Pisoteando la Convención de Viena de 1961, el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, dio luz verde el pasado viernes 5 al asalto de la embajada de México en Quito para apresar al exvicepresidente ecuatoriano Jorge Glas, acusado de corrupción y a quien México asiló.
Es lección de pre-primaria que las embajadas son territorios del país que representan, y hasta dictadores se han aguantados las ganas de ocuparla. Un ejemplo es el caso del activista australiano y exdirector de WikiLeaks, Julian Assange, quien pasó 7 años en la sede diplomática de Ecuador en Londres.
Hay que recordar las dos semanas que pasó el general Manuel Noriega en la Nunciatura, mientras Estados Unidos invadía Panamá en 1989. El derrocado presidente de Honduras, Manuel Zelaya, duró 4 meses en la embajada brasileña en Tegucigalpa, y luego viajó a República Dominicana.
También el general libanés Michel Naim Aoun se refugió por 6 meses en la representación de Francia en Beirut, y el exjefe de Estado de la extinta República Alemana (RDA), Erich Honecker, “se mudó” por 7 meses a la embajada de Chile en Moscú.
El expresidente argentino Héctor José Cámpora duró 3 años en la sede diplomática de México en Buenos Aires en los años 70, y el líder de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), Víctor Raúl Haya de la Torre, 5 años en la de Colombia en Perú, en los 50. Y el cardenal húngaro József Mindszenty vivió 15 años en la representación de EEUU en Budapest tras la invasión soviética a Hungría en 1956. Al parecer, Noboa no fue bien asesorado.