En este Decálogo para Discutir sin Enemistarse hay algunos puntos que parecen repetirse en otros. Sin embargo, contienen diferencias en detalles conceptuales que hacen necesarios unos y otros. Sigamos.
16. Entre quienes discuten, suele haber errores y verdades repartidos. Es preferible reconocerlo y dividir honores. Pues lo incierto y lo cierto suelen mezclarse. Veamos el diálogo como intercambio de opiniones, y no como debate.
Lo mejor es que ningún contradictor condene al otro por lo que exprese. Al contrario, lo elegante y productivo es respetar las diferencias de ideas. E incluso, también destacar cada vez que sea posible, aspectos en que nos luce que el otro puede tener razón.
Es bueno dejar siempre un espacio de dudas. Es la atmósfera apropiada para que cada oyente escoja la opinión más cercana a su convicción, sin descartar verdades de su contrario ni de otros.
No soy religioso, pero admiro que Jesucristo, al cuestionársele sobre pagar o no impuestos al emperador, en Lucas 20: 24-26, dice: “Mostradme un denario. ¿De quién es la imagen y la inscripción que lleva? Y ellos le dijeron: ‘Del César’. Entonces les dijo: Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
17. Hagamos sentir que exploramos, en vez de discutir. Que conversamos, no para disputar sino en búsqueda de verdades. Respetando en cada uno su modo de ver la realidad.
Ello producirá el ambiente fraterno que ayudará al que cambie de convicción, a hacerlo con la libertad y complacencia de sentir que la conversación ha enriquecido su pensamiento. En vez de derrotado se sentirá renovado. Que ha sido convencido, no vencido.
Jesucristo nos da un buen ejemplo cuando, en Marcos 15:2, “Pilato le preguntó: ‘¿Eres tú el Rey de los judíos?’ Él le dijo: ‘Tú lo dices’. Y en Juan 18:23 expresa al soldado que lo abofeteó: “Si he hablado mal, demuéstralo, y si bien, ¿por qué me pegas?”.
18. Creemos el clima de que todos aprendemos y enseñamos. En lugar de hacer sentir al otro que afrontamos dos posiciones irreconciliables, que chocan fuertemente y se destruyen, es mejor hacer sentir que todos aprendemos en un fresco ambiente exploratorio, de investigación verbal entre todos. Que razonamos en colectivo y pensamos en voz alta, en búsqueda de renovar el parecer de cada uno.
Empleemos palabras armoniosas, de elegante amistad conversacional: “¿Qué te parece?”, “¿No es razonable?”, “Tengo la impresión…”, “Desde mi punto de vista,…”, “En mi opinión“.
Sugiero no decir: “Yo afirmo que…”, “Te aseguro que…”, “Estoy convencido de que…”, “Creo que…”, “No hay quien me convenza de que…”, “La verdad es que…”. Porque son frases propias de espíritus encerrados que ponen un valladar, un muro, entre quien habla y quien escucha. Distancian en vez de acercar.
19. Nunca digamos que el otro no es capaz de entendernos. Una de las más desagradables expresiones frecuentadas en los diálogos es ese sentirse más culto e inteligente que el otro, diciéndole: “Es que tú no entiendes que…”. “No te das cuenta de que…”. O preguntarle: “¿Tú entiendes?”, “¿Me comprendes?”.
Muestra que cualquier malentendido lo atribuyes a que no supiste expresarte propiamente, con frases como: : “¿Me di a entender?”, “¿Me expliqué bien?”, “¿He sido claro?”.
Lo elegante es asumir yo la culpa de no comunicarme claramente. Estar dispuesto a explicar mejor mis palabras, en vez de hacer sentir al otro que lo creo incapaz de entenderme, de interpretar mis pensamientos.
20. Ser abogado hipotético del otro; despreocuparme por demostrar que tengo razón. Ponerme en lugar del otro ayuda a encontrar la verdad. Mientras lo escucho, juego a contradecir mentalmente mis tesis, juego ajedrez contra mí mismo. Observaré mis ideas desde fuera del yo, en vez de aferrármeles. Imagino momentáneamente ser una tercera persona evaluando imparcialmente la discusión.
Me facilita salir de un error por propia iniciativa, o afinar argumentos de lo que afirmo.
En fin, descubrir algo nuevo vale más que la vanidad de demostrar mis razones.
El próximo domingo, continuamos.