Por Carolina, Omar y Melissa Silié
El pasado domingo 18 de diciembre partió, como él mismo diría, a estar con el “Supremo Hacedor”, el doctor José Arturo Silié Ruiz, destacado neurólogo y maestro de la medicina dominicana, nuestro amado papá. Esta columna semanal era uno de sus mayores tesoros a la cual dedicaba mucho tiempo y empeño para aportar desde la misma conocimientos de temas científicos, otros culturales y uno que otro con un toque sibarita; «conversar» con ustedes a través de la misma era algo que lo llenaba de inmenso orgullo y lo cual respetaba mucho, por eso socializaba con nosotros los temas a tratar y le apoyábamos a través de Carolina corrigiendo el estilo de sus artículos para asegurar aún mayor calidad. Es por esto que, como él diría, pedimos gentilmente a ustedes, sus amables lectores, que nos permitan a nosotros, sus tres hijos, “conversar” brevemente sobre nuestro padre y lo que significaba para todos.
Durante los últimos días hemos recibido infinitas muestras de amor por la gran persona que fue, primero de sus adorados pacientes, a quienes dedicó con devoción y amor toda una vida, para sanar, no solo lo clínico sino también lo humano. Porque así era, amigos de sus pacientes y con una vocación de servirles y apoyarles sin medida. Igualmente hemos recibido el cariño y admiración de múltiples amigos y conocidos que destacan características en común: lo humano, caballeroso, lo afable, locuaz y grande que fue.
Nuestro padre fue un verdadero profesor que no solo amaba su carrera, sino que también verdaderamente disfrutaba compartir sus conocimientos. Muestra de esto son sus más de 4 libros, acostumbradas entrevistas en radio y televisión, esta columna semanal, así como cualquier conversación médica con él donde quedaba reflejado su don de volver algo tan complejo como la neurología en algo comprensible para todos. Esto último unido a un verdadero deseo de aportar, de crear y de construir desde la medicina y la ciencia porque estaba altamente comprometido con sumar a esta sociedad. Todos los gremios científicos y sociedades en las cuales participó no son más que un reflejo de su fiel creencia quijotesca heredada de que en nuestro país hace falta aportar tanto y que hombres y mujeres como los médicos tienen un bastión importante en esa revolución moral que pregonaba.
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Amante del buen vivir, un verdadero «lord inglés» y «sibarita» que vivía la alegría de los pequeños momentos, el buen gusto y los placeres que te da la vida ya que como él decía al referirse a las «íes» de la felicidad, la «felicidad es: individual, innegociable e intransferible, se construye dentro de nuestros cerebros y corazones». Era verdaderamente un ser feliz que irradiaba alegría con su sonrisa, con su mirada, con sus palabras afables y su fino trato.
Amigo de sus amigos, profesaba una verdadera amistad sin condiciones, sin peros, siempre estuvo para ellos, para sus familias, con amor, paciencia y el servicio que solo él sabía brindar. Una verdadera cabeza de familia, en donde tenía y asumió el bastón de relevo de una 2da generación que ponía en primacía el principio de la unidad familiar. Toda la familia tenía en él una inagotable fuente de consejo, de recetas, de ayuda, cariño y afecto, pero sobre todo de alegría, de hacer sentir bien a todos sus familiares, cercanos o no, a través de esa fuente continua de felicidad que brindaba. Trataba siempre de que todos estuviéramos sentados en la misma mesa celebrando como uno solo la alegría de vivir.
Un verdadero papá, esposo, abuelo y hermano presente, dedicado y amoroso. Nos alegraba los días con una llamada, un consejo, una comida. Presente en cada uno de los momentos de nosotros, sus hijos, brindando apoyo, dando consejos, entregando su amor. Un padre que no perdía oportunidad de hacer saber lo orgulloso que estaba de sus hijos. Cada logro, cada promoción, cada cosa que alcanzábamos, por más mínima que fuera, lo comentaba, lo escribía en sus artículos, lo enviaba por WhatsApp y al decirlo a alguien, su voz, su cara, cambiaba a la alegría plena que tanto pregonaba.
Era el verdadero tronco de nuestra familia, quien junto a nuestra madre Ingrid -su Guinguín- logró formar un hogar de paz y de luz en donde la armonía, la comunicación y el buen trato se hacían sentir siempre.
De nuestra parte, siempre estaremos orgullosos y agradecidos por el hermoso privilegio de ser sus hijos. De algo estamos seguros y es que la obra de un ser humano tan extraordinario y fuera de serie no es en vano y que su legado vivirá por siempre.
Te amamos por siempre y para siempre, tus “tres bondades bellas e inteligentes”, Carolina, Omar y Melissa