Eco es duro con el siglo XX. Un siglo de avances materiales y de enanismo intelectual. Es mordaz con aquellos que defienden el posmodernismo
La historia de los enanos y los gigantes siempre me ha fascinado. No obstante, la polémica histórica de los enanos y los gigantes no es más que un capítulo de la lucha milenaria entre padres e hijos que, como veremos al final, nos sigue afectando. (…)
El conflicto entre padres e hijos también puede adoptar formas no violentas, aunque no por ello menos dramáticas. Hay quien se enfrenta al padre burlándose de él (…) Umberto Eco [i]
Hurgando en la librería de la ciudad, me encontré con este magnífico ensayo del gran Umberto Eco, sin lugar a dudas el más brillante de los intelectuales italianos. Bajo el título “A hombros de gigantes”, fue publicado después de su muerte. Sus discípulos se encargaron de recoger textos sueltos en una obra. En estas casi 400 páginas, el autor hace galas de una profunda erudición y de una amplísima cultura sobre los símbolos del pensamiento y las creencias del mundo occidental.
Nacido en 1932, murió en el 2016. Filósofo, semiólogo y medievalista, Eco se destacó en su Italia natal por ser un profesor universitario erudito, que combinaba sus clases con la escritura. Escribió y publicó mucho: Obra Abierta, Apocalípticos e Integrados, La estructura Ausente, Tratado de Semiótica General, Los límites de la interpretación, Historia de la belleza, Historia de la fealdad, De la estupidez a la locura (obra póstuma), solo para citar algunas. Pero fue su primera novela histórica, “El nombre de la Rosa” que lo hizo famoso en el gran público. A este gran éxito le siguió otra novela de gran impacto que tituló “El péndulo de Foucault”, después siguió publicando novelas exitosas como “El cementerio de Praga”, “Número Cero” y Bandolino, para señalar algunas cuantas. Por su gran producción fue merecedor del premio Príncipe de Asturias en el año 2000.
Esta segunda obra póstuma fue recibida con muy buena acogida por la crítica y por la intelectualidad. Fernando Savater lo definió como un “humanista integral” y el periódico Los Ángeles Times lo categorizó como “uno de los pensadores más influyentes de nuestro tiempo.
Compré el libro y lo dejé descansar hasta que tuviese un tiempo hábil y tranquilo para disfrutar su lectura. Aprovechando un viaje a La Habana, Cuba, decidí iniciar esta fascinante y apasionante lectura. Cuenta con 12 capítulos: A hombros de gigantes; La belleza; La fealdad; Absoluto y relativo; La llama es bella; Lo invisible; Paradojas y aforismos; Decir falsedades, mentir, falsificar; Sobre algunas formas de imperfección del arte; Algunas revelaciones sobre el secreto; El complot; y, Representaciones de lo sagrado.
Me propongo en los próximos Encuentros comentar este libro. Como saben, voy a exponer las reflexiones que me llegaron al alma. Da gusto leer unas páginas no solo bien escritas, sino y sobre todo, bien argumentadas con ejemplos históricos que a veces sorprenden.
El primer capítulo, “A hombros de gigantes”, trata del eterno conflicto generacional, pero sobre todo de la evolución del pensamiento humano como superación o no de lo anterior. Como bien señala la cita con que inicié este artículo, las incomprensiones y malquerencias entre estos seres que se aman y que muchas veces no se entienden, pues hablan idiomas del alma muy distintos, ha sido una constante en la historia de la humanidad. Inicia su reflexión utilizando el aforismo medieval aparecido en el siglo XII denominado “gigantes y enanos”.
“En sus orígenes medievales el aforismo se hizo popular porque permitía resolver de forma aparentemente no revolucionaria el conflicto entre generaciones. Los antiguos son, sin duda, gigantes para nosotros; pero nosotros, sus enanos, al sentarnos sobre sus hombros, es decir, al aprovecharnos de su sabiduría podemos ser mejores que ellos. ¿Ese aforismo era en su origen humilde o soberbio? ¿Quería decir que sabemos, aunque mejor, lo que los antiguos nos enseñaron, o que sabemos, gracias también a la deuda con los antiguos, mucho más que ellos?[ii]
Señala Eco que con la aparición de los enanos comienza la historia de la modernidad como innovación en la cual se recuperan modelos olvidados por los padres. Sin embargo, Eco hace una interesante reflexión señalando que los supuestos movimientos revolucionarios, Humanismo y Renacimiento, en realidad lo que proponían y triunfaron, fue asentar una estrategia innovadora “sobre el golpe de mano más reaccionario que se haya dado jamás, si por reaccionarismo filosófico se entiende un retorno a la tradición intemporal. Estamos, por tanto, ante un parricidio que elimina a los padres, recurriendo a los abuelos, “y sobre sus hombros se intentará reconstruir la visión renacentista del hombre como centro del cosmos.”[iii]
El autor continúa con sus reflexiones señalando que las grandes revoluciones del siglo XIX se iniciaron con Kant, que obligó a Hume a despertarse de su sueño dogmático; con Hegel que sanciona la primacía de lo nuevo frente a lo antiguo, para lo cual relee con detenimiento la historia; Marx por su parte, reinventa a los tomistas griegos y denomina a su pensamiento como materialista; y, finalmente, Darwin, dice Eco, “mata a sus padres bíblicos” al proponer la evolución en contraposición a la creación.
El siglo XX no fue, a juicio de Eco, una superación del siglo anterior. “Las vanguardias históricas de comienzos del siglo XX representan el punto máximo del parricidio modernista que se pretende libre de todo homenaje al pasado”[iv]. En esos 100 años de historia se privilegia el saber científico aplicado a la técnica, en detrimento del pensamiento. Se privilegia el coche, el avión, la carretera, la tecnología…. Es “la muerte del claro de luna, el culto a la guerra como única higiene del mundo, la descomposición cubista frente a la forma, el paso de la abstracción a la tela blanca, la sustitución de la música por el ruido… Pero también aquí reaparece, bajo el rechazo de los nuevos gigantes que quieren anular la herencia de los gigantes antiguos, el homenaje al enano…”[v]
Eco es duro con el siglo XX. Un siglo de avances materiales y de enanismo intelectual. Es mordaz con aquellos que defienden el posmodernismo, pues es una idea que puede aplicarse a todo, que no explica muchas cosas pero que no explica nada. Finaliza este capítulo haciendo una autorreflexión:
Estamos entrando a una nueva era en la que, con el crepúsculo de las ideologías, la confusión de las divisiones tradicionales entre derecha e izquierda, progresistas y conservadores, se atenúa también definitivamente cualquier conflicto generacional. Ahora bien, ¿es biológicamente recomendable que la revolución de los hijos sea solo una adaptación superficial a los modelos de revolución proporcionados por sus padres y que los padres devoren a los hijos simplemente regalándoles los espacios de una marginación variopinta? (…) Mis gigantes me han enseñado que hay espacios de transición, donde faltan las coordenadas, y no se entrevé bien el futuro.”[vi]
El espacio se agotó. Seguimos en la próxima entrega.