18 años después

18 años después

El 19 de julio una Nicaragua asolada, vitoreaba la caricatura de revolución que persiste en las pulseras de Rosario Murillo.

41 años después del triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional, Daniel Ortega, uno de los muchachos que pretendía liberar a la patria de Sandino del abuso sin límites de la dinastía de los Somoza, reedita lo peor del régimen combatido.

Y aquí, aterrados por los efectos de la pandemia y aún sin la tregua necesaria luego de una campaña electoral miserable, plagada de insultos e infamias, así, como si nada, recordamos que el 14 de julio, día de la fiesta de Francia, se cumplieron 18 años de la muerte de Joaquín Balaguer Ricardo.

En su historia, la historia. Fue norte e imán, centro de todo y final también, cumbre y precipicio. 18 años después releo “Sin Balaguer Sin Excusas” artículo publicado entonces y la relectura provoca una extraña sensación. Los portaestandartes de la hidalguía para enfrentar el régimen, sucumbieron.

Cercados por la codicia y la vanidad, hoy pontifican, como chamanes desvergonzados. Imputaron villanías que ahora nadie les imputa. Es la generación, como escribí en el trabajo citado, que conoció la tiranía en el miedo de las rodillas que la mecían.

Criada sin padres, hermanos, tíos porque estaban exiliados, presos, muertos y solo el silencio explicaba la ausencia. Ignoraba porqué cerraban las ventanas cuando se escuchaba el sonido del motor de un Volkswagen.

Entre alegrías y misterios aprendió a escribir utilizando cuadernos con la imagen de Trujillo y su escolaridad fue interrumpida por disturbios callejeros. Escuchaba sollozos en las noches interminables de toque de queda, después de la libertad. Libertad, sin saber el significado.

Libertad y Basta Ya, Libertad y Balaguer Muñequito de Papel, paleros y sicarios huyendo o escondidos. Libertad y los dicterios de Bonillita, y las explicaciones del Profesor. Sombreritos de cana, el buey que más jala, machete verde. Generación que creció entre el espanto ajeno, una libertad que no comprendía y encontró la adolescencia en una esquina ensangrentada.

Esa de finales de los 60, que descubrió el mundo en los 70 respirando rock, mezclando a Martha Harnecker y a Neruda, a Nikitin y a Gorki. Soñaba con una beca del partido, recitando a Silvio. Entre París, La Habana, Moscú, una misión, canciones, un periódico clandestino y la universidad, compartía utopía y consternación.

Para esa pequeña burguesía urbana la revolución era posible y Joaquín Balaguer encarnaba el mal. Propiciaba la corrupción, la muerte, la violación a los derechos humanos, la entrega de nuestras riquezas al capital extranjero.

Demasiado cadáver, exilio, tortura, cárcel. Demasiado afán empeñado en la transformación que no se produjo. La rebeldía se repartía entre los grupos católicos, la militancia en el PCD, el PS, o la cercanía con Bosch. Los más aguerridos coqueteaban con el MPD. Los iconos reverenciados del antibalaguerismo, lograron colarse en los gobiernos del PRD.

Muchos habían claudicado antes, primero la canonjía, después el piropo, el escritorio en una oficina pública. El 1978 trajo a los expatriados, destituyeron militares, comenzó el respeto a los derechos humanos. En el año 1986, Balaguer regresa enaltecido, recupera formalmente el poder, lo había prestado. Ser antibaleguerista se convertía en antigualla.

Después de ser reconocido padre de la democracia, su casa fue convertida en santuario de obligada visita para aquel que pretendiera poder. Logró que sus presos, sus torturados, sus exiliados, sus viudas, sus huérfanos, sus ofendidos, cayeran rendidos a sus pies.

Uno a uno como caballeros y todos juntos como malandrines. Una legión de connacionales hizo del antibalaguersimo seña de identidad para insertarse en la sociedad, pero fue derrotada por su vigencia. Con su muerte se quedó sin excusas, tuvo que asumir las riendas de su vida, anhelando el susurro pérfido del oráculo de Navarrete. Relevo castrado, irascible e intolerante, descubrió en las monsergas éticas su razón de ser.

18 años después, sin Balaguer y sin Vitico, exhibe un oportunismo senil que se arrastra buscando recompensa. Actitud que conturba a quienes creyeron sus soflamas redentoras.

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