Vivió ocho años en un hospital: la vida del señor Miyagi, el actor que de karate no sabía nada

Vivió ocho años en un hospital: la vida del señor Miyagi, el actor que de karate no sabía nada

Pat Noriyuri Morita cumpliría hoy noventa años. Murió hace casi 17 años, el 24 de noviembre de 2005. Tenía 73 años y sus años finales no honraron la fama y el prestigio que había adquirido en los ochenta cuando interpretó al señor Miyagi. Sus padres habían llegado a Estados Unidos, desde su Japón natal, en algún momento de la segunda década del Siglo XX. Nació el 28 de junio de 1932. A los dos años se enfermó de gravedad. La Enfermedad de Pott, una tuberculosis espinal hizo que lo internaran. Debido a la gravedad de su mal y a la falta de tecnología médica de la época, permaneció más de ocho años en el hospital.

Los profesionales daban por sentado que ese niño, si lograba sobrevivir, ya no podría caminar. Pero a inicios de la década del cuarenta, un médico quiso probar una novedosa técnica quirúrgica, casi una última chance. La proeza médica produjo lo inesperado. El chico recuperó la movilidad y, después de un proceso de reeducación, aprendió a caminar. En esos años no pudo ir a la escuela, ni jugar con chicos de su edad, ni tener amigos. La salida del hospital, pese a lo esperada, no fue la más grata.

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A partir de ese momento sufrió otro tipo de aislamiento. Tal vez mucho peor. Cuando le dieron el alta del hospital, fue trasladado junto a su familia al River Gila War Relocation Center. Tiempo después, de ahí, todos los Morita fueron enviados al Tule Lake War Relocation Center. Lo de Centro de Relocación era un eufemismo para nombrar una de las respuestas de Roosevelt al ataque japonés a Pearl Harbor: un campo de concentración.

Durante la Segunda Guerra Mundial, alrededor de 120.000 personas de etnia japonesa, la mitad de los cuales habían nacido en Estados Unidos, fueron detenidos en diez de esos campos. El de Tule fue el más nutrido: su población llegó a ser de casi 19.000 personas. Y fue, también, el de condiciones más rígidas de detención. Mayor seguridad en su perímetro, más control interno, una disciplina rígida y peores condiciones de vida. Allí eran enviados los considerados más peligrosos, los líderes comunitarios, aquellos que podían elevar su voz y hacerse escuchar o influir en otros.

Pat Morita era Nisei, ciudadano norteamericano, nacido en ese suelo, pero hijo de japoneses. Luego de Pearl Harbor una serie de rumores comenzaron a circular. Que se estaba preparando un levantamiento de decena de miles de Niseis, que había batallones de espías diseminados por todo el país. Mientras los más extremistas presionaban al presidente para expulsar o encerrar a todos los ciudadanos de origen japonés sin importar siquiera si eran nativos norteamericanos o si hacía más de tres décadas que estaban en el país.

Tuvieron que (mal) vender sus pertenencias ya que solo podían trasladarse con un pequeño bolso como todo equipaje. Sus casas, negocios y tierras fueron ocupados. Al finalizar la guerra, al regresar a sus hogares, todo les había sido quitado. Los Morita y el resto de los japoneses debieron empezar de nuevo. Su crimen había sido tener los ojos rasgados.

La familia Morita volvió a instalarse en California. Montaron un restaurante de comida china. De a poco les empezó a ir bien pese a que el emprendimiento era algo extraño: “Unos japoneses pusimos un restaurante chino en un barrio negro al que concurrían filipinos, negros y personas de todas las minorías posibles”. El padre de Pat murió prematuramente. Y él y su madre siguieron adelante durante unos años con el proyecto. Allí Morita se inició como actor. Realizaba unas rutinas cómicas para entretener a sus comensales.