Más que hermana,
amiga,
más que amiga,
cómplice,
Más que cómplice,
compinche,
más que compinche,
la mano amiga en mis noches de desventuras,
el brazo que me acoge en los momentos de desdichas,
y celebra conmigo todas mis locas aventuras.
Gracias ,hermana del alma por existir. Mukien
Mi hermana Muyien Altagracia Sang de Suárez, conocida en la familia con el alias de “la matatana”, estará de cumpleaños en unos días. Llegará a sus 68 primaveras bien vividas. Quiero celebrar su existencia en mi vida, y en la vida de todos en la familia.
Durante nuestra niñez compartimos habitación. Ella fue la primera testigo de mis inquietudes literarias y sociales. Sin querer y sin buscarlos nos hicimos compinches. Sabía de sus amores, ella de los míos. Nos encantaba escuchar música romántica juntas para construir castillos de sueños, donde vivíamos atrapadas para que el príncipe viniera a nuestro rescate. José José y Julio Iglesias fueron los primeros que nos regalaban sus notas de amor y nosotras nos deleitábamos soñando y escuchando esas canciones que leían perfectamente nuestros corazones.
No llegaron príncipes hermosos en caballos ni tampoco nos rescataron del castillo que era nuestro hogar. Conocimos el amor y el desamor; para volver a encontrar el verdadero amor en hombres buenos y encantadores, con quienes tenemos ya muchos años juntas.
Durante mi adolescencia y joven adulta, tomamos caminos profesionales distintos y opciones sociales distintas. Milité de manera activa en la Juventud Estudiantil Católica, en la Pastoral Juvenil y ayudaba en todo lo que podía a mi hermano Peng Sien que estaba militando activamente en la izquierda radical. A pesar de que ella no participaba en esos grupos, nunca cuestionó mi acción y nunca fue con ningún chisme donde la fiscalizadora oficial: nuestra madre.
Sus caminos profesionales la trajeron muy joven a Santo Domingo para laborar en una firma de abogados de mucho renombre. Me encantaba armar viajes a la “metrópoli”. Era agradable salir de vez en cuando de la aldea que en ese momento era Santiago. Entonces ella me organizaba paseos por las avenidas y por las plazas, algo nuevo en el país.
Al decidir venir a vivir a la capital, después de graduarme, ella me acogió en su casa durante un largo tiempo, hasta que emprendí otro vuelo con mi hermana mayor Muling y conformamos un maravilloso apartamento de soltera. Fui la madrina de su boda con Simón Suárez, y bauticé a su segunda hija. Años más tarde su casa fue el lugar escogido para darme el “Sí, quiero” con mi amado esposo Rafael. Fuimos las primeras abuelas de la tropa Sang Ben.
Muyien se caracteriza por ser una organizadora nata. Es la que toma el toro por los cuernos y nos envuelve a todos para los encuentros familiares.
Esa capacidad organizativa y de liderazgo lo demostró durante su activa vida profesional y en sus largos años participando como voluntaria en PROFAMILIA y en la Federación Internacional de Planificación Familiar (IPPF), una organización no gubernamental a nivel mundial que tiene como función fomentar la promoción de la salud reproductiva y sexual.
En los momentos difíciles que hemos vivido, como cuando Peng Sien enfermó, Muyien asumió las riendas del proceso, y todos respetábamos sus decisiones.
A veces se resiente y no quiere asumir el papel de “la matatana”, chilla y protesta, después se calma y asume el rol que le conferimos sin discutirlo siquiera.
Agradezco a la vida el regalo de la familia en la que me tocó nacer y desarrollarme.
Soy feliz de saberme parte de ese equipo de pelota, éramos 9 antes de la partida de nuestro querido hermano Peng Sien.
Y seguiremos siendo nueve, aunque otros tengan o tengamos que abandonar la vida en este mundo y en esta tierra que tanto amamos.
Celebro hoy la vida de mi hermana Muyien.
Con los años ahora nos estamos pareciendo cada vez más. La gente nos confunde en la calle. ¡Me encanta esa confusión!
¿Qué decirte, hermana querida, hermana del alma? Que celebro con alegría la llegada de tus 68 años.
Casi siete décadas de vida productiva, de llevar roles disímiles: esposa, profesional, madre, ama de casa, hermana, nuera, suegra, cuñada, tía y por último, y quizás la más bella e importante: abuela. Tus dos nietos mayores y el tercero que está por llegar colman nuestras vidas, y sé que ellos te han regalado ese amor incondicional y puro que tanto nos ayuda a sobrellevar las grandes pruebas de la existencia.
Hermana querida, gracias por estar a mi lado en esta difícil tarea de vivir.
Gracias por servirme de consuelo cuando las lágrimas nublaban mis sentidos.
Gracias por aconsejarme cuando lo he necesitado.
Gracias por estar siempre: en las buenas, en las malas y en las regulares.
Gracias por llorar conmigo cuando no veíamos salida a las constantes agresiones de mi cuerpo que sometían mi voluntad provocados por ese asma agresivo, ahora mi amigo inseparable.
Te quiero hermana, todavía recuerdo nuestra habitación en la casa paterna: las dos camitas de una plaza separadas por una mesita de noche blanca. Recuerdo nuestras charlas nocturnas, acostadas sobre nuestros brazos para poder ver nuestros rostros, hablando bajo, para que la supervisora implacable no gritara: ¡apaguen la luz y duérmanse!
Gracias por haber acogido a mamá en tu hogar, cuando se quedó sola y la casa paterna, que era su lugar soñado estaba vacía. Le regalaste sus últimos años sintiéndose útil y querida.
Gracias sencillamente por estar, para mi y para todos: tu marido, tus hijas, tus nietos, tus hermanos, tu suegra, tus cuñados y tus amigas…
Hermana, hazme llorar…
Fuensanta:
dame todas las lágrimas del mar.
Mis ojos están secos y yo sufro
unas inmensas ganas de llorar.
Yo no sé si estoy triste por el alma
de mis fieles difuntos
o porque nuestros mustios corazones
nunca estarán sobre la tierra juntos.
Hazme llorar, hermana,
y la piedad cristiana
de tu manto inconsútil
enjúgueme los llantos con que llore.
El tiempo amargo de mi vida inútil.
Fuensanta:
¿tú conoces el mar?
dicen que es menos grande y menos hondo
que el pesar.
Yo no sé ni por qué quiero llorar:
será tal vez por el pesar que escondo,
tal vez por mi infinita sed de amar.
Hermana:
dame todas las lágrimas del mar… Ramón López Velarde –