Amor, hagamos cuentas.
A mi edad
no es posible
engañar o engañarnos.
Fui ladrón de caminos,
tal vez,
no me arrepiento.
Un minuto profundo,
una magnolia rota
por mis dientes
y la luz de la luna
celestina.
Muy bien, pero, ¿el balance?
La soledad mantuvo
su red entretejida
de fríos jazmineros
y entonces
la que llegó a mis brazos
fue la reina rosada
de las islas.
Amor,
con una gota,
aunque caiga
durante toda y toda
la nocturna
primavera
no se forma el océano
y me quedé desnudo,
solitario, esperando.
Pero, he aquí que aquella
que pasó por mis brazos
como una ola
aquella
que sólo fue un sabor
de fruta vespertina,
de pronto
parpadeó como estrella,
ardió como paloma
y la encontré en mi piel
desenlazándose
como la cabellera de una hoguera.
Amor, desde aquel día
todo fue más sencillo.
Obedecí las órdenes
que mi olvidado corazón me daba
y apreté su cintura
y reclamé su boca
con todo el poderío
de mis besos,
como un rey que arrebata
con un ejército desesperado
una pequeña torre donde crece
la azucena salvaje de su infancia.
Por eso, Amor, yo creo
que enmarañado y duro
puede ser tu camino,
pero que vuelves
de tu cacería
y cuando enciendes
otra vez el fuego,
como el pan en la mesa,
así, con sencillez,
debe estar lo que amamos.
Amor, eso me diste.
Cuando por vez primera
ella llegó a mis brazos
pasó como las aguas
en una despeñada primavera.
Hoy
la recojo.
Son angostas mis manos pequeñas
las cuencas de mis ojos
para que ellas reciban
su tesoro,
la cascada
de interminable luz, el hilo de oro,
el pan de su fragancia
que son sencillamente, Amor, mi vida.
Después de haber trabajado juntos, siendo él mi jefe inmediato, Rafael y yo nos reencontramos en otro ambiente laboral y en otras circunstancias. Nuestras vidas habían cambiado radicalmente. Había finalizado con un matrimonio traumático de 11 años y él estaba viudo después de una dura batalla contra una enfermedad catastrófica y mortal. Comenzamos una relación con temor y aprehensión porque quizás teníamos ante nosotros un espejismo, un deseo de salir del marasmo para superar situaciones difíciles. Nos dimos un tiempo. Comenzamos a conocernos en otra perspectiva y meses más tarde, decidimos iniciar una vida juntos.
El 2 de septiembre de 1994 Rafael Toribio y yo unimos nuestras vidas para siempre. Veníamos cada uno cargando nuestros equipajes individuales, producto de vidas anteriores que se detuvieron por razones diversas. No éramos los jovencitos que iniciaban una nueva etapa con las ilusiones y la curiosidad de construir el camino desconocido de una vida en común. Éramos dos adultos todavía jóvenes, que habían vivido, y tenían muchas ganas de revivir el amor para seguir experimentando otras aventuras existenciales.
Hace cinco días cumplimos 25 años de casados. ¡Un cuarto de siglo! ¡Parece mentira! Aquella calurosa noche de verano, fuimos los primeros en llegar a la iglesia. ¡Estaba incluso, cerrada! ¡ Creo que hemos sido los únicos novios que van a casarse antes de la llegada de los que habilitan el templo!
Nuestro trayecto ha sido un largo camino de amor profundo que ha permitido reconstruir una familia, que hoy se corona con tres hermosos nietos, que han llenado mi corazón de infinita ternura. Los hijos de Rafael, son, sin lugar a dudas, mis hijos. Nacieron de mi corazón, y nos adoptamos mutuamente. Y sus hijos son mis adorados nietos que amo más que nada en el mundo.
Ahora estamos en las postrimerías de nuestras vidas. Queremos disfrutar los días y los años que nos quedan por vivir. Estamos recolectando las cosechas de lo que sembramos a lo largo de los años. No tenemos resentimiento ni aprehensión por los sueños no cumplidos y los anhelos no satisfechos. Solo deseamos que, hasta nuestro último aliento, mantener el espíritu de los soñadores que quieren un mundo mejor, más justo y humano.
No somos, ni por asomo, la pareja perfecta. En este trayecto de vida, tropezamos, y hasta a veces nos caímos; hemos tenido diferencias y deseos de salir apresuradamente y despavoridos para dejar todo atrás y correr sin rumbo fijo. Sin embargo, a pesar de que las crisis momentáneas, que nublaron temporalmente las esperanzas, siempre decidimos estar juntos, y luchar por nuestra relación y nuestra familia.
La vida de pareja es una verdadera aventura. El compañero en el camino de la vida, es alguien que está contigo para acompañarte, ayudarte a levantar si caes, apoyarte si tropiezas, o, sencillamente, caminar a tu lado, despacio a veces y rápido otras tantas. Lo importante es andar juntos, de la mano y mirando hacia la misma dirección. Una pareja debe aceptar al otro con sus virtudes y defectos, callar si el otro se altera.
El amor es una decisión cotidiana. Siempre habrá razones para abandonarlo todo, porque tienes deseos de libertad y de volar allende los mares. Siempre habrá sueños inconclusos y deseos no cumplidos, porque la vida de pareja supone pensar en el otro, y hacer proyectos comunes. Siempre aparecerán cosas y personas que te pueden atraer fuera de la relación, siempre existirá el riesgo de demonios que te invitan a romper… pero lo importante es cerrar los ojos y valorar lo que tienes. La decisión de continuar juntos debe guiar nuestro accionar. Entonces, por esta razón, hay que mantener viva la llama y desarrollar la química entre ambos. Alimentar el amor es la clave.
¿Existe una receta para un matrimonio duradero? ¿Felicidad y duración van de la mano? ¿Un matrimonio de larga data es feliz? Esas preguntas son pertinentes. Más aún, ¿existe la felicidad? No hay recetas. Cada pareja establece su propia dinámica. El acoplamiento es una tarea diaria. Cambiamos con el paso del tiempo. No somos los mismos de hace 25 años. En los primeros años prima la pasión, y las incertidumbres sobre el futuro familiar y profesional. A veces los días se llenan de luchas cotidianas, de problemas a enfrentar, de tensiones diversas. Las presiones externas a veces entran a la casa y se interponen en la felicidad de la pareja. Es muy importante tener todo esto en cuenta para que no interfiera en la relación.
El tiempo transcurre, nos volvemos más dependientes uno del otro. La cotidianidad no se concibe sin su presencia física, sin las llamadas matutinas para saber cómo va tu día, sin el abrazo después de una larga jornada laboral. Los hábitos y las manías personales se convierten en parte de tu propia vida. Y cuando se ausentan, esos pequeños ritos se vuelven espadas invisibles que hacen que su ausencia duela.
Doy gracias a la vida por esa oportunidad que me regaló. No tengo dudas de que quiero finalizar mis días al lado de Rafael, el hombre que ha sido mi roca, mi compañero, mi paño de lágrimas en los momentos de tristeza. El hombre que me ha apoyado durante 25 años en mi desarrollo profesional y personal. A pesar de que es un hombre callado y reflexivo, que odia el baile; y que yo soy espontánea, amante del baile; somos almas gemelas, porque los dos abrazamos los mismos principios y las mismas ilusiones. Agradezco al Dios de nuestras existencias por estos 25 años de tranquila felicidad buscada y anhelada.