Más de 262 millones de niños y jóvenes no están escolarizados. Seis de cada diez niños no han adquirido todavía, tras varios años de estudios, las competencias básicas en lectoescritura y aritmética. 750 millones de adultos son analfabetos.
Hechos alarmantes y muy tristes, el rostro de la pobreza, la marginalidad y la desigualdad en nuestro país y el mundo.
La educación es un derecho humano y la fuerza vital del desarrollo sostenible y de la paz. Es trasversal; toca cada uno de los objetivos de la Agenda 2030 porque está claro que la educación es el único medio posible para que las personas puedan lograr competencias y conocimientos que les permitirán construir sus vidas con dignidad.
El Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 (ODS 4) de la Agenda 2030 tiene un mandato muy claro: “garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover las oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos” de aquí a 2030; mandato totalmente coincidente con los objetivos de agenda nacional en el ámbito de la educación, definidos en la Estrategia Nacional de Desarrollo END, el Plan Decenal de Educación 2008-2018 y el Pacto Nacional para la Reforma Educativa. ¿Pero por qué si estamos tan alineados en el papel, no avanzamos en la práctica?
Uno de los planteamientos de la Agenda Educativa 2030 es que “el Estado es el principal responsable de la protección, el respeto y el cumplimiento del derecho a educación”; tarea compartida por el conjunto de la sociedad, mediante un proceso inclusivo de formulación y aplicación de políticas públicas y para lograrlo tenemos el Marco de Acción de Educación 2030 que se constituye en la guía para que los gobiernos puedan honrar los compromisos y acuerdos pactados y que en definitiva estos se conviertan en una realidad.
En este tenor tenemos a un gran colaborador como la UNESCO que apoya coordinando los esfuerzos internacionales para alcanzar esta meta mediante alianzas, orientaciones políticas, reforzamiento de las capacidades, del seguimiento y de la promoción, pues la apropiación a nivel de país de la Agenda Educativa 2030 debe estar sustentada en el principio de rendición de cuentas, con énfasis en los resultados, la transparencia y la responsabilidad compartida entre los actores a los distintos niveles.
Pero son cambios profundos que tomará tiempo alcanzar y más tiempo necesitaremos para ver sus frutos; quizás mucho más tiempo que las décadas en que se acunó un sistema educativo maltraído, con deficiencias medulares, derrochador y poco empático que nunca puso en el centro a la comunidad educativa y a sus estudiantes y que no entendió que los grandes planes deben aterrizarse en terreno y ser implementados con sus particularidades y por su gente, porque de nada vale y poco impacto tendrá hacer reformas sociales cuando la gente no se siente identificada con ellos, porque no los abraza y no los defiende.
La Agenda Educativa 2030 tiene una oportunidad de oro para lograr este cambio y nosotros como sociedad también. Otra oportunidad.