Pedro Henríquez Ureña nació el 29 de junio de 1884, en la ciudad de Santo Domingo, específicamente en la casa de dos pisos ubicada en la calle Luperón esquina Duarte, en la zona colonial. El domingo 29 de junio de 2008 se cumplirán exactamente 124 años de ese acontecimiento trascendente para la cultura hispánica. Su madre, Salomé Ureña de Henríquez, y su padre, Francisco Henríquez y Carvajal, le iluminaron, de niño, la senda que habría de seguir toda su vida en procura de los más fundamentales valores espirituales, morales e intelectuales.
El ilustre autor de Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928) y de Las corrientes literarias en la América Hispánica (1945, 1949), acumuló saber y divulgó conocimientos, consciente de que la misión más elevada de todo maestro consiste en dar y contribuir con la unidad de los seres humanos, por lo que se oponía a las diferencias raciales y a las actitudes egoístas. Su visión del mundo y de las cosas, su pensamiento todo, lo hacen ver, a 62 años de su fallecimiento, como un ser demasiado adelantado para su época. El mundo de hoy y, ¿por qué no? el de mañana, también- necesita de hombres capaces de reconocer que es Pedro Henríquez Ureña un modelo ejemplar de ser humano a imitar: como hijo, como hermano, como amigo, como esposo, como humanista, como maestro y como ciudadano de América.
Los países que visitó y amó lo acogieron como si fuera su legítimo hijo (Cuba, México, Argentina y España, por ejemplo) y ellos sembraron en la mente y en el corazón del insigne humanista dominicano el ideal, la utopía, por una América unida, única, hermanada. Su conducta nunca se distanció de ese ideal, pues su grandeza siempre estuvo cimentada en su condición de hombre íntegro, defensor de sus principios a costa de cualquier sacrificio que le pudieran imponer las azarosas circunstancias que, con frecuencia, hubo de enfrentar, a veces por razones políticas, a veces por razones económicas, a veces por la incomprensión o la ingratitud- con que, por lo general, son perseguidos los seres con luz como Don Pedro Henríquez Ureña.
En su afán por dar cada vez más de su saber, Pedro murió en la Argentina -en el tren que lo conducía, de Buenos Aires a La Plata, con destino al Colegio Nacional de La Plata- el 11 de mayo de 1946. Su hermano Max, en Hermano y Maestro (1950) describe, con hondo dolor, la forma trágica en que muere, inesperadamente, el hijo que Salomé Ureña habría de confiar al porvenir: Apresuradamente se encaminó a la estación del ferrocarril que había de conducirlo a La Plata. Llegó al andén cuando el tren arrancaba, y corrió para alcanzarlo. Logró subir al tren. Un compañero, el profesor Cortina, le hizo seña de que había a su lado un puesto vacío. Cuando iba a ocuparlo, se desplomó sobre el asiento. Inquieto Cortina, al oír su respiración afanosa, lo sacudió preguntándole qué le ocurría.
Al no obtener respuesta, dio la voz de alarma. Un profesor de medicina que iba en el tren lo examinó y, con gesto de impotencia, diagnosticó la muerte. Así murió Pedro: camino de su cátedra, siempre en función de maestro. Finalmente, debemos hacer una rectificación histórica con relación a la fecha de nacimiento de Pedro Henríquez Ureña, la cual se indica erráticamente en dos de las tarjas que, en homenaje a él, han sido colocadas en lugares específicos de la ciudad de Santo Domingo: una en su tumba del Panteón de la Patria y la otra al pie del busto que se encuentra en la parte frontal de la Facultad de Humanidades Pedro Henríquez Ureña de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
En ambas se dice que Henríquez Ureña nació el 29 de julio de 1884, lo que no es cierto, ya que, conforme al Acta de Bautismo extraído de los archivos del Arzobispado de Santo Domingo, su venida a este mundo terrenal tuvo lugar el 29 de junio de ese mismo año. Fue bautizado el 27 de noviembre, faltándole solamente dos días para cumplir los cinco meses de nacido.
El traslado de sus restos mortales hacia el Panteón de la Patria no Panteón de la Nación- fue dispuesto mediante el Decreto No. 2140, de fecha 7 de abril de 1972, pero no fue sino hasta el 8 de mayo de 1981 cuando esa disposición fue cumplida, trayéndose dichos restos desde la ciudad de Buenos Aires (Argentina), para lo cual el Gobierno Dominicano creó una comisión que estuvo integrada por el Secretario de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos (SEEBAC), Dr. Andrés Reyes Rodríguez; el Rector de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), Dr. Jaime Viñas Román; y el Lic. Federico Henríquez Gratereaux, pariente del preclaro hombre de letras. Reposan los restos de Pedro Henríquez Ureña en la misma cripta donde se encuentran los de su eximia madre, Salomé Ureña de Henríquez, como fue su deseo antes de morir. Unidos por el infinito amor que ambos se profesaban, tanto en la vida como en la eternidad.