Precedido de una estrecha y fructífera vinculación con la educación dominicana (doctorado en Francia) desempeñando importantes funciones en diferentes áreas, la designación del profesor Ángel Hernández como ministro de la cartera tiene el inevitable efecto de un llamado a la autocrítica y a la reformulación de los principios que deben guiar a las autoridades del ramo.
Su llegada ha sido saludada por entes ajenos al oficialismo con gestos de confianza en sus cualidades y experiencia para dirigir el ámbito del Estado que más recursos del erario recibe individualmente y que fue golpeado por la pandemia en años consecutivos sin que las costosas medidas para atenuar daños al sistema educativo sirvieran de mucho.
La gestión administrativa que finalizó, de una procedencia esencialmente política, partidaria y conflictiva, ha de quedar, como procede, bajo los reflectores de la Cámara de Cuentas y vale que así lo solicitara el propio desplazado y ahora ministro sin cartera, Roberto Fulcar, al que mucho conviene que todo quede en claro ante la opinión pública.
La educación dominicana debe enmarcarse en compromisos y metas consensuadas con representaciones de quienes participan de ella o reclaman que la sociedad esté bien servida desde las aulas, con fidelidad a los mejores métodos de enseñanza, lo que lógicamente trasciende lo gubernamental y lo sectario.
Este debe ser un gran momento para el reencuentro y las rectificaciones.