Una notoria insatisfacción de dominicanos con los ejercicios de poder que han logrado preponderancia y a los que el imaginario vincula a la falta de soluciones a problemas acuciantes, se dan a conocer a través de estudios de cultura política que reflejan el acercamiento a un 20% el porcentaje de ciudadanos a los que les da lo mismo que el Gobierno sea democrático o «que no lo sea». Las libertades individuales y de expresión son vistas como menos importantes que la disponibilidad de empleos, tranquilidad y seguridad como si se supusiera que puede vivirse sin ellas.
Las manifestaciones espontáneas y a veces groseras que por las redes sociales vierten abrumadoramente usuarios que desbarran contra los ejercicios de autoridad y cuestionan con insultos a los entes de la política y el poder remiten a datos preocupantes sobre la pérdida de fe en la democracia dominicana. Crece el aborrecimiento y se predica contra los resultados de una vida en libertad que tildan de improductiva.
Puede leer: ¡El que esté libre…! Confusión en el accionar y los discursos restan credibilidad a políticos
Aunque el Instituto de Investigación Social para el Desarrollo comprobó en sus últimos sondeos en medio del presente cuatrienio que el 64% de los entrevistados prefiere el libre juego de las ideas, en la misma medida los encuestados dijeron que no les importaría que un Gobierno no democrático llegara al poder «si resuelve los problemas». A juicio del instituto investigador, existía para el momento de su afirmación de hace menos de dos años «una cierta amenaza que no se debe ignorar».
El plebiscito diario de las críticas al statu quo lanzadas a través del agresivo poder comunicador del recurso digital coincide, hoy por hoy, con el resultado de una encuesta del citado instituto que a través de preguntas sobre el grado de aceptación en sectores del sistema presente halló que los partidos políticos «son las instituciones menos confiables, seguidos por el Congreso y la Policía Nacional, en tanto que las iglesias, el presidente actual (Abinader) y las Fuerzas Armadas eran las figuras de mayor índice de confianza entre todas las evaluadas». Las botas de las opciones de fuerza y disciplina verde olivo ganando certámenes de simpatía.
Nostalgia ¿Sin peligro?
Al analizar el tiempo posterior a la dictadura trujillista, la politóloga Rosario Espinal describió en uno de sus trabajos para el periódico HOY que el país cuenta con un empresariado diverso, una clase media amplia y pujante y «hay libertades civiles, elecciones competitivas, un sistema de partidos bastante estable y muchas organizaciones sociales». Queda implícito en sus criterios que la democracia dominicana funciona sobre bases sólidas que no auguran una quiebra del sistema.
«Podríamos decir que en los últimos 50 años la sociedad dominicana cambió más que en toda su historia anterior. La población creció más; la economía creció más» agregando: «aunque algunos nostálgicos del trujillismo resalten los supuestos beneficios de aquella época dictatorial, probablemente muy pocos dominicanos quisieran vivir hoy en un régimen atroz como el de aquella época. Pero ojo, hay graves problemas en la sociedad dominicana que llevan a muchos a desear la vuelta de un Jefe».
Desde otro ángulo, el rector del Instituto Tecnológico de Santo Domingo, Julio Sánchez Mariñez, sostuvo en una disertación reciente que sobre el país quedó una funesta herencia en lo político, lo económico y lo social como resultado de la férrea y prolongada dictadura de 31 años del generalísimo de San Cristóbal que junto a la intervención de Estados Unidos de 1916 a 1924, gravitaron en el devenir de las últimas décadas del siglo 20.
«Habría que debatir hasta qué punto aun hoy, tras adentrarnos en el siglo 21, sigue siendo (lo ya citado) de algunas maneras un condicionante de nuestro presente. No es temerario afirmar que hasta cierto punto se ajustició a Trujillo en mayo de 1961 pero aun no hemos liquidado del todo al trujillismo, por lo menos en patrones culturales institucionalizados que subyacen en nuestros comportamientos especialmente -pero no únicamente- en el ámbito de lo político», argumentó.
