Quienes leyeron mi artículo anterior habrán comprobado que considero incorrecta la división de nuestra historia literaria por períodos de diez años. Ahí expongo los argumentos en que me baso. Es decir, refuto ese esquema, pero es el establecido hasta este momento. Por ello, mientras aparece otra forma de clasificación, me ajusto a la división esa división para estudiar la Generación de los ’80, llamada también ochentista.
¿Qué elementos la caracterizan? Voy a señalar algunos que observo en mi recorrido por las obras de la mayoría de sus autores.
Visión de la palabra per se, como objeto lingüístico-poético
Esa es una valiosa innovación dentro de la literatura dominicana. Su quehacer puntualiza más en la forma que en el contenido. La ven como objeto experimental, conceptual, cuya sintaxis y condición gramatical retuercen y reesctucturan.
Vale aclarar que no tratan la palabra como música, como número de sílaba o rima, que era lo que habían hecho muchos de nuestros creadores literarios, especialmente los poetas antes de la caída de Trujillo, en sus diversas manifestaciones: soneto, décima, cuarteta, etc.
La generación ’80 tiene también musicalidad, pero focaliza más la palabra como hecho lingüístico, porque, como ha dicho y repetido su líder y poeta principal, José Mármol: escribir poemas es ante todo transformar la lengua.
El enfoque es innovador, a pesar de que Pedro Pablo Fernández y Tomás Castro, de la generación anterior, habían incursionado experimentalmente de alguna manera en esos territorios, pero con otra perspectiva, más sonora y juguetona, y menos conceptual.
Obviamente, los ochentistas parten de dos fenómenos epocales: su relectura de los grandes autores surrealistas, así como también de Octavio Paz, Vallejo, poesía concreta brasileña, el pluralismo de Rueda y la revolución lingüística de esos años en Europa y el mundo: retomar a Saussure, las reflexiones de Jacobson, Kristeva, Barthes, Benveniste y otros.
En esto se distingue de la generación del 60, que importantizaba el compromiso político tipo Maikoski y Neruda. De la anterior a esta, que privilegiaba la pasión romántica amorosa a lo Amado Nervo. Y de la generación del 70, pues esta se centró en crudezas verbales de diversas fuentes: la generación española del 27, la beat generation y el realismo sucio, que prefiero llamar realismo crudo; con el español Gabriel Celaya y los nortemericanos Allens Ginsberg y Raymond Carver en sus cabezas.
Asumen la llamada poética del pensar
Hasta donde sé, “Poética del pensar” es un concepto acuñado por el poeta y filósofo José Mármol. En realidad, tal como señalaba Bruno Rosario Candelier que sucede con todos los movimientos creadores, ya aquí y en el mundo había trazos de sus características. Porque poemas filosóficos muy buenos habían escrito Avelino, Mieses Burgos, Moreno Jimenes y algunos de la generación del 70.
Le recomendamos leer: La vida pública y privada de la mujer en Photoimagen 2022
No obstante, la poética del pensar es innovadora, porque va de frente y directo a la reflexión filosófico-poética, como ocurre en el libro “El oscuro rito de la luz”, de Adrián Javier, uno de los principales bardos del grupo.
Busca que la reflexión filosófica sirva como puntal del poema. Más que provocar un efluvio emocional en el lector, busca despertar motivos para pensar, hurgar en aspectos profundos en el interior de las palabras. De aquí que esta poética reclame a un lector crítico.
Apuesta a la brevedad e intensidad como imagen de marca poética
Los poemas de estos autores casi nunca son extensos. Difícilmente pasan de una o dos páginas. Realizan un gran esfuerzo en pos de la eliminación de adjetivos, giros considerados innecesarios, incluyendo un uso muy medido de artículos, preposiciones y conjunciones.
Aun en sus poemas más largos, se nota un gran esfuerzo de eliminación de tropos, palabras, frases, etc. que puedan quitar agilidad al salto verbal del poeta al lector.
Cierto neobarroquismo desconstructor de la sintaxis y gramática tradicional
Esta característica es principalmente sumida por Plinio Chahín, Basilio Belliard, Dionisio de Jesús, Martha Rivera Garrido, Manuel García Cartagena (GC Manuel). Sin embargo, quien lleva a la mayor altura esto es León Félix Batista, quien es definitivamente neobarroco, desde el título hasta el contenido total de sus libros.
Estos jóvenes poetas descontinúan la vieja costumbre de los vates de esperar ser sorprendidos por la ardiente inspiración de las misteriosas musas. Al contrario, privilegian la dedicación al trabajo laborioso, sereno y persistente sobre la palabra, con muchas correcciones, estricto hacer y rehacer. Ello viene acompañado de muchas lecturas, sobre todo de los poetas más modernos, en contacto con escritores de otros lares e idiomas.
El próximo domingo, abordaré otras señales distintivas de los ochentistas.