Antes de entrar propiamente en el análisis de los poemas de nuestra autora, hagamos un breve paseo por el mundo de la poesía mística. Es antiquísima. Nos llega desde que los escribas egipcios, persas, babilónicos grabaron las ideas, los primeros discursos místicos de la humanidad. Producto de las interrogantes sin resolver, los miedos y dudas que les producían los fenómenos naturales -lluvias, rayos, astros, animales, etc.- los hombres crearon el concepto de dios, dioses, y les agregaron sus ayudantes los ángeles, arcángeles, santos y otros seres imaginarios que conforman el mundo místico.
Nos dejaron sus impresiones sobre estos fenómenos, primero en viejas piedras. Luego fue en papiros. Más tarde en papel hasta llegar a la computadora e internet del posmoderno mundo de hoy. Se trata de oraciones cantadas o habladas llenas de inspiración en que plasman sus creencias en deidades, paraísos, infiernos que han convivido con el hombre desde que comenzó a cuestionarse sobre los orígenes y destino propio y de su medio.
Obviamente, no era llamada poesía oral ni escrita, sino prédicas y testimonios religiosos. Pero el decurso del tiempo hizo que se tomara conciencia de que eso era y es poesía, y así ha llegado a nosotros.
Luego, ya sin ser predicadores religiosos sino escritores, surgen los poetas místicos, bardos de lo divino. De esa larga tradición que se pierde en las oscuridades del tiempo, en el oriente surgen Buda, Confucio, Lao Tse, y ni una mujer. En el occidente, San Agustín, Santo Tomás, Mahoma, los dioses-faraones egipcios, los indígenas americanos Cuauhtémoc, Ahuízotl, Moctezuma, todos hombres.
Y si nos extendemos en el tiempo hasta llegar a nuestra época, encontramos a Ernesto Cardenal, el Papa Juan Pablo II, Prabudpada, Said Baba y otros.
Hay más poetas místicos que las poetas místicas
Como podemos observar en la lista de hombres o semidioses, todos son de sexo masculino, y si ha aparecido alguna mujer, no se le ha otorgado la importancia histórica que la presente como creadora y líder de un credo religioso o filosófico. No aparece, que yo recuerde, ninguna mujer reconocida oficialmente como profeta, semidivina, y mucho menos como mujer-diosa principal (aunque en la antigua religión griega aparezcan unas cuantas diosas secundarias, con la imposición del principal dios: Zeus cronida). Todos son hombres.
Sin embargo, sí tenemos poetas místicas. De que las hay haylas, como diría el viejo dicho español. A pesar de que el número de las que han practicado la poesía mística o religiosa no es tan abundante, hasta donde conozco. Así, rápidamente, recuerdo a Santa Teresa de Jesús y Sor Juana Inés de la Cruz.
En nuestro país, tenemos la poesía religiosa o mística de Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce, Máximo Avilés Blonda, Tulio Cordero. Tal vez dos o tres más. No obstante, vale la pena reiterar que han sido casi todos hombres. Es decir, que tal como ha ocurrido en otros países, no abundan las poetas místicas.
Sin embargo, este fenómeno no se da en otros temas. Hay sorprendentemente buen número de mujeres poetas amorosas, sociales, filosóficas, empezando con Sor Juan Inés de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, así como Rosario Castellanos o Alexandra Pizarnik o Alfonsina Storni. También Nancy Morejón, Aída Cartagena, Gioconda Belli Delia Weber, Jeannette Miller.
La poesía y vida social de María Isabel Díaz
Obviamente, no puede compararse de tú a tú con la de las mencionadas maestras de la poesía filosófica o social. Pero la poesía mística de María Isabel Díaz tiene elementos que la individualizan, la personalizan, le dan un carácter muy propio. Entre esos factores está el que su mística es más de reflexión íntima, de viaje hacia sí misma, más que el viaje hacia un Dios o un paraíso que se persiga.
No es la prédica de una vida santa, retirada, aislada, conventual, recogida en un rincón del mundo adonde no permite la llegada de más personas que no sean del credo correspondiente, como ocurre con monjas, monjes y sacerdotes. No.
María Isabel plasma su carácter personal en la lírica mística. Al leerla, escuchamos su voz apacible, el carácter pacífico y amistoso, la eterna calma, su tono pausado de hablar y esa gran capacidad para escuchar al interlocutor.
La mística de la poesía de María Isabel es una herramienta práctica que nos invita al desapego, a la serena observación, a vivir entre los humanos, pero sin participar del jolgorio divertido de la vida social, o de la prédica religiosa, filosófica, ética o política. Sin que eso signifique que su poética no nos invite al deleite y disfrute de la vida, al diálogo sobre elevados tópicos, alrededor de un café, un jugo o simplemente agua y amistad compartidas. El próximo