Varias mujeres afganas aguardan dentro de una clínica precaria organizada por el colectivo humanitario World Vision en un asentamiento cerca de Herat, en Afganistán, el 16 de diciembre de 2021. (AP Foto/Mstyslav Chernov)
Afganistán — En un enorme asentamiento de cabañas de adobe en el oeste de Afganistán donde viven personas desplazadas por la sequía y la guerra, una mujer lucha por salvar a su hija.
El esposo de Aziz Gul vendió a una de sus hijas para matrimoniarla sin avisarle, y tomó un anticipo para poder alimentar a su familia de cinco hijos. De otra manera, dijo el hombre a la mujer, todos morirían de hambre. Tuvo que sacrificar a una para salvar al resto.
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Entre el creciente número de personas que se encuentran en la indigencia en Afganistán, muchas están tomando decisiones desesperadas similares debido a la pobreza en la que se se está hundiendo el país.
La economía de Afganistán ya estaba deteriorada cuando el Talibán tomó el poder a mediados de agosto durante el caótico retiro de las tropas de Estados Unidos y la OTAN. La comunidad internacional congeló los bienes de Afganistán en el exterior y le suspendió la financiación, negándose a trabajar con el Talibán por la reputación de brutalidad que ejerció durante su régimen anterior hace más de 20 años.
Las consecuencias han sido devastadoras para un país asolado por la guerra, la sequía y la pandemia de coronavirus. Los empleados estatales no han recibido su paga desde hace meses. La desnutrición acecha a los más vulnerables y, según grupos asistenciales, más de la mitad de la población enfrenta una escasez aguda de alimentos.
“Cada día que pasa la situación se deteriora en este país, y los niños sufren en particular”, señaló Asuntha Charles, directora nacional de la organización de ayuda World Vision, que dirige una clínica de salud para personas desplazadas cerca de la ciudad occidental de Herat. “Hoy me siento destrozada de ver a familias dispuestas a vender a sus hijos para alimentar a otros miembros de sus familias”.
Arreglar matrimonios con niñas pequeñas es común en la región. La familia del novio paga el dinero para sellar el trato, y la niña generalmente permanece con sus padres hasta que cumple al menos unos 15 años. Pero debido a las dificultades de muchos para comprar siquiera alimentos básicos, hay quienes dicen que permitirían a los futuros novios llevarse a las niñas, e incluso intentan vender a sus hijos varones.
En un hecho poco común en esta sociedad profundamente patriarcal, Gul está oponiendo resistencia. La mujer, a la que casaron a los 15 años, dijo que preferiría quitarse la vida si se llevan a su hija Qandi Gul, de 10 años.
Cuando su esposo le contó que había vendido a Qandi, “mi corazón dejó de latir. Quise morirme en ese momento, pero quizá Dios no quiso que me muriera”, manifestó Gul con Qandi a su lado, quien llevaba en la cabeza una pañoleta azul cielo y sólo miraba. “Cada vez que me acuerdo de esa noche… muero y resucito”.
Su esposo le dijo que vendió a una hija para salvar a los demás hijos, porque si no lo hacía todos habrían muerto.