Parto del convencimiento de que todos conocen que Genero es el método que nos permite identificar el proceso de socialización mediante el cual el ser humano deviene masculino o femenino. Y que raza es uno de los agentes de socialización que conforma la identidad y se basa en una diferencia: el color de la piel.
Como afirma Antonio Gramsci: sobre esa diferencia se construye un cuerpo teórico que se convierte en elemento central de la superestructura ideológica que norma nuestras vidas.
Creo que ninguno de los primeros poetas que escribieron sobre negritud en Dominicana: Suro, Alix, Lamouth, James, Cabral, Mir, Viau, y la única mujer: Aida Cartagena Portalatín, sabían lo que es el género, lo que sí conocían es lo que significaba ser negro o negra.
A diferencia de Rubén Suro, Manuel del Cabral y Tomás Hernández Franco, quienes escribieron sobre el negro desde su “blanquitud”, los autores negros escriben desde su experiencia vital. Y lo raro es que casi ninguno de los que escribieron sobre el surgimiento de la poesía negra dominicana, incluye a Aida Cartagena, aunque ella fue su contemporánea. Y, en Francia, conoció al Movimiento de la Negritud que lideraba Aimé Cesaire.
Así, un académico tan progresista como James J. Davis, de Howard University, no la incluye en su grupo de “verdaderos creadores de la poesía afroantillana en las Antillas Mayores”, junto a Nicolás Guillén, Luis Pales Matos y Manuel del Cabral. Ni en el grupo que constituían Rubén Suro, Francisco Domínguez Charro, Tomás Hernández Franco, Juan Sánchez Lamouth, Norberto James Rawlings y Blas Jimenes. Davis divide a este grupo entre los que escriben Poesía de Tema Negro (escrita por negros), y Poesía Negrista (escrita por no negros).
Un aporte importante de Davis es señalar que ninguno de esos escritores menciona su identidad racial y afirma que es porque “República Dominicana no se identifica con una raza y la palabra negro se usa para denominar a haitianos y cocolos”, excepto por Rubén Suro, que es el único que representa al negro como dominicano. En nuestro país, dice Davis, “la filiación africana es menospreciada y evitada entre los intelectuales”.
Generalmente la imagen que se presenta del haitiano o cocolo, es decir los “únicos” negros del país, es caricaturesca, como en “Las bailarinas de Judu” de Alix, “El Haitiano” de Moreno Jimenes, “La Rabiaca” de Rubén Suro, o “La haitiana divariosa” de Chery Jimenes. Estos autores difieren de Manuel del Cabral y Domínguez Charro, ambos empeñados en reivindicar al negro, en sus poemarios “Azúcar Blanca”, o “Viejo Negro del Puerto”. No incluyo a Yelidá, de Hernández Franco, porque concuerdo con la clasificación de sus críticos (Alcántara Almánzar) de que es un poemario racista y sexista.
Entre los más recientes exponentes de literatura negra está Norberto James Rawlings, de origen jamaiquino y norteamericano, quien en su libro “Los Inmigrantes (1972) reclama el reconocimiento de la negritud y la dignidad del cocolo, con un mensaje a los cocolos de la tercera generación que aún no se sienten parte de la isla” (Davis). Exclama: “Ya no soy extranjero, soy uno de ustedes”.
Lo mismo intentó Juan Sánchez Lamouth ,”un Balzac negro y lleno de paraíso y de infierno, de pasión por la poesía”, quien “luchó para que la sociedad rindiera tributo a su pléyade y lo logró” (Davis). Su último poema fue a Martin Luther King.
Aida Cartagena Portalatín
Aida renace cuando está en pleno apogeo el “Renacimiento Negro” en Harlem, con el poeta Langston Hugues a la cabeza. Es el tiempo de “la moda negra” y de un nuevo sentido del ritmo y nuevos temas en la poesía.
