El momento es ahora, con sus festivales, sus patronales sus calles limpias. Ahora, con el anfiteatro y el puerto, la Fortaleza de San Felipe, el Faro y el remozado Centro Histórico. Ahora, con su teleférico y el jazz. Es ahora, después del susto, de esa parálisis inexplicable por no decir injustificable que arriesgaba la medalla de pioneros en desarrollo e innovación turística. Ese torcimiento que trocó los sueños en pesadilla. Afectó todo, se aposentó en el pueblo, se entronizó en Sosúa.
Declarada mediante Decreto, en el 2001, “Polo de Desarrollo Cultural-Turístico”, Puerto Plata comenzó su andadura de primicias y aciertos desde que el Almirante fue deslumbrado por el portentoso secuestro de montaña y mar. La Tacita de Plata prosiguió el camino de la bonanza. Gracias a su entente con el mar, los peregrinos se asomaban y no podían partir. Cuna de grandes, logró ser capital de la República cuando uno de sus orgullos, Gregorio Luperón, fue presidente provisional.
La extensión de 1,811.49 km2- cifra contenida en el Plan para el Desarrollo Económico Local -aunque la Oficina Nacional de Estadística-ONE- establece en “Perfiles Estadísticos Provinciales”-2014-1,805.63 km², tiene al norte el Océano Atlántico, Valverde y Santiago al sur, la provincia Espaillat al este y Montecristi al oeste. El pueblito encantado, con sus municipios y distritos municipales guardando tesoros, con sus bahías, montañas y ríos, sus saltos y ensenadas, arrecifes y bancos, manatíes y yagrumo, hicacos, almendros y pinares, uvas, jacarandas, caña y ron, no tiene un metro de su extensión sin historia ni belleza. Lar que no acuna cobardes ni traidores, con bardos inmortales, como Emilio Prud’Homme creador de la canción de la patria, Juan Lockward, Eduardo Brito, Rafael Solano. Con sus sagas de resistencia y libertad, heroísmo y sacrificio.
Ahora, es ahora, a pesar de la herida que tiene Isabel de Torres, de las casas derruidas, de los recuerdos convertidos en carcoma. Ahora, con sus motores entorpeciendo el tránsito, con la tercera generación de los pioneros, empeñados en mantener el esplendor, afanados para que el renacer sea definitivo, resurrección más que merecida y permanente. Ahora, con el callejón de doña Blanca y su perturbador y atractivo color, y los huecos insalvables del entorno, porque no está el Hotel Europa, regenteado por la homenajeada, ni la Casa de la Veleta, como no está el caserón hermoso donde estuvo La Voz del Atlántico. Como tampoco está el colmado de Pedro Nardi, ni el de Capobianco y El Castilla se convirtió en una barbería y de la tienda El Siglo quedan las columnas.
Es ahora el toque de atención, la advertencia para la acción sin pausa. Para que su brillo resplandezca, atraiga, aunque en la calle Beller impusieran un aparcamiento destruyendo casas y el local del Cine Teatro Roma. Se perderá de la memoria municipal su existencia como perdidas están las imágenes del Teatro Colón, del Rex, del Tropical Bambú, del Club La Unión. Como queda sólo el frente de la casa que habitó el fundador de la Casa Brugal, Andrés Brugal Montaner y su esposa Lucía Pérez Pérez, en la calle Sánchez y nada queda, en la misma calle, de otras hermosas viviendas. Y asoma el derrumbe de una edificación espectacular que alojó escuelas, tiendas y sirvió para morada familiar, ubicada frente al antiguo Liceo. También peligra la permanencia del emblemático Club de Comercio parte de la identidad de la provincia, como seña de identidad es la Glorieta del Parque Central, sin los árboles de Carolinas sacrificados sin piedad ni reclamo.
Urge la preservación de las joyas arquitectónicas todavía indemnes, esparcidas por doquier y amenazadas por el fuego y la dejadez. La agresión implacable, comenzó cuando la impetuosa pala mecánica de los 12 años destruyó todo lo que se oponía a la construcción del Malecón. Hay muchas tareas pendientes en Puerto Plata, empero, ahora es el momento. Es la oportunidad para defender y resaltar que su tiempo es imperecedero, como el verde azul que persigue a esa altiva Novia del Atlántico.