Adiós Orlando

Adiós Orlando

Bonaparte Gautreaux Piñeyro

Año 1929, mi abuelo, Clodomiro Gautreau Rijo, fue asesinado de tres disparos en el pecho mientras participaba en una reunión en casa del empresario Amador Pastor, estaban presentes, don Eliseo (Chichi) Damirón y el célebre flautista Pepé Echavarría Lazala, bautizado como “El ruiseñor dominicano” por los dulces y celestiales aires que obtenía durante la ejecución de su instrumento.

A mi abuelo lo asesinó un amigo, un compadre doble. Aunque le advirtieron que su compadre vivía pregonando que lo asesinaría, el maestro Gautreau no lo concebía y se negó a aceptar el revólver que le ofrecían para si se le ofrecía la oportunidad.

Ese no es el caso de la desdichada y terrible muerte de Orlando Jorge Mera, de la cual, dígase lo que se diga, no hay explicación que la justifique. Igual ocurrió con la muerte de mi abuelo.

El asesinato es, siempre, una demostración de cobardía, de oportunismo, es fruto de buscar y aprovechar un momento en el que la persona objeto del atentado no pueda o no tenga cómo defenderse, lo cual el matador aprovecha y realiza su fechoría. ¿Qué diablura empuja a un hombre a cometer un asesinato a mansalva?.

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Orlando está muerto, sepultado, nos queda el perfume de su conducta, la rectitud de su proceder, su exquisito trato amable, respetuoso, fruto de la educación hogareña que le enseñaron padres amorosos y atentos a los detalles que hacen de una persona un modelo.

Hablar de Orlando es deshojar las rosas de la decencia, del compañerismo, del buen hijo, del buen familiar, del buen amigo, del hombre solidario y constante, de una sola línea, un hombre con el que se podía contar.

Lo recuerdo de niño cuando trabajé por Santiago, segunda mitad de la década de 1960 entonces formaba junto con Salvador, su padre, parte del Concejo de Administración de una empresa de capital popular que el Gobierno de entonces boicoteó, bajo la acusación velada, pero constante, de “foco de conspiración perredeísta”. Ya con su padre habíamos participado en la Guerra Patria de 1965.

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Después, vino la senaduría de Salvador, su mudanza a Santo Domingo, las luchas internas en el PRD hasta la dura y áspera campaña presidencial de 1982.

Hube de aceptar la Presidencia de la Radiotelevisión Dominicana en el período presidencial de Salvador.

Mientras, veía crecer a Orlando quien ya se perfilaba como un joven modelo, humilde, servicial, atento, inteligente, sagaz, dedicado.

Mi familia siempre recuerda aquel fin de semana que compartimos en Atlanta con la familia Jorge Mera, los dulces envíos de miel de abejas cosechada por la misma Asela.

Con la muerte de Orlando lamentamos la pérdida de un gran ciudadano, una vida tronchada cuando se desarrollaba en toda su plenitud.

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