El escalpelo movido desde el Ministerio de Educación para conocer a fondo la forma en que se invertía allí el 4% del PBI recibió la sorpresiva ayuda de las fuerzas de la naturaleza. Los torrentes de las inundaciones del viernes pusieron al descubierto el levantamiento sin sujeción a normas de ingeniería, y hasta sin varillas, de verjas enormes que seguramente daban sombra a miles de niños en los recreos de por lo menos cuatro escuelas muy pobladas del municipio Santo Domingo Oeste. En esos mismos planteles los vicios de construcción se manifestaron en forma de filtraciones y las propias autoridades del distrito escolar denunciaron con alarma que buena parte de las estructuras para impartir clases en esa parte del Gran Santo Domingo fueron asentadas sobre suelos no consolidados y sin reforzamiento.
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Una alarmante fragilidad en un país situado en zonas ciclónica y sísmica con el antecedente de que decenios atrás ocurrió un temblor de tierra en la zona norte que solo causó daños importantes a edificios que el Estado destinaba a la docencia construidos evidentemente con la misma falta de rigor que ahora expusieron los aguaceros.
Bien lo dijo recientemente el ministro Ángel Hernández: procede arrojar luz sobre la forma en que se suscribían contratos en la cartera antes de su llegada, quedando cuestionada implícitamente la supervisión que debió garantizar la pulcra aplicación de recursos públicos. Los locales escolares deberían ser particularmente seguros para los alumnados que alojan.