A Adriano Miguel Tejada
Cuando un amigo se va
Queda un espacio vacío,
Que no lo puede llenar
La llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va,
Queda un tizón encendido
Que no se puede apagar
Ni con las aguas de un río.
Cuando un amigo se va,
Una estrella se ha perdido,
La que ilumina el lugar
Donde hay un niño dormido.
Cuando un amigo se va
Se detienen los caminos
Y se empieza a rebelar,
El duende manso del vino.
Cuando un amigo se va
Galopando su destino,
Empieza el alma a vibrar
Porque se llena de frío.
Cuando un amigo se va,
Queda un terreno baldío
Que quiere el tiempo llenar
Con las piedras del hastío.
Cuando un amigo se va,
Se queda un árbol caído
Que ya no vuelve a brotar
Porque el viento lo ha vencido.
Cuando un amigo se va,
Queda un espacio vacío,
Que no lo puede llenar
La llegada de otro amigo.
Letra: Alberto Cortez
Escribo este Encuentro con el alma rota en mil pedazos. Las lágrimas salen a borbotones, y yo sin poder, ni querer, detenerlas. Al despertar lo primero que vi fue un mensaje de mi querida Justina enviándome un escueto mensaje por el teléfono: “Murió Linche”. Mi corazón se estremeció.
Seguí viendo los mensajes y todos me anunciaban la triste y terrible noticia.
Mi relación con Adriano Miguel Tejada se remonta al año 1975. Un joven profesor entró al aula para enseñarnos Historia Dominicana II. Comenzó con un chiste para relajar el ambiente.
Esa clase cambió mi vida. El examen final debía ser un ensayo. En ese momento, mi querido Linche era el director de la Revista EME-EME. Nos dijo que el mejor ensayo no solo obtendría una A, sino que sería publicado en la prestigiosa publicación. Nos abrió su biblioteca.
Lo malo era que vivía en Moca. Yo hablé con mis padres y me permitieron viajar, facilitándome al chofer de nuestro negocio familiar. Ahí comenzaron mis primeros pinitos en el mundo de la historia.
Fui a su casa por más de un mes a investigar. Obtuve el premio. El artículo fue publicado en 1978, mientras yo estaba en México haciendo un postgrado. Estaba feliz y orgullosa. Esa fue mi primera publicación. Ahora que leo el artículo quisiera borrarlo y no dejar rastro, me avergüenza lo que escribí. ¡Cosas de aprendiz!
Después de esa clase que marcó mi vida, decidí ser historiadora. Quería investigar, conocer mejor nuestro pasado, buscar explicaciones a sucesos que no entendía. Amé los libros y fui acumulándolos por año, como uno de los tesoros más preciados de mi vida. Eso se lo debo a mi querido Adriano.
Seguí amando ser maestra, pero le añadí un nuevo ingrediente: ser investigadora. De esta experiencia han transcurrido 45 años.
Poco tiempo después nos reencontramos laborando los dos en nuestra alma mater, la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Nuestros encuentros eran amenos y divertidos. Siempre tenía un chiste nuevo que me aprendía para poder repetirlo. A su salida de la PUCMM, trabajó en la banca.
Desde esa posición me ayudaba a financiar eventos. Yo siempre buscando fondos, y Adriano nunca dejó de tenderme la mano para que los seminarios y encuentros se materializaran con calidad.
Fueron muchas las veces que le pedí que nos ofreciera conferencia a los maestros en los encuentros que realizamos en el marco del Consorcio de Educación Cívica. Nunca, nunca, nunca me dijo que no. Después tuve la dicha de ser profesora de Leonor, una de sus amadas hijas. Ella y yo conectamos inmediatamente.
Adriano fue electo Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia. Estuvimos juntos durante la presidencia de Bernardo Vega, y luego fue el vicepresidente durante mi gestión.
Durante esos tres años de intenso trabajo estuvo presente en todas las reuniones y en cada una de las actividades. Era nuestro exquisito maestro de ceremonias; también presentó libros, expuso en seminarios y ofreció conferencias. Pero, y sobre todo, era un ser vital en la directiva.
Durante esos tres años en la presidencia, Adriano estuvo a mi lado, codo a codo. Era mi soporte y mi consejero. A pesar de sus responsabilidades en el periódico, estuvo siempre ahí.
No olvido que dos o tres días previos a la celebración del Congreso Dominicano de Historia, tuve una de mis mayores crisis asmáticas, y, después de llamar a mi marido, llamé a Adriano para contarle entre sollozos el dictamen médico. Me calmó y me aseguró que supervisaría todas las actividades. Así lo hizo.
Durante estos largos meses de pandemia, nos comunicamos frecuentemente. La última vez que hablamos fue hace justo 11 días. Me decía de lo feliz que estaba, pues se levantaba tarde, sin presiones de horarios.
Estaba disfrutando de sus nietos, y del placer de planificar su vida junto a Justina, su esposa amada. Me contó sobre los libros que estaba pensando escribir. Especialmente uno sobre su amada Moca.
Hoy que no puedo estar con su familia por este COVID que nos ha separado físicamente de quienes amamos, lo despido con el corazón oprimido, triste y profundamente agradecido.
Adriano Miguel Tejada será recordado por muchas cosas. Primero como ser humano: solidario, amable, conciliador y siempre alegre. En su labor como Director de DIARIO LIBRE. El primer diario gratuito.
Capaz de informar a la gran población con mensajes cortos y bien contundentes. Como activista cultural. Nunca dijo que no a las peticiones que se le hacía.
Escribo estas palabras con tristeza infinita, con el corazón herido y triste, con el velo de lágrimas en mis ojos. Adiós, hermano, maestro y amigo. ¿Cómo voy a olvidar tu sonrisa contagiosa? ¿Cómo voy a olvidar tus chistes a veces fuera de tono que me sonrojaban? ¿Cómo olvidar tus consejos en mis momentos de incertidumbres? ¿Cómo olvidar sencillamente tu alegría y tu pasión por la vida? Te despido con dolor, pero con la alegría que serás eterno en el corazón de quienes te conocimos.
Amigo —con la tarde haz que se vaya
este inútil y viejo deseo de vencer,
Bebe en mi cántaro si tienes sed.
Amigo —con la tarde haz que se vaya
este deseo mío de que todo rosal
me pertenezca,
Amigo,
si tienes hambre come de mi pan.
Todo, amigo, lo he hecho para ti. Todo esto
que sin mirar verás en mi estancia desnuda:
todo esto que se eleva por los muros derechos
—como mi corazón— siempre buscando altura.
Te sonríes —amigo… ¡Qué importa! Nadie sabe
entregar en las manos lo que se esconde adentro,
pero yo te doy mi alma, ánfora de mieles suaves,
y todo te lo doy… Menos aquel recuerdo…
…Que en mi heredad vacía aquel amor perdido,
es una rosa blanca, que se abre en silencio…
Pablo Neruda
(fragmento)