejos pueden resultar provechosas y, en algunos casos, muy “constructivas”. Los viejos se atreven a decir cosas que ningún joven dice, sobre todo si se trata de ideologías sociales o de política ordinaria.
Un viejo puede “estar de vuelta” de todos los argumentos ideológicos revolucionarios; un joven no se atreve a transgredir creencias compartidas por sus amigos, o defendidas encarnizadamente por sus profesores. Los viejos saben perfectamente cuál es la diferencia teórica entre el Estado y el gobernante; pero a la hora de razonar nuestros problemas políticos, partidarios o administrativos, ellos no distinguen el Estado del gobierno. La experiencia política “derrota” o arrincona la Teoría del Estado. Todos los viejos estiman que la “voluntad popular” se ejerce, únicamente, el día de las elecciones.
Ningún viejo cree que son importantes las diferencias entre los distintos “regímenes” políticos. Se cuecen las mismas habas en China que en Cuba, en Santo Domingo o en Rusia. Los hombres padecen, en todo el mundo, parecidas cojeras. Los jóvenes tienden a defender conceptos rígidos o principios vaporosos, que no resisten la durísima prueba antropológica que es “el paso por el poder”. Las virtudes indispensables de la juventud podrían potenciarse escuchando los viejos.