“Aquel que lloras por muerto no ha hecho más que precederte”. Séneca.
Ciertamente, todos nos vamos a otro plano, dados por finalizados los asombros y las sorpresas de lo que ahora se nos planta por delante.
Recuerdo las palabras de Jorge Manrique: “Este mundo es el camino/para el otro, que es morada sin pesar/mas cumple tener buen tino/ para andar esta jornada sin errar./ Partimos cuando nacemos,/ andamos mientras vivimos y llegamos/ al tiempo que fenecemos/ así que cuando morimos descansamos”.
En un encuentro casual por una de las calles que lleva al puerto, cerca de donde estaba la primera oficina de la revista “¡Ahora!”, que recién empezaba, Molina me pidió que escribiera una columna fija de música, que yo titulé “Minúsculas y semifusas” y que mantuve incluso durante mi estadía en Londres, donde fui como agregado cultural. En ella entraba en explicaciones de arte. Años después, cuando renació la revista “¡Ahora!”, volví a escribir regularmente en ella, ya no la columna, sino artículos sobre el costumbrismo nacional.
La revista tenía un enfoque, una misión, que mantuvo hasta el final, y que quedó clara desde la primera publicación, en la que él, su director, escribió: “Sólo aspiramos a dar a conocer en las páginas de ‘¡Ahora!’ el pensamiento y los perfiles de los hombres honrados. Solo deseamos ansiosamente desenmascarar a los enmascarados, aquellos que son un peligro nacional, aquellos que han venido destruyendo el sentimiento y los derechos humanos de nuestro pueblo, aquellos revestidos de un falso apostolado, aquellos falsos héroes, aquellos militares que deshonran su uniforme, aquellos que anteponen sus propios intereses a los de la Patria”.
Hay que admirar su integridad y valentía en una época peligrosa: cumpliendo con sus ideales -expresados y definidos en las palabras arriba mencionadas- se metió con todo lo que veía que era dañino para la libertad de prensa, para la institucionalidad y para cuanto pudiera hacer daño a la buena función de la patria. En sus páginas se desenmascararon inconductas militares y oficiales en una época en que no cualquiera se arriesgaba. Él no solo publicaba sin temor lo que sus periodistas traían (caso Orlando Martínez), sino que escribía fuertes editoriales con su característica claridad, que daban en el clavo o -como algunos suelen decir- le ponían la tapa al pomo, a cualquier situación.
Las pruebas abundan. Y sangran.
También recuerdo agradecido su gentileza: él facilitó la publicación de diversas ediciones de mi libro “La historia de Santo Domingo”. Por la amistad que existía y que se había fortalecido con su apoyo a este libro de historia, él me brindó facilidades en la Editora Cultural Dominicana para publicar también mi ensayo de una personalidad: “Trujillo”.
En Rafael Molina Morillo, valentía y gentileza se complementan como forma de expresar los altos valores humanos de una persona que externamente aparentaba frágil, pero que era fortaleza, determinación, nobles sentimientos, solidez de carácter y criterios.
Algo muy difícil de encontrar.