¡A los que se doblan!. Luis Homero Lajara Burgos fungió de legitimador del proceso electoral del año 1974 que permitió a Joaquín Balaguer mantenerse en el Gobierno. Afortunadamente, la sociedad entendió que la participación en la contienda constituía una acción burlesca. Frank Joseph Thomen intentó competir internamente contra Hipólito Mejía en el proceso del PRD rumbo a la repostulación del año 2004. Así, en ambos casos, los beneficiarios de las “competencias” creyeron que podían subestimar la inteligencia de la ciudadanía. ¡Grave error!
La clase política desdeña la interpretación que hacen de sus actos, desde el litoral ajeno a las agendas e intereses de su mundo. Por eso, confunden la realidad con el ambiente de acomodos propios de la partidocracia. Y en el terreno de los hechos, la mejor forma de entender el amplísimo núcleo de gente que no se siente identificada con las opciones electorales, es el resultado de la incapacidad de ser coherentes y no desdecirse con bastante frecuencia.
Creer que los recursos económicos consiguen doblar el decoro, que el olvido es la regla y el paso del tiempo todo lo cura, representa una lectura poco certera de la realidad. Aunque una funesta jurisprudencia retrata las tendencias lacayunas que desnudan a los que cambian de opinión, nunca el juicio de la historia opera favorablemente respecto de los incongruentes porque hasta sus pagadores le tratan con desprecio.
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Lo que resulta trágico es la degradación de los que, postulando ser diferentes, se reiteran en las conductas que decían combatir. Además, el sentido de observación sabe calificar la fatalidad de los que presumen que un slogan auténticamente los cambia. Y la raíz de una verdadera transformación opera en la medida que los hechos coinciden con la palabra. Ser lo nuevo y/o moderno no se traduce en un reflejo mediático. Por el contrario, en la actual coyuntura, todos a tiro de un click podemos ser evaluados con la rigurosidad necesaria, y los terceros emiten juicios al respecto.
A muchos los dobla un decreto, no necesariamente cambian de opinión sino que la noción de ventajas los hace morderse la cola de sus inconsistencias. Y la gente lo sabe. Comentan sus discrepancias en privado porque la adhesión a una ventaja oficial imposibilita emitir sus criterios con libertad. Inobservan la metamorfosis que está operando con tremenda efectividad en el seno de la sociedad, torpemente sienten que llenar las plazas y crisparse frente a los excesos del poder, expresaba una voluntad propia de la pasada coyuntura electoral.
Se están equivocando, y después vendrán las lamentaciones. No sigan subestimando la ciudadanía.