Pintaba bonito, redondo. Tan redondo que sus dos ceros sirvieron para fabricar lentes con que festejar su llegada. 2020 era un número de marketing.
Una de las discusiones que inundaban las redes sociales a fines de 2019 era si el inicio del nuevo año marcaba también el comienzo de una nueva década. Hasta la Real Academia Española intervino en el debate. Vivíamos en la inocencia.
A nadie se le ocurrió desear que pudiéramos abrazar a nuestros seres queridos. Ir a cumpleaños, cafés, cines. Viajar. Respirar. Tener la vacuna.
Sin embargo, 12 meses después los deseos de pasar de una vez la última hoja del calendario son bastante universales.
Ahora se venden camisetas que leen «2020 Annus Horribilis». Una bodega argentina lanzó el espumante «2020 LPQTP» y su campaña se volvió viral (después, irónicamente, aclaró que las siglas no corresponden a un insulto, sino a «Lindo Período Qué Tiempos Pletóricos»).
El año se va y, en medio de toda la incertidumbre que nos deja, algo parece seguro: pocos lo van a extrañar.
«Cuando la vida regrese…»
En 2020 el covid-19 se llevó más de 1,5 millones de vidas, una tragedia de dimensiones que muchos jamás habíamos presenciado.
Casi un tercio de esas vidas segadas por la pandemia eran latinoamericanas.
Nos acostumbramos a convivir con noticias de enfermos y muertos. Con imágenes de hospitales desbordados y ataúdes. Con la noción de que somos vulnerables.
La pandemia causó además el peor colapso de la economía mundial que podamos recordar. América Latina, en particular, retrocedió varios años en términos de PIB y lucha contra la pobreza.
Las calles se vaciaron de pronto. Los niños dejaron de ir a la escuela. Los adultos al trabajo. Tuvimos que encerrarnos en nuestros propios hogares, para sobrevivir, y para bien o para mal conocimos mejor a aquellos con los que vivimos.
Pasamos a coexistir en lo virtual. Y a añorar cosas simples, que dimos por seguras.
«Ahora ya sabemos que la vida es comer con un amigo en una terraza, ir de librerías, tomar el sol, ver una película, perderte por una calle desconocida, coger un tren», tuiteó el escritor español Manuel Vilas en marzo. «Por eso, cuando la vida regrese, le pediremos menos cosas. Y tendrá sentido esto».
Pero la normalidad no regresó.
Nos sacudimos además con protestas airadas contra el racismo y la brutalidad policial. Con las muertes por distintas causas de Quino, Sean Connery, Kobe Bryant, Chadwick Boseman, Eddie Van Halen, Diego Armando Maradona…
Aumentaron los problemas de estrés, ansiedad, depresión, el consumo de alcohol.
Pero, como dijo la psicóloga Laura Rojas-Marcos a BBC Mundo en mayo, también tuvimos que reinventarnos, aprender a «gestionar la incertidumbre», hacernos más fuertes o resilientes ante la adversidad.
También vimos lo mejor del ser humano.
Esta tragedia generó actos de solidaridad a escala global, nos recordó el papel fundamental que juegan los médicos y los científicos y nos puso a reflexionar sobre las ventajas y desventajas del mundo en que vivimos.
Y no faltó el humor.
«No sé qué me da más miedo, si tomarme la temperatura o pesarme», dice un chiste que circuló por las redes sociales.