Ya nada me sorprende de este gobierno neoliberal, ni de su presidente, ni de sus ministros, ni de sus tecnócratas, ni de sus reformadores fiscales. En este país el malestar en la cultura nunca se acaba. Incluso empeora cada vez más. Hay una espantosa involución a todos los niveles -también al nivel de la cultura- y una indiferencia oficial que ofende y lastima a todo espíritu sensible.
Al Estado no le importa ni le interesa un carajo eso de la cultura. Sencillamente no es una prioridad. Para el Estado y los gobiernos de turno de la era democrática, igual que para la clase política dominante, la cultura es simplemente diversión, entretenimiento y espectáculo, y nada más. Lo irónico es que, mientras la desprecia y la subestima, el discurso oficial -la retórica presidencial y la ministerial- parlotea sobre la “necesidad de promover la identidad cultural dominicana”. No sé cómo es que se pueden casar ambas cosas.
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Uno se harta de repetir una y otra vez aquella frase que ya suena a cliché de que la cultura es el eje transversal de toda transformación social. En Santo Domingo eso de la transversalidad de la cultura ni se entiende, ni se quiere entender. Por eso insisto: este es un país que quiere ser algún día de primera, pero teniendo a la cultura de quinta. Un país extraviado, enajenado y envilecido. Una gran nación como Alemania considera la alta cultura como parte fundamental de la identidad alemana. Es simple: no hay Estado alemán sin cultura alemana. Tampoco puede haber Estado dominicano sin cultura nacional. Porque la cultura constituye la totalidad del quehacer humano en sociedad, todo lo que somos y lo que hacemos.
El expresidente Danilo Medina solía confundir educación y cultura en sus discursos presidenciales. El presidente Luis Abinader le sigue los mismos pasos, pasos perdidos. Sigue la misma línea discursiva. Ignora que la cultura es el eje de la transformación social y el significado de este concepto. Confunde educación con cultura, la promoción de la cultura con el fomento de la educación, dos ámbitos vinculados, pero claramente distintos. La educación y la cultura tienen sus objetivos propios bien definidos cada una. ¿Cómo es que no lo saben? ¿O se hacen que no lo saben?
Eliminar el ministerio de Cultura o fusionarlo con el ministerio de Educación, o fusionar el ministerio de Educación con el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, no resolverá nada, no ahorrará nada, no eliminará supernumerarios que abultan la nómina, ni botellas predilectas, ni gastos excesivos en publicidad, ni barrilitos legislativos, ni asesores que nada asesoran. Uno espera cosas así de gobernantes tipo Bolsonaro o Milei, no de un “demócrata liberal” como Abinader. Buena parte del sector cultural y artístico que votó en 2020 y volvió a votar en 2024 por Abinader se hizo muchas expectativas en torno al tema del arte y la cultura que luego resultaron fallidas. Yo mismo me hice ilusiones y esperanzas, y llegué a creer una vez que en este país se podría hacer cambios desde la cultura. ¡Tamaña ingenuidad la mía! Lo malo de ese mismo sector que debería empoderarse y pronunciarse es lo flojo, lo dócil y lo genuflexo que es, un sector pusilánime que se victimiza, pero no es capaz de hacerse escuchar, que vive profundamente dividido por mezquindades insignificantes y rencillas personales, que sólo sabe ventilar egos y chismes ridículos por las redes sociales, que no tiene ni la fuerza ni la autoridad para hacerse sentir y respetar, y por eso se le irrespeta, se le golpea y se le aplasta.
Lo que hay que hacer con ese ministerio de quinta que es hoy Cultura es repensarlo a fondo y en serio, redefinirlo, refundarlo de la cabeza a los pies. Hacer de él lo que no es ni ha sido nunca. Reorientar el gasto hacia lo realmente necesario e importante: los planes, programas y proyectos culturales; la gestión cultural municipal, provincial y regional, emancipadora y afirmadora de los valores de nuestra identidad cultural. Pero nada de eso pasará. No pasará porque al presidente Abinader no le importa ni le interesa la cultura y es completamente insensible e indiferente a ella. Por esta errada senda el gobernante se ganará con justicia un título que nadie le podrá disputar: “Abinader, el sepulturero de la cultura”.
Para el reelegido presidente Abinader y su gobierno del PRM, sus popis, sus tecnócratas y sus tecnólatras sólo les reservo un par de citas de dos grandes dominicanos: una de Américo Lugo, la otra de Pedro Henríquez Ureña: “La mayoría ignorante necesita instrucción y la minoría ilustrada necesita ideales patrios”; “sigo impenitente en la arcaica creencia de que la cultura salva a los pueblos”.
La propuesta de fusión ministerial es un absurdo, un disparate y un desatino. Pero no hay que asombrarse: hace tiempo sabemos que vivimos en Absurdistán.