Continúo mis comentarios sobre el libro “La belleza del camino”, del poeta Genaro Arvelo. En esta ocasión, entraremos en la parte de los poemas de ardiente pasión amatoria.
“Ficción del camino (Cantos a un retrato de Bretón)”
Destacan aquí poemas valiosos e inolvidables. El primero es el intitulado “La del sueño fallido” (pág. 59), con versos tan exquisitos, como estos:
“¿Quién eres tú, que ocultas un silencio de virgen? (…)
¿Quién apresó tu alma con una telaraña
¿Para que tus sollozos no griten libertad? (…)
¿Quién eres tú, que doblas tu cuerpo
¿Al danzar con los ojos nublados cansados de llorar?” (…) (pág. 59).
¿Quién eres, una oruga, una envoltura,
Una visión fugaz que nace en mí
E inmediatamente muere? (pág. 60).
Aquí el poeta nos muestra su fuerza creativa e intensidad emotiva, elementos indispensables para el buen poema. Lo vemos en la idea de mostrarnos que el silencio de una virgen está lleno de fuerzas contenidas, de deseos, pasiones, desenfrenos, que detiene su silencio de virgen. En una especie de prisión que reafirma al mostrarnos que una telaraña retiene el rugir de sus sollozos para impedirle ser libre. Lo cual la hace caer en ese contrasentido propio de un alma que lucha contra sus propios sentimientos cuando danza en una especie desdoblamiento del cuerpo al realizar esas dos contradictorias acciones: danzar y llorar simultáneamente.
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Le sigue, varias páginas después, otra maravillosa pieza, “Blanca paloma” (pág. 67), que es un gran juego imaginario propio de los poetas románticos, al convertir a una mujer de carne y hueso en paloma sublime.
Después, otro valioso poema, “Volando en el desierto” (pág. 68), el cual, tal como en el titulado “Efigie de hielo”, (pág. 70) que es como la continuidad del vuelo del poema anterior. Persigue un amor que el poeta no soporta que se quede en la realidad material de su existencia, sino que quiere convertirlo en algo imaginario para que sea perfecto, para que no sea esclavo de lo pasajero, lo fugaz, lo sometido a la vieja ley de nacimiento, desarrollo y muerte de las cosas materiales.
El poeta huye de lo real porque aspira a hacer posible el imposible sueño de lo eterno. Y siguiendo el ensimismamiento de su desaforado amor, en el siguiente poema “Canto de sirena” (pág. 71), convierte a la amada en eso, en un ser inexistente, para que pueda trascender y sustituir a la nada permanente realidad real por la realidad imaginaria que inventa la locura de amar.
A lo mejor quienes me escuchan o me leen no crean que el amor es cosa de locos. Sin embargo, el próximo y último poema de esta parte del libro nos muestra que sí. Que el amor solo es posible si se vive como una temporal y exclusiva locura ejercida en una persona que está cuerda y normal para otras cosas, pero que enloquece cuando ama. “Novia en la catedral” es la mejor prueba de lo que digo. Es un poema que cierra esta parte del libro de Genaro Arvelo con la idea de que la novia se le casó con otro, pero él es feliz con esta traición, porque si ella es feliz con otro, él la ama tanto que es feliz viéndola irse con aquel con quien se casa.
“Camino azul y cielo blanco (Veinte poemas azules y un cielo blanco)”
El azul es tradicionalmente un color que nos da paz, tranquilidad, sublimidad, pero no está asociado al furioso, foró y explosivo accionar del amor candente y en llamas. El color tradicional del amor es el rojo en su incendio voraz. Si embargo, ¿quién ha dicho que un poeta no puede, con su atrevimiento y su talento, transformar el azul, con todo y su cercanía al incoloro gris, en símbolo del amor más intenso y fuerte, más apasionado y desaforado?
Es lo que intenta, a mi juicio con éxito, el poeta Genaro Arvelo. Y con eso cumple con uno de los postulados de todo poeta verdadero: tener capacidad de lanzarse al abismo creyendo que se salvará sabiendo que morirá, que sobrevivirá sabiendo que perderá la vida, en este caso la vida verbal, al perder la conquista del lector.
Es lo que busca Arvelo, lograr que sin el carácter melancólico que Rubén Darío dio al azul de su libro Azul, comunicar pasión amorosa sin que ni la palabra y la realidad roja aparezcan en sus versos, sino que se mantengan totalmente azules y ardientes, con una alta temperatura azulosa.
A este respecto, hago una observación que Arvelo no hace en sus versos. Y es un detalle que observo en la llama de la encendedora con la que enciendo el puro que me sirve de fondo músico-humal con que escribo estas palabras. Es decir, que su llama, como toda llama, tiene una raíz azul que al crecer se vuelve amarilla flama, amarilla llama, pero parte del azul que la ata al objeto que al arder hace posible el fuego, el calor, el esplendor de la llama. Y ese azul inspira y da vida a la llama, y sin él, la llama dejaría de ser lo que es.
El próximo domingo sigo con Arvelo.