Los cacerolazos en el Piantini, un sector de la burguesía adinerada; las críticas del Consejo Nacional de la Empresa Privada (Conep), de la Confederación Patronal y de la Asociación de Exportadores (Adoexpo); las diatribas de los opositores Leonel Fernández y Danilo Medina seguidas de la vigilia frente al Congreso Nacional, junto a los ataques desconsiderados desde las redes sociales contra el Gobierno, minaron el optimismo del presidente Luis Abinader, quien ha cedido a las presiones de los grupos económicos retirando de la agenda legislativa su propuesta de Modernización Fiscal.
En palabras del mandatario, “la propuesta de modernización fiscal no cuenta con el consenso necesario para su aprobación”, lo que significa, primero, que antes de anunciar la reforma fiscal en La Semanal, las autoridades no alcanzaron consenso con sectores fundamentales de la vida económica y financiera de la nación, y, en segundo lugar, que resulta bastante cuesta arriba lograr el consentimiento tratándose de medidas tributarias que afectan los bolsillos y el ingreso ciudadano.
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Si como dijo el presidente Abinader, “la Ley de Modernización Fiscal, es una propuesta que no surgió de la improvisación o de un capricho personal, sino del más profundo sentido de responsabilidad hacia nuestro país”, ¿por qué responsablemente no luchó por ella hasta el final?, ¿Por qué dio su brazo a torcer tan pronto?
El Gobierno cuenta con amplios recursos para persuadir a la ciudadanía acerca de las bondades inherentes al plan de Modernización Fiscal, en términos de relaciones políticas, económicas y sociales, respecto a presencia comunicacional tradicional y digital, pero, sobre todo, con el control del Congreso de la República que acaba de aprobarle sin chistar la cuadragésima reforma a la Constitución en los siete puntos propuestos por el mandatario.
Si el desbalance entre ingresos y gastos fiscales en las finanzas nacionales no se ha resuelto, debido a que Fernández y Medina actuaron irresponsablemente para no introducir las reformas fiscales correspondientes, también podrá afirmarse en el futuro que Abinader ha actuado de forma parecida.
Creo que Abinader se rindió, desalentado por el rechazo a su proyecto que procuraba acabar con la dependencia nacional del endeudamiento para financiar el gasto público, echar adelante el acceso del pueblo a mejor educación y programas de salud y para el financiamiento de las obras de infraestructura indispensables para el desarrollo.
La modernización fiscal propuesta fue el primer esfuerzo serio de cualquier administración de las últimas décadas para enfrentar dignamente la dependencia nacional del endeudamiento externo e interno. Retirarlo implica una derrota política y la merma del liderazgo presidencial.
Abinader no quiso luchar por ella, y optó por sentar un mal precedente retirándolo de la mesa.