La vocación, la fidelidad y el apego al compromiso contraído, impulsaron a los médicos, enfermeras, bioanalistas, farmacéuticas, personal de logística y limpieza a estar en la primera línea de batalla en el covid-19. Después de cinco angustiantes meses de confinamiento, distanciamiento social, contagios, muertes, angustia, pánico y recesión económica; los contagios siguen en aumento, la violación a las normas de protocolo y toque de queda han puesto en evidencia la proliferación de la insensibilidad social, la indiferencia, apatía y falta de compasión por las demás personas.
Servicios cada tres días, en un ambiente estresante, de riesgos, angustiante, con poca o nada de ambientación para descansar un cuarto de hora, con líquidos, café, té, leche tibia, musicoterapia y aromaterapia, para paliar el estrés, el cansancio y distraer un poco el cerebro.
Soportar el miedo, la tensión, la incertidumbre si está contagiado o si al llegar a su casa contagias a la pareja, a los hijos y a los padres, se convierte en una angustia anticipatoria de los médicos y enfermeras.
Los gerentes y actores del sistema sanitario están conscientes de las limitaciones del sistema, de la falta de servicio en la atención primaria, de la falta de pruebas rápidas y PCR; además, de la falta de ventiladores y cuidados intensivos en capacidad de dar respuestas, a las demandas de una población pobre y abatida.
Gerenciar un sistema de salud precario, desorganizado, con pobres normas, fiscalización, centralizado y politizado es extremadamente difícil. La pandemia en todo el mundo, desde los países ricos, a los en vía de desarrollo y los pobres, ha puesto de rodilla a un sistema de salud de bajos presupuestos, de falta de recursos humanos especializados, de servicios universal, con mejor cobertura, de visión y misión humana y de servicio de calidad y calidez.
Esas duras realidades la viven los médicos y el personal de salud. Después de todo, en lo que llega la vacuna, los antivirales y demás tratamientos que por estudios han demostrado respuestas satisfactorias; en lo que las pruebas se pueden realizar a las personas más pobres y de mayor riesgo que son los que acuden al sistema de salud pública; ahora nos encontramos que también, el personal de salud tiene que esperar por pruebas, nombramientos, pagos, confirmaciones, etcétera.
Trabajar sorteando calamidades, precariedades, contagios, muertes, ambiente de caos, sobredemanda de servicios y, al mismo tiempo, irresponsabilidad ciudadana, es doblemente sentirse desconsiderado, irrespetado y desmotivado para entregar el cien por ciento.
El servicio sanitario está en S.O.S, los médicos y enfermeras se agotan, lucen cansados, estresados, mal humorados, nerviosos, algunos ansiosos, deprimidos, con conflictos de parejas y familiares, financieros y laborales, como todo el mundo, con la diferencia que se encuentran al frente de la batalla, luchando por salvar vidas, prolongarlas y tratar los daños colaterales en la salud de los pacientes con enfermedades crónicas no transmisibles.
Repito, los médicos y el personal de salud están agotados, estresados, desvanecidos, y pobremente estimulados. Se impone nombrar más personas, invertir más en la salud, priorizar las áreas de mayor riesgos y vulnerabilidades; sobre todo no se olviden que los médicos, enfermeras, bioanalistas, farmacéuticas, personal de limpieza, y de logística son seres humanos, que tienen familia, que sufren enfermedades, que tienen miedo de contagiarse y de morirse, y ya se están muriendo y enfermando.
La vida es una experiencia intransferible, cada ser humano la vive de forma irrepetible a partir de sus emociones, su temperamento y carácter; esta adversidad de la pandemia va dejando de forma individual y social resultados de vida.
Los médicos empiezan a tener riesgo de su salud mental, hay que protegerlos y buscar soluciones para continuar con la buena productividad y el desempeño laboral; pero hay que protegerle la vida y la de los suyos. El sistema de salud tiene que ser más solidario, más altruista y de mayor compasión.