Para el abogado, historiador y académico Euclides Gutiérrez, la importancia que conserva Trujillo, sobre el que se ha escrito la mayor cantidad de libros publicados en los últimos 50 años, se debe a «la enorme gravitación del dictador y su régimen en todos los aspectos de la vida nacional, pues marcó de modo indeleble al pueblo dominicano con sus ejecutorias políticas, económicas, militares y culturales dejando una impronta ideológica que lejos de desvanecerse con el paso de los años, cobra cada día mayor significado».
RD doblegada
¿Conecta la tendencia favorable a la tiranía que se inició en 1930 y que algunos justifican como el mejor antídoto a la montonera y a la dispersión de caudillos regionales que negaban unidad a la República, con lo que médicamente ha sido acuñado como «Síndrome de Estocolmo»? Algunos autores niegan la posibilidad de que el secuestro aislado ocurrido en la capital sueca en 1973 y que generó el encasillamiento en la descripción de reacciones psicológicas colectivas encaje como tal para todos los casos, considerando el episodio como «una conducta no generalizada ni generalizable o quizás un mito» (doctores Gordon y Won).
Sin embargo, la opresión del trujillismo convertía a todo un pueblo en víctima de secuestro y crímenes; sangriento en el trato a desafectos pero con proyección hacia la psiquis colectiva como «el primer maestro» y el primero en todo, amo y señor del bien y el mal que una propaganda política sin tregua describía como un auténtico «Benefactor de la Patria» y «Padre de la Patria Nueva», títulos conferidos por leyes. A las primeras horas de la exposición de sus restos en ataúd de grandeza, una masa de gente humilde salida de los barrios pobres capitalinos se volcó en llantos hacia su funeral en el Palacio Nacional a despedir al endiosado autócrata.
Un personaje de horca y cuchillo que estuvo rodeado del más increíble culto a una persona y a su familia bautizando numerosos lugares de la geografía con sus nombres fue llevado a su postrer descanso con las orlas encendidas del homenaje patrio. A uno de sus alabarderos más consumados se le ocurrió proponer, mucho antes de morir y en plena guerra con la Iglesia, que el déspota criollo fuera canonizado en vida por la condición de «Benefactor de la Iglesia Católica», título que en su oportunidad, el Vaticano le negó.
Cultura Autoritaria
Otro estudioso de la sociedad dominicana, el ya desaparecido sociólogo Frank Marino Hernández, citado en la obra «Los Dominicanos» de Ángela Peña, sostuvo la tesis de que en el país ha existido un «hilo cultural de autoritarismo». En el libro que registra sus criterios colocó como ejemplo unas declaraciones atribuidas al expresidente Leonel Fernández durante su último mandato en las que afirmó con energía y suficiencia que en la zona de El Higüero, en la provincia de Santo Domingo se levantaría un controvertido aeropuerto «¡porque yo dije que sí!». Algo que efectivamente se construyó contra viento y marea.
Hernández sostenía para entonces que en la sociedad dominicana prevalecía una sumisión y subordinación a mandatos de las leyes trujillistas, coincidiendo en cierto modo con lo que en algún momento expresó el expresidente Juan Bosch en el sentido de que «el pueblo dominicano tendrá que luchar todavía contra Trujillo por más años pues no se sabía que muchos antitrujillistas eran, en realidad, aspirantes a sustituir al dictador, no a liquidar su régimen».
Hablando de la «violencia y el tinte autoritario» en la obra de Ángela Peña, la historiadora Mu Kien Sang Ben sentencia que la «violencia ha sido una característica muy marcada en la política dominicana. A su juicio, el político dominicano abusa del poder negando su esencia. Y en un esfuerzo por desmitificar al dictador Trujillo, el historiador Roberto Cassá, director del Archivo General de la Nación, expresó al periódico HOY su preocupación porque haya personas anhelando volver a un modelo dictatorial como el de Trujillo, sin tener idea de ese fenómeno “oprobioso de nuestra historia, de pérdida completa de nuestras libertades, una persona que hizo mucho daño al país”.
Consideró innegable que Trujillo modernizó el Estado y dinamizó la economía, pero a expensa de un esquema de explotación y propiedad personal de las empresas públicas y ejecutó un amplio plan de obras públicas, pero a base de bajos salarios, explotación del campo por las empresas modernas que le pertenecían a él o al Estado que era lo mismo. No había nada de bienestar ni clase media.