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Quién soy me pregunté
Y de mi mente brotaron miles de respuestas
Tantas que no atine a descifrar cual era la mejor
Me encaminé al bosque y le pregunté a los árboles
Solo movieron las copas al son del viento,
(…)
Quién soy le pregunté a Dios
Lo que eres, que soy yo
Solo que tú eres carne y yo espíritu
Tu mente es finita la mía no tiene límites
Tienes poder en la tierra hasta que mueres
Yo tengo ese poder por la eternidad
Eres una partícula de mí
Pero muy preferida
Y no hay nada más importante en el universo que tu preciosa vida
Eso eres, así que no preguntes quién soy
Antes del todo ya eras, hoy eres, y cuando te llame siempre serás.
Leon_Roch
30/05/2012
Hace unos meses recibí una llamada de parte de la directiva de la Sociedad Alianza Cibaeña para informarme que había sido electa para otorgarme el premio Eugenio Deschamps. Una distinción anual que hace la entidad desde hace varias décadas. Lo han recibido personalidades tales como: Monseñor Agripino Núñez Collado, José Rafael Lantigua, don Rafel Herrera, Juan Daniel Balcácer, entre otros.
El jueves 26 de septiembre se realizó el hermoso acto que fue bendecido por la lluvia. La presentación de mi semblanza estuvo a cargo del muy querido historiador Edwin Espinal. Y confieso que no solo me sorprendió, sino que hasta me emocionó. No fue una presentación usual y tradicional, sino que me leyó con profundidad. Por su belleza, me permito citar varios de sus fragmentos:
“Mu-kien Adriana Sang Ben nació en Santiago de los Caballeros el 8 de septiembre de 1955. Su padre, don Miguel Sang, quien fuera dueño de la recordada tienda “La Pagoda”, fue un migrante chino que salió huyendo despavorido de la guerra por el mar de la China hacia el desconocido mundo utópico del sueño americano. Llegó a América en 1936 con el propósito de ir a Cuba o a Estados Unidos. Circunstancias diversas le hicieron repensar su destino, decidiendo entonces echar raíces en República Dominicana. Nacido en la pequeña aldea de Ying Ping, llegó solo, con un pobre equipaje cargado de sueños e ilusiones. Llegó a la capital y al poco tiempo se trasladó a Santiago y lo convirtió en su hogar.
Don Miguel arribó a Santiago sin saber español, sin dinero, solo con voluntad y dos brazos fuertes dispuesto a trabajar en lo que fuese y sin descanso. Aprendió a leer y escribir el español, aunque su simpático acento no lo abandonó nunca. Decidió romper con el círculo vicioso del migrante excluido. Por eso definió como objetivo vital su integración a la sociedad santiaguera y se convirtió en uno de sus hijos.
Casó en 1947 con Ana Ben Rodríguez, domínico-china, hija de una mulata, Andrea Rodríguez, y un chino, Ventura Ben. Tiempo después, partió de nuevo a Cantón, China, con su esposa y allí nació PengKian Miguel, hermano mayor de Mu-kien y a quien seguirían ocho hijos más con una identidad bifurcada.
Como ella misma evoca, desde niña tuvo convicciones firmes, nacidas de sus propias reflexiones, de las lecturas que había hecho, de los diálogos con sus hermanos y amigos. Por estas inquietudes intelectuales y sociales le llamaban “la filósofa” en la escuela primaria. El mote, recuerda, no la amedrentó en lo absoluto. Prosiguió hurgando, discutiendo y participando.
Iniciando el difícil tránsito de la adolescencia, aceptó dirigir la escuela que las religiosas del colegio Sagrado Corazón de Jesús – donde estudió – habían creado en La Yagüita de Pastor. Desde entonces ha estado siempre en las aulas, jugando a la escuela y aprendiendo a enseñar. ¿Por qué sigue dedicada a la docencia, una tarea difícil y mal remunerada? Ella nos responde: “….decidí ser maestra desde siempre, desde que nací, desde que como alumna pisé por primera vez un aula escolar (…) la docencia es un hechizo que no tiene antídoto alguno”.
La materia de historia dominicana comenzó a impartirla con 20 años de edad a estudiantes de secundaria. Y aunque la historia es su pasión egresó de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra como Licenciada en Educación Summa cum laude en 1978, orientación que la impulsó a hacer en ese mismo año un postgrado en el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos de América Latina y el Caribe (CREFAL), en México, sobre Educación de Adultos. Sin embargo, siguiendo su vocación por la historia, en 1985 decidió doctorarse en Historia y Civilización en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París. Como ella misma confiesa, el traslado a Francia implicó que, como provinciana santiaguera, tuvo que “aprender mucho, romper grandes y profundos paradigmas, para no decir prejuicios”.
De su estadía en la Ciudad Luz evoca: Fui a esa ciudad de ensueños cargando dos maletas llenas de ilusiones. Quería beber la savia del mundo, allí en el lugar donde habían nacido las grandes ideas que motorizaron los movimientos más importantes en la humanidad. Ansiaba a toda costa tocar los monumentos que habían alimentado mis ansias por conocer el arte universal. No había hecho verdadera conciencia de mi rostro oriental hasta que llegué a Francia. Era tan natural para mí caminar por las calles de mi Santiago natal y saberme la hija de Miguelito, que pensaba que sería igual por todas partes. Me equivoqué. Al llegar a la tierra de mis ilusiones, comprendí que era una extraña, una desconocida, una extranjera, una más en el inmenso mar de los jóvenes de todo el mundo que habían acudido a beber de la cultura francesa.
¿Cómo impactó París en Mu-kien? Tomo de nuevo su voz: Esos cinco años de vida parisina abrieron mi mundo y cambiaron mis perspectivas de ver las cosas. La personalidad arrolladora del director de mi tesis doctoral, Ruggiero Romano, una figura tan dominante que todavía me persigue, me obligó cuestionar lo que había aprendido. Tuve que desaprender para reaprender. Fui a todas las conferencias que pude. Logré colarme en la multitud para escuchar a los grandes intelectuales de la época; leí a novelistas de habla francesa, como fue la saga producto de la mente creativa de George Simenon, del inteligente detective parisino Magritte para conocer los secretos de París; visité con avidez los museos una y otra vez porque quería retratar en mi mente todas y cada una de sus muestras. Era la época de la efervescencia política, del grito de libertad en contra de las grandes opresiones. Aproveché para participar en marchas diversas como las que se hicieron en apoyo a las madres de la Plaza de Mayo, o a las que defendían la igualdad de las mujeres, y muy especialmente las que apoyaban al movimiento Solidaridad de Polonia. Leí todo lo que pude, aunque no tuviese dinero para comprar los libros que quería, por eso me hice asidua de las bibliotecas y de la famosa librería FNAC. Después de mucho leer y de luchar para aprender tantas cosas, entendí y aprendí que el conocimiento no es estático y que cada día hay algo nuevo que aprender, que la vida es corta para encontrar respuestas a tantas preguntas. En fin… bebí de la ciudad y logré clavarla para siempre en mi corazón.
Y yo añado lo que solía repetir el abogado e intelectual cubano Juan Marinello: “Pobre del que no ame a París”.
Por esa entrañable cercanía con Francia y sus méritos en los planos de la educación y la cultura, el gobierno de ese país la condecoró en 2010 con la orden de las Palmas Académicas en el grado de Caballero”. Finaliza aquí la primera parte.