Hace unos días el colega José Monegro, director del periódico El Día, publicó un artículo titulado «La degradación del periodismo, un debate obligatorio» donde señala, con justa razón, que cada vez más los profesionales de los medios de comunicación emulan a los “buscadores de likes” y abandonan el apego a la técnica y a los principios periodísticos para cultivar popularidad.
Comparto con él la preocupación por la banalización del periodismo, fenómeno que no se explica solo a partir de la proliferación de las redes, porque, como dice Monegro, estas son herramientas para divulgar contenidos que, si se usan siguiendo las técnicas, contribuyen a la diversificación y a la democracia.
Tampoco es justo ni correcto reducirlo a un tema generacional, como he escuchado a algunos veteranos afirmar desde una posición bastante adultocéntrica. Sobre la reflexión central que propone Monegro en relación a cómo explicar que periodistas que una vez fueron buenos profesionales ahora tienden a lo banal e insustancial, pienso que sucede porque la fiebre no está solo en la sábana, pues las mismas sociedades se han degradado y demandan la superficialidad.
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Los parámetros de éxito han variado y la mayoría tiene una visión más material y menos profunda de la vida. El filósofo Guy Debord advirtió a la humanidad sobre esto hace más de medio siglo, en su ensayo «La sociedad del espectáculo». El escritor Mario Vargas Llosa retomó el análisis al respecto con la obra «La civilización del espectáculo», publicada en el 2012. El tiempo les ha dado la razón: en la actualidad, más que nunca, las formas importan más que el fondo y el “tener” más que el “ser”.
El periodismo no es la excepción. Para muchos/as, recurrir al morbo, con tal de ser virales un día, es más relevante que fajarse a desarrollar una carrera profesional que le puede tomar muchos años. El cortoplacismo se impone.
La mala noticia es que sin periodismo responsable no se supera esa banalización social, porque la relación entre un buen periodismo, capaz de trascender lo trivial y posicionar temas trascendentales para el desarrollo de la sociedad, y la calidad democrática, es directamente proporcional.
Urge que los periodistas entiendan la responsabilidad social que tienen y el rol que les corresponde asumir. Pero esto no es sólo tarea para periodistas. Las academias también deben y pueden aportar, dado que se han concentrado en lo tecnológico, en detrimento del desarrollo de un olfato periodístico crítico.
Igual de esenciales son los medios, donde manuales de estilo y códigos de ética brillan por su ausencia o, en el mejor de los casos, se han engavetado y no están en el día a día de las redacciones, y donde se echan de menos los arduos debates ideológicos del pasado.
Las empresas públicas y privadas deben revisar su respaldo económico a medios y figuras cuestionables, lo mismo que algunas autoridades que se juntan con quien sea con tal de que se les pegue algo de popularidad.
Los gremios de periodistas que, a diferencia de otros grupos de profesionales, no han logrado articular una agenda que recoja las preocupaciones reales de la mayoría de los periodistas en ejercicio y, por ende, no han conectado de manera mayoritaria con las nuevas generaciones.
Y aquí me parece importante introducir el tema económico porque no es verdad que esto sea solo un problema moral. Las condiciones materiales influyen. Bajos salarios inciden en que reporteros/as tengan dos y tres tandas de trabajo, laborando al mismo tiempo para medios e instituciones públicas y privadas, creando dilemas éticos en las coberturas.
Además, esto impide que el periodismo sea atractivo para profesionales mejor formados que prefieren trabajar en el sector corporativo o el gubernamental, y no “guayar yuca” en redacciones de medios.
Otro aspecto es la sobrecarga laboral que padecen muchos profesionales debido a la crisis económica que han venido enfrentando los medios a nivel mundial. Las redacciones se enflaquecieron y el trabajo que hacían dos o tres personas, ahora lo hace una sola, lo que resta tiempo para formación, profundización e investigación, limitando el ejercicio al “declaracionismo” cotidiano. A todos esto, los/as propios/as periodistas a nivel individual también tienen su cuota de responsabilidad, porque una gran parte no se asume como clase.
Me parece que este tema es trascendental para el futuro de la profesión y del país, y que no debería quedarse en las páginas de los periódicos. Hay que ponerle carne y hueso y asumirlo con seriedad. En mi caso, yo acepté sumarme a este debate. Ahora es momento de preguntar: ¿Quién más se une?