Adiós Capitán. La sabiduría de los viejos supera lo imaginado. Mi padre Alberto Lara Fernández, se autodenominó el Capitán, así quería ser nombrado y reconocido por la familia y sus amigos cercanos. Quería dejar claro que él capitaneaba su vida.
El Capitán se ha marchado con alas de mar y viento. Sabía que preparaba su viaje hacia la eternidad, cuando me entregó la tarjeta que le escribí hacía más de 15 años, en la que le hacía un reconocimiento y agradecía sus enseñanzas.
Se aseguró de que la tarjeta retornara a mí. La tuvo en su bolsillo para entregármela en mis propias manos, y me expresó: “Toma mi hija para que la conserves”. Fue una gran sorpresa ver cómo atesoró mi mensaje. Hoy es un aliento.
En ese momento descifré su mensaje, ¿estará despidiéndose? Sabía que en un tiempo no muy lejano alzaría vuelo. El Capitán se sentía orgulloso de sus hijas.
En ese encuentro, nos regaló sus sonrisas, canciones, recuerdos y afectos. Tranquilamente y con alegría nos retratamos, quiso sellar ese momento para la eternidad. Sus niñas estuvieron con él abrazando lo soñado. No queríamos que partiera sin visitarlo en su hogar, en Estados Unidos.
El Capitán sabiamente, con espíritu de gratitud hacia la vida y las ciencias, donó en silencio su cuerpo a una universidad para la formación de los médicos. Un gesto noble que nos alienta y nos une.
El Capitán se aseguró de que su cuerpo trascendiera más allá de la vida y la muerte. La solemnidad de la partida de un padre abre un espacio para el silencio reflexivo.
Capitán, ahora conduces tu espíritu hacia la trascendencia.