LA POCO VISITADA JOCOSIDAD EN NUESTRAS LETRAS
Como he dicho en otras ocasiones, a pesar de que el pueblo dominicano es uno de los más alegres y con agudeza para el chiste profundo o superficial, nuestros escritores no frecuentan esa graciosa veta de la literatura que tanto éxito ha cosechado en otros lares. Por ejemplo, en España, Enrique Jardiel Poncela, Álvaro de la Iglesia y otros han escrito joyas novelísticas en este campo. Y los grandes clásicos Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Arcipreste de Hita han explorado la jovialidad poética.
En el caso nuestro, aunque muchos escritores no los incluyen en sus listas, Mario Emilio Pérez, Fermín Arias Belliard, Freddy Beras Goico han desplegado sus escritos hilarantes con gracia y buen estilo. Nuestros bardos lo han hecho de forma genial: Meso Mónica, Camejo, Juan Antonio Alix, Rubens Suro, muy específicamente en la décima.
“Solo Cenizas Hallarás… (Bolero)”, de Pedro Bergés, una de nuestras novelas emblemáticas por su alto nivel de calidad, está salpicada de un gracioso humor que enriquece su contenido y forma.
Algo parecido podemos decir de la excelente novela “Carnaval de Sodoma”, de Pedro Antonio Valdez. Emplea de forma rica, variada e intensa el buen chiste, frecuenta situaciones cómicas, acompañadas de sarcasmos e ironías con sentido de crítica social. Desde los nombres de algunos personajes como el poeta Montenegro hasta situaciones de alta gracia, Valdez nos regala muchos momentos de risa. Entre ellos el elemento esencial que define a la obra. Es decir, se trata de una narración cuyo tema central es la instalación y funcionamiento de un prostíbulo detrás del edificio de la Iglesia Católica en su Vega natal.
Termino esta parte invitando a nuestros autores a nadar en ese rico mar que tantas obras cimeras ha dado a la literatura universal, empezando por el más leído y divertido libro de autor del mundo, que es puramente jocoso: “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”.
EL CASO PERALTA ROMERO
En lo referido a nuestro autor, esperábamos una novela con frecuentes momentos de buena comicidad. Que Peralta la explora en uno que otro de sus escritos, en los cuales se mueve con dominio verbal y gran donaire. Pero ha hecho más. Nos sorprende con una amplia y bien llevada carga de hilaridad que se desplaza por todo el libro.
Ofrece muy buenos ejemplos. Entre ellos, citaremos el diálogo entre el dueño de unas tierras donde el adolescente Chino robaba frutos cuando lo encuentra atrapado en un lodazal.
«-Virgencita, qué piensas hacer conmigo, ayúdame, por favor, sácame de aquí!», dice el jovenzuelo, y el dueño de la tierra responde:
«-Así era que quería encontrarte, buen bandido, no metas a la virgen en esta vaina, que soy yo quien te va a salvar o a arreglar».
Otra buena muestra es la graciosa huelga que siendo aún niño organizará el Chino contra su padre, constituyéndose en un sindicato personal cuya gigantesca asamblea tenía por número un solo miembro, él mismo, quien era secretario general, barrendero, secretario de actas, vocal y tesorero al mismo tiempo. Esperó al padre con su pancarta pidiéndole aumento de salario, y tuvo así, en firme actitud levantisca, hasta que logró que el patrón cediera a los reclamos del empleado rebelde.
Igualmente jocoso es cuando el dueño del cine descubre que el Chino es el culpable del las pérdidas que sufría su centro de diversión. Al mismo asistía muchísima gente, pero misteriosamente se recibía poco dinero, debido a que el mozalbete había organizado una especie de mafia con las taquillas de entrada de los niños que abarrotaban la sala, al hacer que le pagaran las taquillas a él y no al encargado de boletería. El señor lo localiza y pone en jaque, pero el sabichoso niño se defiende como gato boca arriba, y se sale con las suyas usando sus mágicas fórmulas a lo Pepito para envolverlo en sus “inocentes” y graciosas tramas.
Otro divertimento casi tan loco como los de Mozart en sus buenos tiempos, es el del negocio del hoyo, que consiste en un huequecito abierto en la pared del cuarto donde las prostitutas se vestían y bañaban en un burdel. El muchacho se dedicó a cobrar un dinerito a los niños que, si no miraron hacia atrás el día que nacieron, no habían visto una vulva.
Ya de adulto, el Chino continuará sus divertidas aventuras cuya narración por parte de Peralta Romero nos conquistarán a todos con sus villegadas famosas, que recuerdan al muy genial Francisco de Quevedo y Villegas, su ancestral pseudo ascendiente, cultivador de excelente ingenio socarrón, y uno los pilares fundamentales del edificio literario de la lengua castellana.
CÓMO SE LE OCURRIÓ LA HISTORIA
Es curioso, pero esta novela se le ocurre al autor a partir de la risa que nos producían las autohistorias contadas por el poeta Villegas en los encuentros dominicales mañaneros en casa de Jackeline Pimentel. También cuando nos juntábamos en el Restaurant El Conde (llamado irónicamente Palacio de la Esquizofrenia por escritores afectados de esa virtud psiquiátrica) a compartir tragos acompañados del tradicional pan tostado al ajo, luego de la Tertulia de Cacibajagua, que dirigía el poeta Víctor Villegas los lunes en la noche en el local del Colegio de Artistas Visuales.
Probablemente ella constituya la consagración de Rafael Peralta Romero como escritor de humor. Pues en sus otros libros tiene, como hemos dicho antes, pinceladas del mismo, que aparecen de forma tangencial y secundaria, y le salen bien. Esta novela es, a mi juicio la mejor de las publicadas por él hasta ese momento, incluso mejor que “Residuos de Sombra», que es muy buena.
Es la historia en que el autor se dedica a lo jocoso de forma plena y total, desde el título, que es como si nos invitara a contar algo subido en un árbol, y continúa con el gracioso soneto que la inicia, hasta la única mención final que hace el autografiado o automemoriado o autofantasiado, al reconocer en las páginas últimas que se llama Enárboles Cuentes. El único nombre que es totalmente falso de todos los falsos nombres que se le han pegado al autor, ya que este es invento de nuestro novelista. Más falso que el de Martín Manuel de Soto Leyba, con que debió ser bautizado y que el mote de Chino, que le endilgó la gente o el de Víctor Villegas, que cuenta haberse puesto él mismo.
Desde hace años, sabemos que en los escritores latinoamericanos -tal como ha señalado Cortázar- hay un exquisito humor, cuando compartimos en las cafeterías, en los bares y en las correrías vagabundas nocturnas, pero somos unos seriotes en el momento ponemos las manos sobre el teclado para crear literatura. Esas dos personalidades no nos permiten hacer mejores obras. Pero si logramos juntar a ambos, al cómico que habla con el caballero que escribe, conseguiremos la combinación perfecta, digna de admiración y de gozo.
Es lo que ha ocurrido con Rafael Peralta Romero en «Memorias de Enárboles Cuentes», y así ha conseguido escalar las peras altas del humor, y ponerlas a irse de romería con ese amigo feliz y divertido que fue el poeta Villegas; simple como «Villega’ y to’ el que llega», pero digno de vítores por ser el victorioso Víctor que es.
Invito a los presentes a gozar de estos creativos embustes.