Decidí hacer una pausa. Hay momentos en que el cuerpo y el alma necesitan detenerse para pensar en el pasado y en el devenir.
No canta el grillo. Ritma
la música
de una estrella.
Mide
las pausas luminosas
con su reloj de arena.
Traza
sus órbitas de oro
en la desolación etérea.
La buena gente piensa
– sin embargo –
que canta una cajita
de música en la hierba.
Pausas (2) de José Gorostiza
He recibido llamadas, correos y mensajes de WhatsApp porque desde hace varias semanas que no publico mis amados ENCUENTROS. Me sentí muy dichosa de saber que existen lectores que esperan mis reflexiones, mi búsqueda racional por conocer lo desconocido o, simple y sencillamente, mi explosión de sentimientos.
Decidí hacer una pausa. Hay momentos en que el cuerpo y el alma necesitan detenerse para pensar en el pasado y en el devenir. La vorágine nos obliga a responder de manera automática a las demandas cotidianas, sin tiempo para analizar lo que hacemos. Por eso le pedí a mi querido amigo Bienvenido Álvarez Vega, director del periódico Hoy, que me otorgara una pausa. Necesitaba alejarme de mis amados Encuentros. Aceptó de manera muy comprensiva.
Después de varios días, respondiendo a mis obligadas demandas laborales, decidí tomar algunos momentos y algunos días para la contemplación y la introspección. Me senté al lado del mar y observé el ritmo pausado y constante de las olas que iban y venían. Me encanta ver el mar hasta el horizonte, cuando se confunde con el cielo, y las gaviotas vuelan por todas partes, salen y entran del mar. Me fascina sentir la brisa cálida, el olor de la arena mojada y la sal que te golpea por todo el cuerpo. Me entretuve y olvidé mis preocupaciones. Algunos días de asueto impuesto, miraba al cielo, y me ponía a descifrar las formas de las nubes.
Me entretuve y olvidé mis preocupaciones. Después miré al cielo, y me puse a descifrar las formas de las nubes. Recordé los bellos momentos vividos con mi nieto mayor, con quien me acostaba en la grama del pequeño jardín de mi casa, para contemplar las nubes. Inventábamos historias y nos reíamos como locos. Ahora con mi nieto menor nuestro interés es descubrir a la luna y todas sus fases. Por supuesto, su favorita es la luna llena. La que parece un guineo le da risa. Me hace pintar la luna cuando jugamos a dibujar. Bromeo y le digo a su madre que va a ser poeta porque tiene verdadera obsesión con la luna.
El tiempo transcurrió sin darme cuenta. Disfruté enormemente de esos momentos maravillosos de contemplar a mi alrededor sin agendas preconcebidas, sin la presión de un compromiso por cumplir.
Esa pausa de una parte de mi rutina habitual me hizo reflexionar. Me convencí ¡una vez! de que amo escribir, que amo mis Encuentros, y amo la vida que elegí. También comprendí mejor que la vida no es llegada final, sino paradas temporales. También asumí con alegría que ya soy una mujer orgullosamente sesentona y peligrosa, pues ha cumplido muchos de sus sueños; y aquellos que no llegaron, los ha enviado al baúl de los más grandes olvidos.
Cuando me iniciaba en el difícil mundo profesional, trabajaba los siete días de la semana. Vivía en un torbellino interminable, pues quería complacer a todas mis demandas y a todos los que me rodeaban. Sacaba fuerzas de donde no tenía. Y con el paso de los años, mi cuerpo me cobró el abuso. A fuerzas de desventuras, gracias al encuentro con el dolor físico y el sometimiento a la voluntad de los médicos, entendí que debía reducir la velocidad. Descubrí entonces la belleza de lo cotidiano y las pequeñas cosas. Aprendí a valorar más a los míos, que es más importante caminar en el parque con los nietos, que estar al día con el último hit de la historia; que compartir con mis hermanos y sobrinos, es tan importante como dar una conferencia.
Hoy, repito, a mis sesenta y tres años, después de haber vivido, de haber caído, de haberme levantado, de haber llorado, de haber escuchado críticas injustas, ya no me importa decir NO PUEDO. Decidí ser selectiva y solo hacer lo que amo.
Vuelvo a mis amados Encuentros. Porque me conecta con la gente que ama, discute y odia lo que escribo y pienso; pero ellos, ustedes, constituyen mi aliento, también mi alimento.
Amo estos Encuentros, porque constituyen mi espacio para la escritura de lo que siento; y en momentos, también la de lo que pienso. Son casi mil palabras para expresarme sin límites, sin coacción, sin la imposición de la lógica expositiva que exigen los trabajos académicos.
Estos son los Encuentros múltiples del alma y de la razón, que forman parte de mi propia existencia. Esta pausa fue necesaria. Nos vemos en nuestra cita la próxima semana.