Insisto. Nada es casual en el universo.
Todo está ordenado hasta un punto en que nuestros sistemas de mesura, continuamente mejorados, aun no aciertan a detectar las magnitudes de su perfección pasmosa.
Buscando un común denominador de la creación encontramos el ritmo, el ciclo al cual todo obedece, pues todo esfuerzo de la naturaleza es cíclico.
Cíclico es el proceso de posible formación del hombre y las otras especies animales. Cíclico es el proceso del árbol enorme, de la brizna de la hierba, del grano de polvo y del planeta. Un ciclo rige la formación del corcho, del petróleo, del ámbar cuya transparencia nos sorprende con testimonios de fósiles intactos. Un generoso ciclo tiene el agua, que exhalada desde la tierra se acumula en nubes, desde donde retorna convertida en fresca lluvia para bautizar la tierra y bendecirla de frutos, para formar caudales marinos y luego ser río y ser mar y ser océano y volver a ser nube para recomenzar. Toda la vida del hombre está sujeta a ciclos y es importante que lo comprendamos mejor y acomodemos nuestros esfuerzos a la periodicidad cíclica, tanto en las actividades naturales del organismo como en las que hemos inventado y le imponemos.
Hay que aprender a sentir el curso del tiempo y a percibir sus señales: fatiga, sueño, hartazgo… lo que sea.
Nuestra medida y posibilidad accional está basada en el movimiento de los cuerpos celestes. La rotación de la Tierra sobre su axis provee la unidad de tiempo que usamos diariamente, o sea, el día solar y sus subdivisiones que conducen hasta el pequeño segundo solar, ya tenido como un contenedor de fracciones, porque el reloj digital ha adquirido tal presencia que es común tener en cuenta las fracciones de segundo.
Pero esas fracciones, o los minutos, las horas, los días, los años, nunca se repiten. Cada uno tiene su condición y sus posibilidades, ninguno es semejante a otro.
A consecuencia de las características de los instantes vividos, de su contenido de acidez, dulzura o insipidez, de negatividad, abulia o positividad, todo mezclado con el misterio de la individualidad, se va formando la unicidad del ser humano.
La vivencia es una inducción que crea efectos estrechamente ligados con la edad y la evolución espiritual de quien la tiene. No obstante, se puede advertir que usualmente no significa lo mismo una decepción a los quince que una a los veinte. El humano, en esos años primeros, se encuentra en medio de un ciclo evolutivo que cambia rápidamente sus panoramas.
Sin embargo, es muy posible que una decepción signifique lo mismo para un hombre de sesenta años que para uno de setenta. Ya la capacidad de cambio, el ciclo evolutivo, se ha visto bloqueado por una muralla de convicciones condicionadas conforme a las características del tiempo vivido. No podemos escapar al ciclo del tiempo.
A su tiranía, que alguna razón tiene.
Aunque detengamos nuestro reloj, aunque le demos marcha atrás, aunque no le prestemos atención en un acto de ciclópea rebeldía, como la de mi padre, quien decía que simplemente era de mañana, de tarde o de noche, el micrométrico ciclo del tiempo no cambia.
Nosotros podemos estar inconscientes del tiempo, pero nunca fuera de él.
Solo la muerte, nuestra última y descalza visitante, corta con hacha de hielo su transcurso.
Para que inicie el ciclo de un misterio mayor.