Cada quien es el resultado del contexto socioeconómico, cultural e histórico, de la época en que se desarrolla. El pensamiento, el comportamiento y los hábitos guardan relación con las ideas dominantes, el alineamiento y la transculturación. Cuando el mundo era bipolar en el concepto ideológico, existían las luchas de clases, la visión social, la solidaridad y el internacionalismo con las causas políticas; el comportamiento era de tendencia gregaria, altruista, solidaria con los grupos excluidos y las clases explotadas.
Hace unas décadas el mundo es unipolar, el capitalismo y el mercado han dominado el concepto social y ha impuesto las nuevas reglas basado en el consumo, los servicios y el acceso al confort y a la calidad de vida para marcar las diferencias de los grupos sociales.
Pero en los últimos años, las tecnologías, las redes sociales, el ciberespacio y el acceso a Netflix y YouTube, han influenciado en la dinámica de la familia, las parejas, los hijos, los amigos, y las relaciones interpersonales y grupales. Ahora la generación Z y los millennial, tienen mayor presencia a través del Internet, el ciberespacio, el Facebook, el chateo, Twitter e Instagram.
Lógicamente, cuando un joven decide pasarse varias horas dedicado a la tecnología, sin darse cuenta refuerza una actividad impersonal, egocéntrica, aislante y de pobre contenido social, y para mal, de tendencia adictiva. En la medida que el joven aumenta su participación y visibilidad en las redes, los juegos en línea y los videojuegos, van perdiendo sus habilidades sociales, sus destrezas y su empatía emocional.
El ser humano es social, su cerebro es emocional y sus contactos son afectivos, que se perciben a través de los sentidos, y se desarrollan participando en las actividades grupales: familias, escuelas, amigos, deportes, músicas, tertulias, espiritualidad etc.
El niño o adolescente que se condiciona a tener contacto en línea, a tener amigos y encuentro a través de las redes sociales, su cerebro y sus habilidades se van atrofiando, y su inteligencia social y emocional van dejando de ser asertivas y bien gerenciadas.
Pero el mayor impacto se vive en la familia, debido a que el millennial tecnológico se aísla dentro del contexto familiar: almuerza solo, no habla, no participa en las tertulias familiares, no visita abuelos, tíos, primos; siempre está en su habitación conectado. Cuando esa actividad va aumentando en horas por día, llegando 8-10 horas, e incrementando los fines de semana, se hace una actividad impulsiva, ansiosa, propia de los comportamientos adictivos de donde se le hace difícil parar, posponer, discriminar o dejar para dedicarse a otras actividades.
A los niños, adolescentes y jóvenes, la familia, la escuela y los amigos, tienen que hablarle del control y regulación de los videos juegos, del internet y de los juegos en línea.
Los millennial compran por internet, piden comida desde su casa, ven película de Netflix, suben música, hablan y se visualizan a través de las redes y tienen amigos virtuales. Esos comportamientos reproducen cambios en sus emociones, su psicología, su comportamiento social y afectivo: abrazan poco, no miran a la cara, no sienten la empatía emocional, son poco expresivos y de poco interés por el contacto, por la sexualidad y la afectividad social. El mayor riesgo de esta conducta es llegar a la alexitimia social, o sea, un joven en incapacidad para expresar emociones positivas. Luce alguien sin energía emocional, sin pasión, sin reciprocidad, egocentrista y distante emocionalmente.
Los jóvenes tienen que usar la tecnología de forma responsable, dosificarla, poner sus límites, priorizarlas, discriminar su uso y saber cuándo y cómo usarla. Debido a que el proyecto de vida es integral: familia, estudios, actividades, deportes, amigos y parejas.
Los nuevos aprendizajes sociales impulsan a practicar la vida desde los constructos sociales, la actitud gregaria, multidisciplinaria y de enfoque hacia las iniciativas que afectan a la mayoría.
Si los millennial se desenfocan con la tecnología y no se interesan por la política, la economía, el empleo, las inversiones, los temas que están en la agenda local e internacional, van a ser impactados sin llegar a darse cuenta de su exclusión psicosocial y sociocultural.
La vida y la felicidad hay que compartirla, asumirla desde el compromiso social, la afectividad, los vínculos, la empatía, el amor por la diversidad y la responsabilidad ciudadana. Jóvenes, no permitan ser víctimas de las trampas del ciberespacio, lo virtual y las redes sociales.