Mientras esto sucede, en nuestro país la elite ilustrada define y narra la nación versus Haití, país al cual presenta como “un espacio de otredad non grato” (Dawn Stinchcomb). Para diferenciarnos, esa elite letrada menosprecia la literatura negra y promueve la herencia hispánica y su ideología, donde –eliminando- al negro, presenta nuestro origen como simbiosis entre blancos e indígenas. La novela Enriquillo, de Galván, y el poema Anacaona, de Salome Ureña son paradigmas de ese intento.
Aida llega a Santo Domingo en los cuarenta, habiendo dejado una gran estela de logros y reconocimientos en su Moca natal, donde comenzó a escribir con el seudónimo “Lirio del Valle”, y a publicar en el Listín, artículos que luego reproducían las revistas Carteles, Bohemia, Ecos, Vanidades y La Crónica.
Y se marcha a París, a hacer un posgrado en Museografía y Teoría de las Artes Plásticas, en la Universidad Louvre. Allí conoce a Cesaire y a los integrantes de la “Antología de Senghor”, todos poetas luchadores por la independencia de sus países-colonias.
En París da el salto de su conciencia católica de solidaridad con los pobres… “porque el mundo es ancho y estrecho el rincón de los pobres”, al reconocimiento de su etnicidad y origen.
Se apasiona con Gertrude Stein, conoce a Marguerite Duras y a Marguerite Yourcenar y se deslumbra con la inteligencia de Simone de Beauvoir. Se redescubre mujer:
“Yo soy como cualquier mujer de la isla. Mujer del éxodo y del Salmo. Cuando la mujer no tenía la palabra y o era una estrella calzada del cielo, una feliz herejía inútil, anegada de Dios”.
Se reconoce mulata y en Tablero (1978) declara que “la negritud es la cualidad inherente de la dominicanidad”, cuestionando, “los valores establecidos de una sociedad hecha a imagen y semejanza del hombre donde …debió ser muy agudo el drama interior de una mujer, de una escritora tan lúcida, tan consciente de su condición de mujer, de escritora y de mulata, en un país tan atrasado como el nuestro”. (José Alcántara).
Aida enarbola su nueva conciencia y escribe: “Mi madre fue una de las grandes mamás del mundo”; “Memorias Negras”, elegía a las cuatro niñas asesinadas en una iglesia, en Memphis; y más tarde, en 1981, Yania Tierra, en sus palabras: “Un viejo compromiso con las mujeres que a través…de cinco siglos fueron utilizadas o se sacrificaron por su pueblo”.
Estamos en el 2024, y lamento informarles que si antes la poesía negra era una curiosidad, algo exótico, una excepción, hoy es bandera de escritoras jóvenes y mayoritariamente negras, de todo el país que pagan con el ostracismo, la burla y ninguneo de su obra, o abiertas amenazas de muerte, su derecho a contar su identidad, a cantarse.
Algunas pertenecen a la diáspora, donde ya no es raro ni un riesgo dejarse “las greñas”, como cuentan Kiany Antigua en su cuento “Greñas”, y Susy Santana con “Pelo Bueno”. Y, Ana Romero, Lauristely Solano Y Michelle Ricardo, del Grupo Anticanon.
Canta Lauristely:
“Observo mi cuerpo a través del odio
Hecho de piedra volcánica
No logro verlo
Es un destello
Enceguecedor y opresivo
Le permito existir, expandirse
Y desaparecer en el viento
Con las palabras”.
Y, expandiendo esta conciencia de si, Michelle Ricardo:
“¿Que soy sino soy Caribe?
¿Si no puedo con estos ojos
descubrir Africa en el espejo y continuo llamando abuelo
a un violador blanco?
¿Que soy si no soy Caribe?
…con las balas como mambó
me transformo y vuelo.
Son las balas de Aida Cartagena, las que permiten que nos transformemos y alcemos el vuelo hacia un mundo donde la “raza” no exista.