Ningún país europeo, ni Estados Unidos después del 11 de septiembre, ha enfrentado la brutalidad terrorista islámica que sufrió China en Xinjiang, con masacres de cientos de personas, hasta 2014 en que neutralizó la conspiración de terror e independentismo en esa provincia, la mas extensa de China y extraordinariamente rica en múltiples recursos naturales. Desde EEUU, y otras naciones, grupos uigures, la etnia musulmana china, pretenden desgajar ese territorio para establecer la “República del Turkestán Oriental”.
Hubo muchas detenciones y todos fueron sometidos a procesos legales, lo que no han tenido musulmanes en otros lugares “democráticos” con absoluto silencio de los grandes defensores de derechos humanos. En esa provincia hay cientos de mezquitas, algunas famosas a nivel mundial, en las que los islamistas practican sus cultos religiosos. Grupos mas beligerantes fueron coyunturalmente recluidos en centros de reeducación no para transformar su fe sino para forjarles sentimientos de convivencia y tolerancia con otras religiones, así como apego a la identidad nacional. Es mejor educar que reprimir.
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No hubo alarma en el mundo hasta que Trump y comparsa “descubrieron” a los uigures y desencadenaron una gran e histérica campaña sobre violaciones de los derechos humanos en China. Lógicamente, de inmediato los acólitos e incondicionales de siempre contribuyeron al coro. No importa que delegaciones y recorridos internacionales por la provincia no hayan expuesto pruebas de la “barbarie” china, ni que los sofisticados satélites de “observación”, tan eficientes en otras ocasiones para detectar hasta hormigas, no encuentren los grandes “campos de concentración”. Acusan de genocidio contra los uigures, pero el censo de 2020 mostró crecimiento en esa etnia.
Como parte del show se aprueban declaraciones por allá y “acullá” sin sustrato probatorio alguno. Los dardos ahora se dirigen contra la encargada de derechos humanos de la ONU que acaba de visitar China y recorrer Xinjiang. Amnistía Internacional, muy diligente en este caso y muda en otros, pide a Bachelet renuncie porque no criticó a China y están inconformes porque habló de “centros de formación educacional y vocacional”. En las críticas coincidió el sr. Blinken, quien inevitablemente consideró que la visita de Bachelet no permite una “evaluación completa e independiente” de la situación. Claro, no repitió la diatriba estadounidense ni dio municiones a la campaña.
¿Cree alguien, por obsesionado geopolíticamente que esté, que China permitiría el desgajamiento de una provincia? Nadie lo cree, pero es un esfuerzo por denigrar a China, dañar su imagen para generarle dificultades.