Amparar designaciones para el desempeño de funciones públicas solo en la condición de independiente es quimera y error. La idoneidad no está sujeta a un carnet de partido, otras condiciones son más importantes. Sin embargo, la ficción de “independencia” ha sido el soporte del Cambio, sostenible gracias a la complacencia de los otrora levantiscos voceros de poderosas organizaciones de la sociedad civil. Repiten por doquier la pureza de sus obsecuentes dependientes.
Los rostros de la independencia estuvieron presentes en la plaza pública, vociferantes, solicitando el advenimiento del mesías. Esa labor fue correspondida con decretos, designaciones del Senado, concesiones del Consejo Nacional de la Magistratura. Ahí está el resultado comprobable de la aquiescencia con el poder de facto y el producto de alianzas políticas que después de lograr lo apetecido se quebraron o simulan quiebre.
Cuando se discutían los nombres de los aspirantes a integrar la Cámara de Cuentas, los mentideros describían el quinteto ganador. Decían que el paso ante la Comisión evaluadora era formalismo para vender transparencia. En este caso el disimulo fue innecesario. Uno de los aspirantes que preparaba su mudanza a la capital, antes de la confirmación, porque tenía apalabrado su asiento, no borró tuits, ni eliminó las fotos en compañía de candidatos. Para justificar su proselitismo, su adscripción a “Tamos contigo Luis”, el integrante de “Santiago somos todos”, estableció la diferencia entre “afinidad y simpatía”.
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Pero ese no es el problema, el problema es descalificar, difamar, amenazar, cuando la simpatía es por un partido diferente al que respaldan los guardianes de la fantasía.
Después de divulgados los rumores que revelan una supuesta crisis entre los integrantes de la Cámara de Cuentas, los gestores éticos, custodios de la corrección política, rechazan la posibilidad de enfrentar, como procede, las irregularidades.
El conflicto amagó en febrero, pero urgentes diligencias intentaron contener el desborde. El nuevo orden no previó fisuras, no puede develar flaquezas. Por eso insisten que el rifirrafe obedece a una campaña orquestada por “los malos”, por los defensores de la corrupción administrativa.
Que algún integrante de la Cámara, tengan origen cercano al partido de gobierno, eso no importa y menos preocupa la necesidad de indagar la veracidad de las supuestas denuncias.
Es más que evidente que las demandas ciudadanas quedaron en el pasado. Los comunicados de los apóstoles de la ética no se escriben. Aquella petición recurrente de Juicio Político para los miembros de la Cámara de Cuentas, está en el olvido. Ahora aspiran al desmentido, para que el percance quede en el anecdotario. Saben hacer el trabajo, conocen el efecto de la extorsión moral.
Ha sido ganancia extraordinaria para la administración disfrutar el incondicional respaldo de tantas organizaciones cívicas. Nada exigen porque pelearon sus cuotas de poder y las consiguieron. La recompensa es el silencio y el auxilio oportuno. Estremece la irresponsabilidad y la complicidad. Asombra la solicitud de “arreglar como familia” una situación que amerita intervención, conforme a lo establecido en la Constitución. Aconsejar para evitar la aplicación de la ley es además de una burla, un irrespeto a la institucionalidad.