Hoy más que ayer, la acción de decidir, hacer y hablar en exceso podría provocar diversos tipos de consecuencias negativas para la reputación, la credibilidad, la confianza y la imagen pública de las personas, empresas, instituciones y marcas que incurren en esta práctica. Siempre se ha dicho que los excesos no son buenos, ya que incursionar en ellos implica sobrepasar reglas, medidas, normas y salirse de los límites preestablecidos. Existen realidades y situaciones dentro y fuera de las organizaciones que jamás se resolverán con excesos comunicacionales irracionales.
En los contextos de la comunicación institucional y comercial, los excesos irracionales también pueden perjudicar los intangibles de las organizaciones y de las marcas. Los excesos comunicacionales consisten en visibilizarlo todo, tenga o no tenga valor noticioso. En fin, de lo que se trata es de emplear la comunicación como recurso mediático para satisfacer las necesidades de aprobación y reconocimiento públicos. Las audiencias actuales evaden y rechazan las fuentes que pretenden saturarlas con sus mensajes continuos.
En estos tiempos es frecuente y común ver a muchos CEO de compañías, de empresas, de instituciones y de marcas incurrir en exceso comunicacional, pretendiendo con ello hacer creer a determinados segmentos de las audiencias actuales sus supuestas historias de logros, las cuales solo existen como parte de los contenidos de sus mensajes continuos, pero no así en el terreno de los hechos y la realidad. Cuando el flujo de mensajes internos y externos no está sustentado en logros reales, las audiencias dejan de creer en las fuentes que los han producido y difundido. Pretender manipular la realidad mediante el uso excesivo de los medios de comunicación, es una navaja de doble filo.
Están muy equivocados los directivos, ejecutivos y gerentes de las compañías, empresas e instituciones que creen en la saturación informativa como herramienta para establecer y mantener comunicación eficaz con sus grupos estratégicos y de interés. Por lo general, cuando la saturación comunicacional es empleada de manera irracional, provoca en las audiencias destinatarias percepciones y actitudes negativas como las siguientes: rechazo a los contenidos de los mensajes, toma de decisiones adversas a las deseadas, suspicacia en torno a la calidad y cantidad de los logros exhibidos, cuestionamiento a la veracidad de los mensajes difundidos, etcétera.