El 17 de marzo de 1883, en el cementerio de Highgate en Londres, ante la tumba de Carlos Marx, su mejor amigo Federico Engels decía estas palabras:
“El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días (…) Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca. Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana (…). Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él (…) mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas”.
Nacido el 5 de mayo de 1818 en Tréveris, Alemania, Marx dedicó más de dos tercios de su vida al pensamiento militante y a la lucha política directa, en la prensa, los libros, la Liga de los Justos, la Liga de los Comunistas y la Primera Internacional de Trabajadores. No hubo problema político, económico o filosófico de su tiempo que no abordara, echando luz para comprender el papel decisivo de los oprimidos en su liberación.
Hay quienes quisieran adjudicarle la responsabilidad por el totalitarismo y el subdesarrollo experimentados en los países del llamado “socialismo real”. Craso error o, peor aún, pura mala fe. Eso sería como achacarle a Einstein y sus teorías físicas la responsabilidad por las bombas atómicas.
No es de Marx ninguna idea que exalte la igualdad represiva de las personas, la ausencia de libertad ni la exaltación de la miseria. Al contrario: Marx es un inspirador de la esperanza. Como dice Frei Betto: fue el hombre que dio sustento científico al reino nuevo que Jesús profesó en la Tierra.
Marx nos aportó tres elementos decisivos: 1) Son los seres humanos quienes hacen la historia y, por tanto, pueden transformarla; 2) Las luchas sociales no pueden ser hechas en función de sustituir una opresión por otra. Y 3) no habrá democracia ni prosperidad material ni derechos individuales, allí donde la vida social esté sustentada en la explotación de unos pocos seres humanos sobre otros, y las personas sean cosas, herramientas, en lugar de sujetos libres. Da igual que quienes dominen tengan corona de reyes, títulos de propiedad o rango de patronos.